NOCHE DE BODAS

1668 Palabras
ALEXANDER THOMPSON —Mañana, por la noche, pasaré a recogerlos —me indica Cristhian—. Disfruten de su noche de bodas y, cualquier cosa, me llaman. Yo vendré lo más pronto posible. —No te preocupes, todo estará bien —le digo, rodeando sus hombros con mis brazos y dándole un abrazo—. Gracias por todo. Eres el mejor hermano que existe. —Exageras —murmura—. Y solo estás, así de cariñoso, porque estás feliz. Pero guarda ese cariño para Anna. Yo no lo quiero. —Soy tu hermano menor, tienes que dejarme ser cariñoso contigo. Me le abalanzo encima y trato de darle un beso en la mejilla, el cual esquiva, interponiendo sus manos entre nosotros y haciéndome mala cara. —Y yo soy tu hermano mayor, así que debes respetarme —masculla, queriendo sonar molesto, pero su boca oculta una sonrisa—. Mejor, ya vete con Anna y déjame ir. Iré a buscar alguna chica bonita al pueblo. —Primero debes cortarte esas greñas y esa barba, para que estés tan guapo como yo. —¡No me jodas! —me replica—. Todos saben que yo soy el más guapo. Y mi barba y mi cabello solo me hacen ver más varonil. —Repite eso otras quinientas veces y, quizá, también tú te lo creas. —Vete ya y déjame en paz —me retruca, alejándose de mí y metiéndose al carro—. Que se la pasen bien. Cierra la puerta, pone el auto en marcha y se va. Me giro y camino hacia el pórtico de la lujosa casa, que hoy por la tarde fue testigo de mi unión amorosa con él ángel, que me espera frente a ella. —¿Está lista, señora Thompson? —le pregunto, cuando llego hasta donde ella. La rodeo con mis brazos y le doy un tierno beso en los labios. —¿Pase de ser la licenciada Kalthoff, a la señora Thompson, entonces? Enrolla sus manos en mi cuello y me dedica una sonrisa juguetona. —Así es —le respondo—. Señora Thompson, suena mucho más bonito. —Creí que tú serías el señor Kalthoff. Alexander Thompson de Khaltoff —susurra, depositando un beso en mi mejilla—. Eso suena mucho más bonito. —Hum… Mientras tú seas mía y yo sea tuyo, puede ser como tú quieras. La beso. La beso con deseo, con anhelo, con pasión. Porque no hay nada que quiera más, en este momento, que deleitarme probando sus carnosos labios durante toda la noche. Que amarla y adorar su cuerpo, su piel, sus caricias, sus besos, y todo lo que ella es, porque todo mi ser lo anhela. Todo en mí me pide a gritos que esta noche me dedique a amarla. Me separo de su boca y la alzo en brazos, sonsacándole una risotada. —Pero, ¿qué haces? —inquiere, aferrándose a mi cuello y tirando la cabeza hacia atrás para reírse. —Siguiendo la tradición. Estamos casados y debo cargarte, en mis brazos, hasta adentro de la casa. Camino y entro a la casa, llevándola en mis brazos, hasta el salón principal, donde la deposito sobre el sofá. Me arrodillo en el suelo y tomo una de sus piernas entre mis manos. —¿Estás cansada? —le pregunto, masajeando su pantorrilla con suavidad. —Para nada —responde—. Y, ¿tú? No le respondo. La observo detenidamente, admirando lo hermosa que es. Su rostro anguloso y de dulces proporciones. Su cabello castaño, cayendo en ondas alrededor de su rostro. Sus labios gruesos y carnosos, que me brindan los mejores besos del mundo y me invitan a saborearlos. Su nariz, pequeña, fina y respingada. Y aquellos hermosos ojos. Ojos en los que me podría perder, pasando horas y horas, contemplándolos. Ojos verdes, con pequeñas motitas doradas alrededor de la pupila. Ojos que brillan con amor y dulzura. Desato el tacón de su pie y, con extremada delicadeza, masajeo su talón, su tobillo, y cada uno de sus dedos. Repito el mismo procedimiento con el otro pie, con la única diferencia que, cuando termino, comienzo a besarlo y subo por su pantorrilla y su pierna, repartiendo dulces besos que le sonsacan pequeños suspiros y erizan su piel. Llego hasta su vientre y lo beso con ternura y sonrío. —¿Qué te gustaría que sea? —le pregunto, llevando mi mirada hasta la suya. —Hum, no sé —responde, enredando sus dedos en mi cabello y acariciando mi cabeza—. Creo que un niño y que se parezca a ti. Con tus mismos ojos y tu sonrisa. —¡Qué difícil! —ladeo una sonrisa y enrollo mis manos en su cintura, atrayéndola hasta el borde del sillón y oprimiendo su cuerpo contra el mío—. Yo quiero una niña. Que sea idéntica a ti. Con esa mirada que me hechiza y esa sonrisa que me enamora. No lo resisto más. Atrapo sus labios y devoro su boca. Me incorporo y, a horcajadas, la levanto del sillón. Sin dejar de besarla, camino, subiendo las escaleras hasta la segunda planta. Cuando llego hasta la puerta de nuestra habitación, la empotro contra la pared y la beso con más desesperación. Mordisqueo su mentón y paso una de mis manos por su pecho. Acunándolo y oprimiéndolo. —Sé que no es la Luna de miel perfecta que tú mereces —le susurro, dejando de besarla y apoyando mi frente contra la suya—. Pero, espero que, al menos, esta sea la noche perfecta que te mereces. —Tenerte a ti es suficiente. No necesito más para que todo sea perfecto. Sonrío y le doy un tierno beso en la boca. Abro la puerta de la habitación y nos introducimos dentro de ella. —¡Bienvenida a su noche de bodas, señora Thompson! —exclamo, extendiendo mi brazo hacia adentro de la habitación. Giro sobre mis talones y le enseño lo que he pedido que prepararan para nosotros. Sus ojos se abren sorprendidos y comienza a reírse emocionada. —Alexander, ¿qué es esto? —pregunta, sin poder contener lo impresionada que está. —Es la noche perfecta que usted se merece, señora Thompson. La habitación ha quedado impresionantemente hermosa y romántica. Un camino de velas y pétalos llevan hasta la enorme cama, decorada con cortinas blancas y transparentes, y luces, que cuelgan de los doseles. Globos, en forma de corazón, flotando aquí y allá, y cientos de velas y rosas esparcidas por toda la habitación. Pero lo que hace más magnífica y romántica a aquella habitación, es la espectacular vista que brinda el enorme ventanal: El majestuoso lago y el mágico pueblo al fondo. No podría ser más perfecto. —¡Esto es hermoso, Alexander! —exclama conmocionada, depositando un beso en mi boca—. Gracias, gracias por hacer esto tan perfecto. —Mereces más, mi vida, mucho más. La beso. Con anhelo, con pasión y con amor. Camino hasta acercarme al borde la cama. Llevo mi mano hasta su espalda y, con lentitud, bajo la cremallera de su vestido. Paso mis dedos por su espalda desnuda, deleitándome por la sedosidad de su piel. Beso su mandíbula y su cuello y la bajo de mi regazo, hasta el suelo. Como un regalo que has anhelado toda tu vida y desenvuelves con suma delicadeza, así la desvisto. Bajo las mangas de su vestido con lentitud, besando la piel de sus hombros con ternura. Me hinco en el suelo y sigo bajando aquel vestido, hasta llevarlo al suelo. Levanto sus pies y lo saco de ella. Beso sus piernas, sus muslos, sus caderas, su cintura, su vientre… La beso con devoción, adorando su piel, su cuerpo y todo lo que ella es. La giro y beso su espalda, bajando hasta llegar a sus hoyuelos de Venus y su trasero redondo, apretado y pequeño. No hay morbo, no hay lujuria, no hay lascivia. Todo lo hago con veneración, con ternura, con amor… Vuelvo a pararme, detrás de su espalda, aparto su cabello y beso su cuello. —Te amo, Anna, te amo como jamás he amado a nadie en esta vida —le susurro. Se gira, quedando frente a mí y sus ojos se fijan en los míos. —Te amo muchísimo más, Alexander —musita—. Eres todo lo que siempre soñé. Nos besamos, mientras sus manos me despojan de mis ropas. Le quito el sostén y la acuesto sobre la cama. Enrollo mis dedos en el orillo de su tanga de encaje blanco y, con lentitud, la deslizo por sus piernas hasta quitársela. En otro momento de mi vida, la hubiera roto con desesperación, impulsado por los deseos y la lujuria que ella despierta en mí. Pero, no esta noche. Esta noche es para amarla y tratarla como el ángel que es. Me acomodo en medio de sus piernas y busco su boca. La beso mientras, con lentitud, me abro paso dentro de ella. La penetro con suavidad, con delicadeza, con anhelo, con dulzura y con amor. Me separo del beso y me dedico a verla mientras la hago mía. Veo cómo cierra sus ojos, cómo se muerde los labios, cómo suspira con cada embate, cómo su cuerpo se tensa y su espalda se arquea, conteniendo el placer que le doy en aquel momento. —Te amo, Anna. Te amo —abre sus ojos y me mira—. Nunca me voy a cansar de decirte lo mucho que te amo. La culminación de nuestro placer nos llega pronto. Me deshago en un orgasmo que me deja jadeando y respirando con dificultad, mientras ella se deshace en espasmos y temblores bajo mi cuerpo. Me cuesto encima de ella. Acomodando mi cabeza sobre su pecho y escuchando los latidos acelerados de su corazón. Acaricio su cintura y sus caderas y, una vez más, le repito: —Te amo, mi hermoso Ángel. Y voy a amarte hasta la eternidad.
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