Capítulo 1

1872 Palabras
Fabiola Fulmino con la mirada mi puerta. Espero que se desintegre al igual que la persona tras ella, golpeando cada dos segundos y llamando mi nombre. —Sé que estás ahí, Fabi. Abre la jodida puerta o voy a traer el hombre más grande del mundo y lo obligaré a romperla. —¿Cómo vas a obligar al hombre más grande del mundo, Manu? ¿Podría romperte a ti si lo quiere? —No lo sé Tere, le prometeré sexo en tu nombre. —¿Qué? estás loca, no quiero acabar con el hoyo más grande en el trasero. —Y yo pensé que así de grande ya lo tenías, con lo promiscua que eres. —¡Mira quién habla! La chica callejón. —Ya cállense las dos, todo mundo nos mira y escucha. —Ay Rosi, no seas mojigata que tú también... —¡Váyanse! —grito. No quería hablarles, ni hacer obvio lo obvio, que estoy aquí; pero de verdad no quiero que alguno de mis vecinos llamen a la policía y les pase algo. Y menos a Manu, que se casó ayer y hoy está aquí en mi puerta, preocupada por mí. —No vamos a movernos de aquí, así que abre la puerta —grita Manu. —Hemos traído muffins y café para acampar aquí. Tarde o temprano tendrás que enfrentarnos —exclama Tere y sé que es cierto. Ellas no se irán hasta que me hayan comprobado. Suspiro y decido levantarme del sofá que desde ayer se convirtió en mi refugio. No me atrevo a comprobar mi estado en el espejo, sé que es horrible, aún tengo el maldito maquillaje de ayer; el vestido lo destruí y dejé en mi habitación. Junto con la maldita hoja de papel que se burla de mí con el resultado positivo. —Oh mi Dios —jadea Manu —¿Qué mierda te pasó por encima? —espeta Tere y Rosi la golpea en la cabeza—. ¡Auch! ¿Qué demonios? —Agradece que fue la mano de Rosi y no la mía, Tere. Yo si te hubiera arrojado al piso. —Vuelve sus ojos preocupados hacia mí y se lanza a abrazarme—. ¿Estás bien? —susurra. Niego con mi cabeza y la abrazo también. El resto de las chicas se une al abrazo y es ahí cuando rompo a llorar nuevamente. ¿Qué sería de mí sin ellas? Manu me empuja hasta el sofá, Tere deja las bolsas que trajo en la mesa de centro y Rosi se dirige a las cortinas para correrlas y traer la luz a mi lugar. Mi casa es un desastre. Tere destapa un jugo embotellado y Manu me acerca un muffin. —Come —ordena—. No tengo que preguntar, sé que no has comido nada desde ayer. Hazlo. Asiento y tomo lo que ofrece. Veo como Rosi y Tere empiezan a recoger el desastre que hay en el suelo y las otras superficies de mi casa. Manu me vigila, comprobando que efectivamente esté dándole algo más que agua a mi estómago. —Te dimos veinticuatro horas para que tuvieras tu crisis Fabi —comienza, una de sus manos viene y toma la mía—. Ahora es tiempo de la confrontación y la intervención. Dinos, ¿Es cierto? Trago fuertemente. Tomo una respiración profunda y me ordeno a mí misma no llorar, no romperme nuevamente. —Si —susurro. —¿Es del contador? —pregunta Tere, viniendo hacia mí y sentándose a mi lado. —No —grazno y bebo un poco de jugo. —Dijiste que no era problema de mi hermano, y sé que ustedes no han estado juntos. Así que... —¿Qué sucedió Fabi? —Rosi toma el lado de Manu—. ¿Acaso no confías en nosotras? sabes que jamás te juzgaríamos, por qué nos ocultaste esto. —P-porque... lo siento —murmuro y empiezo a llorar de nuevo. —¿Por qué te disculpas? —reprende en tono suave Manu—. Tú no nos has hecho nada. Somos nosotras las que debemos disculparnos contigo. Sospeché que algo pasaba desde que me comprometí con David. Lamento haber estado tan centrada en la boda y no percatarme de que nos necesitabas —suspira y se ve tan arrepentida que me siento mal—. ¿El bebé está bien? —No lo sé. —¿Tampoco sabes de cuánto estás? —No me lo han confirmado, pero teniendo en cuenta la última vez que estuve con alguien, creo que un mes. —Debemos ir al médico —ofrece Tere—. Asegurarnos que todo está bien, comprar las vitaminas, hacer los exámenes. —Es lo mejor —concuerda Manu—, no quiero que te pase algo a ti o a la criatura. —Sus ojos se tornan húmedos y sé que está pensando en lo que vivió hace algunos meses. —N-no quiero ir... sola. —No vas a ir sola, para eso estamos nosotras. Vamos a cuidarte y a acompañarte en cada paso que des. —¿No se supone que debes estar en tu luna de miel? —Sí —responde con una sonrisa—, pero mi mejor amiga me necesita. Y tú vienes antes que cualquier hombre en mi vida. Todas ustedes. —Les doy una mirada a cada una de mis amigas y retengo mi labio tembloroso. —¿Tú esposo está bien con esto? —Por supuesto, y si no lo estuviera, me divorciaría de él ahora mismo. Ustedes son mi familia, y la familia está primero. —Amén, hermana —concuerda Tere. —Juntas, siempre juntas —murmura Rosi con una dulce sonrisa. Dejo que algunas lágrimas se derramen de mis ojos y abro mis brazos para un abrazo. Las necesito y ellas están aquí para mí. —Vale, ahora vas a alimentarte mientras nosotras nos encargamos de este desastre. —Tere se levanta y aplaude. Las demás chicas obedecen y se reparten el trabajo de mi hogar. Mientras sigo devorando lo que me han traído para comer, las observo ayudarme y le agradezco a Dios por ellas. Son únicas. Una hora después, cuando me he duchado y he alimentado mi cuerpo —y a mí bebé— yazco en mi cama, con mis tres mejores amigas a mi lado, viendo la repetición de Chicago Fire. —¿No van a preguntarme por él? —susurro, las tres se vuelven hacía mí, pero es Manu quien responde por todas. —No. Cuando tú estés lista para decirlo, estaremos dispuestas a escucharlo. —Gracias —respondo. Mi corazón se llena de respeto y amor por ellas. Sé que desean saberlo, sin embargo me dan mi tiempo y no me presionan para decirlo. Aún no me siento capaz de contarles lo que sucedió esa noche. Me avergüenzo de ello. Alguien toca a mi puerta nuevamente. Me remuevo en mi cama y golpeo —sin querer— a Rosi. —¡Ouch! —murmura y se endereza en su lugar. —¿Quién carajos es? —gruñe Manu—. Son las dos de la mañana. —Ve a ver —ordena Tere en un murmullo somnoliento. —Bien. Escucho a Manu dirigirse hasta la puerta y comprobar quien es. Una maldición sale de sus labios y eso nos alerta a todas. —¿Es un ladrón? —pregunta Tere haciéndonos resoplar a todas. —¿Cuándo has visto que un ladrón toca para entrar a una casa? ¿Eres tonta o te haces? —Lo siento, súper Rosi; no funciono muy bien cuando estoy medio dormida. —Es Fernando —dice Manu regresando a la habitación. Me tenso inmediatamente y niego salvajemente con mi cabeza—. Dice que no se irá hasta hablar contigo. —Dile que se vaya —pido. —Ya lo hice, dijo que no y ahora se ha sentado en el pasillo. —No puedo hablar con él, no quiero. —¿Estás segura que no es su bebé? Fulmino con la mirada a Tere y gruño—: Totalmente segura, para esperar un hijo de él tendría que haber tenido sexo con él. No pasó. —Bueno, él no te merece —gruñe mi salvaje amiga—. Y perdóname la vida Manu, sé que es tu hermano; pero ha sido un completo hijo de puta con Fabi. —No te disculpes, estoy de acuerdo contigo. Mi hermano es un idiota y si está sufriendo ahora, es su culpa. —¿Sufriendo? —pregunto molesta—. ¿Él sufriendo? —Sí —responde manu y se encoje de hombros—. Él te ama y ahora tú esperas un hijo de... otro que no es él. —¿En serio? —gruño indignada—. He estado toda mi jodida vida tras él como un perrito faldero, y nunca, ¡Nunca! Fue capaz de verme y darme mi lugar. Tuve que ver su desfile de mujeres, aceptar cada uno de sus rechazos ¿y ahora dices que es él quien sufre? —Oye —exclama levantando sus manos—. Yo siempre he estado de tu lado. Sé por todo lo que has pasado Fabi, sólo digo que él merece estar así ahora. Si caíste en los brazos de otro hombre es su maldita culpa no tuya. —Así es —acuerda Rosi. —Merece llorar por ti ahora. —Yo no necesito que llore por mí ahora. Sólo quiero que me deje en paz. —Eso está difícil —suspira Manu—. Sí algo debemos resaltar de los Quintero, es nuestra tenacidad, persistencia y empeño. Ahora es a ella a quien fulmino. Me levanto de mi cama y voy hacia la cocina, tomo uno de los recipientes y lo lleno de agua fría. —¿Qué haces? —pregunta Tere. —Apagar la tenacidad de un Quintero —gruño—. Si algo debemos resaltar de los Ospina es su obstinación y el mantenerse firme en sus decisiones, y yo ya he decidido que no quiero a Fernando en mi vida. Ante la mirada atenta de mis tres mejores amigas, camino a la puerta de mi apartamento, la abro y me congelo. Ahí, en toda su espectacular gloria, Fernando me mira de pies a cabeza, comprobándome. Sus ojos se oscurecen un poco, puedo ver los círculos oscuros bajo ellos, su arrugada ropa, el cabello alborotado como si pasara sus dedos por él cada dos segundos, el cansancio y la ansiedad; pero lo que me enfurece es el alivio, el alivio que siente al ver que he abierto mi puerta. El no merece estar aliviado. Porque no he abierto mi puerta para dejarlo entrar... la he abierto porque lo que quiero es que se vaya. Tomo el balde y lo arrojo en su cara, jadea y brama por la sorpresa; el agua moja su rostro y su pecho, sus ojos se abren totalmente y su boca intenta articular palabra. —Vete, y no vuelvas. Pinta un maldito bosque y piérdete en él. ¿Entendido? —gruño y con toda la energía y fuerza interior que reúno, le cierro la puerta en la cara. Adiós imbécil. 
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