I Prologo

1925 Palabras
La presentación terminó y un mar de aplausos inundó el espacio de aquel anfiteatro. Las luces se encendieron cuando la pantalla del proyector desapareció de la pared. ― Muchísimas gracias al Dr. Darío López por tan magnifica presentación. La voz del moderador del evento pronunció su nombre cuando él empezaba a bajar las escaleras. Todos sus colegas reconocían en ese momento la significancia de su ponencia, y él sin embargo, a pesar de ser un expositor regular en congresos de psicología y psiquiatría clínica, aun no lograba acostumbrarse a ese momento incómodo. Muchos aplausos, fotos y apretones de mano. Llegó hasta la mesa del catering para pedir un vaso con agua. Tenía la garganta seca luego de haber expuesto durante casi dos horas. El aforo del evento no se había completado, pero unos noventa y cinco asistentes a un congreso regional de psicología de la localidad de Córdoba, no estaban nada mal. Darío López era un respetado psiquiatra de la capital Argentina. A sus treinta y cinco años había logrado establecerse como una eminencia en los casos de estudio referente a las dependencias y trastornos de conductas disociativas. La ponencia que había decidido compartir esa noche versaba sobre una de las situaciones más recurrentes en sus pacientes: Relaciones de dependencia entre conyugues. Miró la hora en su reloj de edición limitada y confirmó lo que temía: no iba a poder tomar el vuelo de regreso a casa esa misma noche. Su esposa y su hijo quedarían esperándolo hasta el otro día. La idea no le agradaba, pero no había mucho que pudiese hacer en ese caso. Decidió entonces tomárselo con calma, tal vez solo aprovecharía el resto de la noche para ponerse al día con viejos colegas de la facultad. Buscó a vuelo de pájaro alguna cara conocida en las cercanías. Fijó su vista en un grupo de hombre de mediana edad, vestidos todos con trajes de colores tristes. Pidió otro vaso de agua antes de iniciar la socialización. Cuando volteo se encontró de frente con una chica que le miraba expectante. ― Disculpe doctor, mi nombre es Sophia Alarcón. Soy psicóloga de la ciudad de Buenos Aires. Una mujer de unos treinta años de edad con un rostro hermoso se encontraba frente a él. Darío se acomodó la corbata incomodo por el abordaje de la chica. La discordancia de ese lindo rostro en el lugar era grande pues se encontraba rodeada de muchos hombres calvos y arrugados que ya pasaban los cincuenta, y ahí se encontraba ella, reluciente, como una aguja en medio de un pajar. Darío extendió su mano ofreciéndola en un saludo cordial. ― Darío López, señorita ―saludó con la voz un poco temblorosa―. Dígame en que le puedo servir. ― Me encanto su ponencia ―respondió ella mientras estrechaba su mano respetuosamente―, y me encantaría poder hacerle algunas preguntas al respecto. Darío sintió un respingo en alguna parte de su cerebro. Sophia era una mujer hermosísima, de eso no cabía duda. Su cabello n***o y largo, peinado en una cola de caballo que llegaba a la parte baja de su espalda contrastaba con la lozana tez de su rostro perfecto y agraciado, haciendo que resultara en una combinación que calaba por completo en sus gustos específicos. Desde luego que él no tenía en sus planes serle infiel a su esposa esa noche, así que busco la manera de fajar aquella situación por lo sano. ― Estaría encantado de recibirla en mi consultorio cuando guste ―repuso Darío tratando de sonar lo más cortes que le fuese posible―. O también podría invitarla a mi casa y así poder charlar sobre el tema… mi esposa prepara una pasta riquísima. Podría usted acompañarnos con su… ¿tiene pareja? Sophia reacciono de manera extraña. Como si la pregunta le resultara incomoda. Pero tras un breve debate interno, mostró el anillo de su mano izquierda. ― Estoy casada ―respondió Sophia con un dejo de tristeza en su voz― de hecho, sobre eso quiero hacerle las preguntas… digo, por el tema de su presentación. Mi matrimonio de alguna forma entra en esa categoría de “Relaciones dependientes”… Disculpe por favor que me tome el atrevimiento de hacerle una confesión tan fuera de sitio. Darío se alivió de saber que por lo menos ella también estaba casada y que la conversación que ella proponía era algo de tipo meramente profesional. Aunque por lo visto, al igual que el suyo, el de ella, no era un matrimonio normal. Bajó un poco la guardia y decidió entonces mostrarse menos reactivo. ― Que interesante… una psicóloga involucrada en una matrimonio dañino. Que cosas puede enterarse uno. El chiste bien intencionado logro surtir un efecto positivo en el ánimo de ambos. La sonrisa de Sophia era agraciada y le daba a su rostro una proyección mucho más llamativa. ― Y eso que no le he contado lo mejor: mi esposo fue mi paciente… bueno, aún lo sigue siendo. ― Esa historia quiero escucharla ―Dijo Darío rascándose la cabeza en un exagerado gesto de no entender. ― Estaría encantada de contársela y saber su opinión doctor López. ― Por favor llámeme Darío ―le dijo sonriendo. ― Bien Darío. ¿Qué planes tiene ahora mismo? Aquí en el hotel hay un restaurante que sirven unos postres deliciosos, podríamos ir ahí y aprovecho y le cuento. Darío, ahora mucho más relajado por las revelaciones recientes, se sintió cómodo con la propuesta. ― Me parece perfecto, pero yo invito. Sophia no opuso resistencia, entonces ambos se encaminaron al lobby del hotel, para enfilar rumbo al restaurante. Luego de ordenar y tras intercambios breves de datos insignificantes, entraron de nuevo en el tema que les ocupaba. ― Me intriga mucho ―se aventuró el psiquiatra a decir―, que situación puede llevar a una profesional como usted a quebrar los códigos de ética y enamorarse de un paciente… y ojo que no la juzgo. Yo también tengo rabo de paja. ― Bueno la verdad es una historia muy larga ―dijo la psicóloga removiéndose incomoda contra el respaldo de la silla―. Yo estaba recién graduada y comencé a realizar trabajo voluntario en varias zonas rurales de las afueras de la ciudad… el paciente en cuestión empezó a frecuentar mi consultorio, y la verdad es que de inmediato sentí una conexión con él. Al principio todo el trato fue súper profesional, nada fuera de lo común, mas halla de la frecuencia con la que el asistía a verme. ― Primera señal de alerta. ― Pues si… oiga doctor, usted disimula bastante bien el acento ¿verdad que si? ― Es que soy de ascendencia española, y viví en Europa mucho tiempo, por eso no tengo ni mucho del argentino ni tampoco mucho del español… pero no se me desvié del asunto. ― No se preocupe. A lo que vamos ―sentenció sonriente Sophia mientras acomodaba el escote de su vestido azul―. Su historia, la de mi esposo Roberto, era súper complicada y arrastraba múltiples conflictos familiares que le habían dejado graves secuelas de dependencia… sobre todo falencias a nivel materno… ya se imaginara, el sujeto en cuestión desarrollo una compensación de fuerzas conmigo. Apenas empecé a notar la situación, interrumpí su terapia en el acto. Pedí a otro colega que tomara el caso del paciente, y listo. resuelto el asunto. Pero no, apenas pasaron un par de semanas cuando me empecé a sentir triste, inquieta y preocupada por el estado del paciente… y bueno para hacer corta la historia: empecé a darle trato preferencial, consultas a domicilio y terapias experimentales. Una cosa llevo a la otra y así sucesivamente. Ya tenemos tres años de matrimonio. ― ¿Y su matrimonio cómo funciona? ― Me apena decirlo, pero somos un desastre ―la voz de Sophia se quebró al terminar la frase―. Somos una pareja disfuncional: él es un esposo dependiente y necesitado de un exceso de atenciones imposible de suplir, y yo soy una boba que no es capaz de hacer valer en mi matrimonio nada de lo que aplico en las terapias con mis pacientes. Darío comió una cucharada de la torta de chocolate que pidió. Se preguntaba internamente si aquello había sido una buena idea. ― ¿Y sabiendo usted que todo eso está mal, sigue con él? ―la pregunta del psiquiatra fue cortante a pesar de su intención de ser discreto. ― Soy una loca. No hay otra explicación ―Sophia dejó caer la cuchara sobre el plato de flan a medio terminar. ― ¿Me lo pregunta o me lo confirma? La jugada de Darío, de darle un giro cómico a la situación que comenzaba a tornarse densa, fue de efecto inmediato, ya que la sonrisa de Sophia afloro en sus delicados labios. ― Las dos cosas ―dijo Sophia siguiendo el tono de jocosidad. ― Pero hablando en serio, exactamente qué cosas quería preguntarme sobre la ponencia ―dijo Darío. ― Específicamente eso: quiero saber si estoy loca. ― ¿Por casarse con su paciente y auspiciar la agravación de su condición de dependencia filial o por acosar al expositor para hablar sobre temas de su matrimonio? ― Creo que por ambas ―dijo Sophia con cara de no saber que responder―. La verdad ahora que lo pienso es recontra raro que una desconocida se acerque de la nada y empiece a hablar de su vida privada… que pena doctor, es que con su ponencia todo lo que traigo acumulado salió a flote y me superó. Con nadie hablo del tema, y pensé que hablarlo con usted me ayudaría. La verdad que siento mucho haberle quitado tiempo. La joven psicóloga hizo el intento de ponerse de pie y dar la charla por terminada, pero Darío con un ademan de su mano le invito a tranquilizarse, y luego de tragar un último trozo de torta, logró hablarle. ― No tiene por qué disculparse Sophia. Para esta noche no tenía ningún tipo de planes, y pasar la noche charlando con una mujer hermosa como usted, sobre temas que son de mi interés, resulta ser una opción para nada despreciable. Y dígame Darío por favor, ya se lo dije. Las mejillas de Sophia se ruborizaron dejándola en evidencia. Las palabras de Darío le habían devuelto la calma que de a poco le abandonaba. Volvió a tomar un trozo del postre que llevaba rato abandonado sobre la mesa, y recuperó su postura esbelta. Su esposo le dedicaba elogios a diario, pero la experiencia de que un hombre de la estampa de Darío, reconociera su belleza, la tomó por sorpresa y la superó. ― Lo siento Darío, es que pensé que le molestaba mi conversación. ― Para nada ―respondió sonriente el psiquiatra―, al contrario me resulta intrigante su historia… pero lamento decirle que si espera mi ayuda en temas matrimoniales, está hablando con el sujeto equivocado. ― La modestia no le sienta ―replico Sophia con cara de confusión. ― Le estoy hablando desde lo personal… lo profesional es una cosa, eso lo explique en la exposición, pero si le debo hablar desde mi experiencia personal, la realidad es otra. La curiosidad se apoderó de Sophia quien clavó su mirada en los ojos oscuros del psiquiatra. Esa última confesión le confería un giro inesperado a la noche. ― ¿Historia difícil también? ―preguntó la bella Sophia. ― Como no te lo imaginas ―respondió sonriente Darío. ― Le escucho atenta entonces.
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