—¿Me quieres explicar por qué ahora mismo se está llevando a cabo la reunión que se suponía estaba agendada para mañana? —dijo molesto esperando una respuesta sensata.
—¿Qué? Eso no puede ser...
—Si en este mismo instante no estuviera viendo autos a fuera del lugar y gorilas resguardando el perímetro, tal vez tu tonta explicación me la tragaría —dijo irónico. Escuchó un leve gemido de preocupación seguido del tecleo de computadora.
—¡Dios! —Suspiró aliviada.
—¿Qué pasa? —preguntó ansioso. No podía permitir que sus planes se arruinaran.
—Es una fiesta privada con algunos políticos, la reunión se llevará a cabo mañana como está planeada. —Tanner frunció el ceño, por su bien esperaba que así fuera, no podía permitirse ningún error. Se despidió de la omega y colgó. Había recorrido el lugar cerciorándose de la ruta de escape, parecía ser perfecto, estaba listo para regresar al apartamento y descansar para el gran día, pero el bullicio lejano llamó por un momento su atención, su primera respuesta fue ignorar, fuera lo que fuera no era su problema, sin embargo, cuando el grito suplicante de una omega llegó hasta su tímpano, el impulso de ir a su rescate fue lo único que movió su cuerpo.
—¡No! Déjenme alfas idiotas, no les entregaré mi bolso, es un Versace, en él traigo mi vida. —Victoria sé jaloneo para que lo soltaran, los tres alfas que la había interceptado mientras deambulaba por las desiertas calles, solo querían robarle la cartera e irse, pero la omega estaba poniendo mucha resistencia al grado de desesperarlos.
—Omega estúpida, suéltalo. —Uno de ellos sacó una arma apuntándole justo en la cabeza, Victoria entró en pánico soltando un grito de omega.
Soltó su bolso, pero era muy tarde, los alfas enfurecieron, al contrario de lo que hubiera querido trasmitir, para un alfa cualquiera escuchar un grito de esa magnitud era como si cientos de petardos explotaran junto a su oído.
Los tres alfas gruñeron mostrando sus filosos colmillos, el rostro de la pobre omega palideció, dio un paso hacia atrás, quería correr, quería volver a gritar, pero se petrificó, ni siquiera podía llorar, sería lo último que haría en el mundo y no podía hacerlo, en cambio, sonrió cuando el olor a chocolate amargo llegó a ella. ¿Así era como se sentía cuando estas a punto de morir? Pensó que vería su vida correr delante de sus ojos, al contrario de eso, podría disfrutar por última vez del olor que más le fascinaba.