Capítulo 4

4321 Palabras
Al día siguiente llegué tarde a la escuela, porque al genio de mi mejor amigo, Liam Greenwood, se le había ocurrido la brillante idea de robar mi coche; por ende, tomé un taxi. Cuando lo vi en el corredor, corrí hasta él y lo acorralé junto a los casilleros. -      Liam, cariño – lo tomé del brazo y le sonreí. -      Madie, linda… -      ¿Cómo estás, Liam? O mejor dicho: ¡Secuestra-carros! – gruñí y golpeé su brazo. -      ¿Disculpa? ¿Me has llamado secuestra-carros? – dijo ofendido, y sobando su brazo, con una mueca de dolor en el rostro. – Estás equivocada. Yo te dije que me lo llevaría, pero estabas tan ocupada con tu trabajo que aceptaste sin saber de qué te hablaba. Pude haberte pedido mil dólares y hubieses aceptado – se burló. -      Y si sabías que no estaba en mis cinco sentidos por estar ocupada… ¿Por qué te lo llevaste? – suspiré cruzándome de brazos. Liam se estaba aprovechando de mi amabilidad.   -      Sabes que me derrito por los carros, Madie – me abrazó. -      No me toques, mal amigo. Por tu culpa Nathan me llevó a casa. -      ¿Nathaniel te llevó a casa? – soltó una carcajada burlona. – Creí que lo odiabas – alzó una ceja y continuó. – ¡Pero vaya que avanzan sin mi ayuda! -      No seas tonto – escondí mi nariz en su cuello -      Me quieres así – me abrazó con más fuerza. -      ¡Ay los tortolos! – carcajeó Kim mientras se acercaba. -      Nada de tortolos Kimberly – sentencié mirándola fijamente. -      Si no los conociera diría que son novios – agregó Dani. Fruncí el ceño. -      No sé cuántas veces les tengo que repetir que Liam es mi mejor amigo – me separé de Greenwood. – Es… de hecho mejor amigo que ustedes dos juntas – espeté. Ambas me miraron ofendidas. -      ¡Malagradecida! – gruñó Kim. -      Sí, además a Madie le gusta el tipo ese de su trabajo, y yo estoy pronto de tener novia – soltó Liam. A cada que decía cosas estúpidas me daban ganas de patearle el trasero y arrancarle la cabeza. Tomé una gran bocanada de aire.   -      Retiro lo dicho, ninguno acá es buen amigo – volteé sobre mis talones, con los puños apretados y el rostro desfigurado por fruncir el ceño. -      ¡Madie! – gritó Liam alcanzándome. -      No me hables, eres tan malo, primero te defiendo de ellas y tú lo único que haces es insistir con eso de Nathaniel – gruñí. Estaba a punto de largarme a llorar.   -      Nathan – me corrigió – Tu futuro marido se llama Nathan. -      ¡Ah, te odio Liam! ¿Ves cuan idiota te pones? – grité. Logrando que varias cabezas giraran para mirarme. -      No puedo evitarlo – sonrió inocente. Me agarró del brazo y me hizo caminar hasta el salón. – Además, sabes que te quiero mucho, no lo hago con malas intenciones – explicó. – Soy un chico, hago cosas estúpidas. Aprende a lidiar con ello o despídete de este atractivo rostro. -      Una más, tan solo una más, Liam, y olvídate de mi coche – le gruñí moviendo la cabeza. Él se encogió de hombros aceptando el trato. -      Te doy mi palabra, no te molestaré más con eso de Nathaniel – guiñó un ojo. -      Se llama Nathan – corregí sin querer. Él soltó una carcajada y lo miré amenazante. -      Lo siento, lo siento – murmuró [..] El día jueves llegó en un abrir y cerrar de ojos. Mi padre no había llamado, y yo no sabía exactamente cuándo regresaría de su viaje de negocios.  Es más, ni siquiera la mano derecha de mi padre lo sabía. Yo no le dirigía a Nathan la palabra, no quería sociabilizar con él y que el sueño platónico de Liam se cumpliera; no iba a darle esa satisfacción. Me enfoqué en mi trabajo e intenté no distraerme con sus constantes miradas que me cohibían. Solía guiñar un ojo cuando me daba un mandado. Si no hubiese sido porque era joven y guapo ya lo habría denunciado por acoso laboral. Pero por lo demás mi semana iba bien. Quería ir a una fiesta la noche del viernes con Dani y Kim, y necesitaba dinero. Mi mesada se había agotado pagando el combustible para mi carro y por los cafés que Liam y yo no dejábamos de beber. Más bien, los cafés que yo pagaba y que Liam terminaba bebiendo.   Decidí romper el hielo y me dirigí hasta la oficina de mi padre, para hablar con Nathan casi quince minutos antes de las seis. Quería pedirle un pequeño adelanto, pues él estaba a cargo, él debía pagarme. Entré en la oficina con cautela, él estaba ocupado con unas llamadas y unos cuantos papeles. Me aclaré la garganta para hacer presencia cuando él colgó la llamada y logré que me mirara. Sonrió. -      ¿Qué sucede? – preguntó con tono amable. -      Verás, ahora que estás a cargo... – musité con nerviosismo. Él puso su atención en mí y no evité ponerme aún más nerviosa. No pude continuar con mi frase. -      Toma asiento ¿Qué necesitas? – me miró con interés. Me acerqué y me senté frente a él. -      Pues, mañana en la noche hay una fiesta y necesito comprar algunas cosas y… no tengo dinero – sonreí inocente. -      ¿Quieres un adelanto? – rió divertido – No estoy autorizado – negó con la cabeza. -      No mientas, te vi dándole el adelanto a Andrea – me crucé de brazos – ¿Será que te gusta Andrea y por eso lo hiciste? – no sé por qué dije eso, sonó muy infantil, casi como si lo hubiese estado celando. Un rubor recorrió mis mejillas al darme cuenta de mi insinuación. -      Sí, le di un adelanto a Andrea, y ¿Qué si me gustara? – preguntó. – No te incumbe, a no ser que estés celosa. -      En tus mejores sueños – exclamé cruzándome de brazos. – Lo digo porque Andrea está reservada para Liam – intenté reparar mi error. – Y porque no es justo que le des adelantos a ella y no a mí, Nathan, me tienes como una criada caminando a todas partes con tus encargos – espeté molesta. Él esbozó una sonrisa maliciosa. -      Está bien – terminó por rodar los ojos, divertidísimo. – Te daré un adelanto que descontaré de tu salario – dijo sin dejar de sonreír. – ¿Q qué hora es la fiesta? – preguntó mientras escribía un cheque. -      ¿No crees que estás algo… pasado de edad para asistir a una fiesta de adolescentes? -      No lo digo por eso, tontita – movió la cabeza – Dime la hora. -      Es a medianoche, ¿Quieres decirme a qué hora llegar también? ¿Te crees mi padre ahora? – le gruñí. -      No – musitó sereno – Solo me gusta que te pongas así de molesta, es divertido – se burló. Eso me hizo enojar más. – Te daré el cheque, si me concedes una cena – sonrió mostrando sus relucientes dientes. Al mismo tiempo, mi estómago dio un vuelco. – ¿Qué dices Madie? – yo me quedé de una pieza. ¿Estaba invitándome a salir? -      ¿Qué? – sacudí la cabeza – No salgo con personas como tú – espeté. -      En calidad de amigos, tontita – masculló mirándome a los ojos, haciéndome sentir muy cohibida.  – ¿No pensarás que yo…? – soltó una risa, provocando que me pusiera aún más roja, si es que aquello era posible.   -      No, no… pero igualmente eres un odioso – me encogí de hombros, restándole importancia. -      Quiero arreglar las cosas contigo, Madie, empezamos con el pie izquierdo – dijo con una voz sutilmente seductora. Suspiré, disimulándolo con un bostezo. – ¿Qué te parece si lo remendamos con una cena? Tú, yo, en Middleton, hoy a las ocho y media – me sorprendió que ya tuviese todo pensado. Y Middleton era el mejor restaurante de la ciudad. -      Humm… – estaba nerviosa y no sabía qué responder. ¿Salir con él? ¿Era una buena idea o estaba siento muy tonta al siquiera pensarlo?   -      Vamos, no voy a secuestrarte ni nada. Quiero conservar mi puesto – carcajeó. – Acepta por favor, Madie. Si vas, te daré el cheque – acercó su mano hasta la mía que posaba sobre el escritorio. La aparté rápidamente. -      Esto no es justo, Nathan, me pagarás por acompañarte a cenar – intenté reír, para lucir menos nerviosa de lo que estaba. Él se ruborizó un poco y apartó la vista de mí. – Pero acepto, ve casual, no me gusta tanto la formalidad, y si llegas tarde te… – no terminé mi frase porque no supe cómo continuar. -      ¿Qué vas a hacerme? – rió volviendo su vista a la mía. Por un segundo sentí una muy extraña conexión con sus ojos; fue como escuchar un click dentro de mi cerebro y solté otro suspiro. -      Nada, nada… no llegues tarde y lleva ese cheque – fue lo último que dije antes de salir corriendo.   Llegué al lavabo de chicas y me miré al espejo. Aún estaba colorada, me ardían las mejillas, tenía los ojos brillantes. Me sentía… extraña. Me apresuré a hacerme una cola en el pelo. Tenía calor, y no sé en qué minuto había subido tanto la temperatura. No sabía si era la mirada de Nathan, o su invitación a cenar, o simplemente él… […] Como mi trabajo era hacer aquello que nadie más quería hacer, tuve que ir al estudio de grabación del último piso a ordenar algunas cosas y limpiar lo que alguna celebridad caprichosa ensució ahí. Me encontraba revisando algunos micrófonos malos. Y haciendo una lista de cosas que debíamos encargar. -      Aquí está la mejor amiga del mundo – escuché la voz de Liam a mis espaldas. Corrí a abrazarlo. -      ¿Qué haces acá? – reí. No era como que Liam adorara ir a la disquera muy seguido. -      Te traje un café. Imaginé que no tendrías tiempo de ir por uno tú misma, porque te niegas a llevarle café a tu propio jefe – se burló. Tomé un sorbo y dejé el vaso sobre el aparador. -      Eres mi salvación, Greenwood. Es la primera vez que me compras un café. No… es la segunda – me corregí y besé su mejilla. Escuché que alguien se aclaraba la garganta tras nosotros y volteé, vi a Nathan plantado junto a la puerta, y parecía algo molesto. -      Te dije que no quería a tu novio aquí – musitó muy serio – Deberías estar trabajando, Madie. -      Tú también deberías estar trabajando, ¿Celoso? – dije a la defensiva. Liam se veía muy avergonzado. Pobre, hasta cuando mi padre se iba, había alguien que lo echaba del edificio. -      En tus mejores sueños. Y no me digas qué hacer – Nathan se cruzó de brazos. -      ¿Y qué haces aquí entonces? – pregunté tensando la mandíbula. -      Venía a… venía a decirte algo, pero estás ocupada, cuando termines ve a la oficina, tengo más trabajo para ti –se dio la vuelta y salió de ahí. Me crucé de brazos muy molesta. Estaba un poco confundida, y más que nada, iracunda. ¡Odiaba que todos intentaran apartar a Liam! -      “Es que quiero arreglar las cosas contigo, empezamos con el pie izquierdo” – me burlé imitando una voz grave y haciendo comillas en el aire. -      Hay tensión entre ustedes… ¿Ha pasado algo que sea digno de decirle a tu mejor amigo? – Liam me miró con interés. -      Mi súper Jefe me invitó a cenar para que arregláramos las cosas – musité con fastidio y con arrepentimiento por haber aceptado. De veras hubiese preferido ir a la fiesta con ropa vieja, que tener que pasar una velada en Middleton con Nathan Adams. -      No puedo creerlo. Le gustas – abrió los ojos como platos.   -      ¿No ves cómo me trata? No le gusto en absoluto. Primero es todo un caballero, hasta que me ve contigo y se convierte en un… – me interrumpí para tomar aire. ¿Cómo fui tan tonta? ¿Cómo no me di cuenta? – ¡No puede ser, está celoso! -      Y una vez más mi teoría acierta – dijo Liam imitando anotar un tanto en básquet. -      No. Ahora no podré ir a la cena sin mirarlo diferente – mascullé entrando en pánico. Eso definitivamente no estaba en mis planes. No, no, no… no Nathan. -      No me digas que te gusta también – sonrió Liam. -      No – negué, luego recordé lo roja que me había puesto hablando con él y cómo la temperatura había subido de golpe. – ¿Haz sentido un  click dentro de tu cabeza cuando mantienes contacto visual con alguien, Liam? -      No, pero me suena a lo que dijo Kim cuando conoció a Jordan… ¿De casualidad te ruborizaste y te brillaron los ojos? – inquirió. Por cierto, Jordan era el amor de la vida de Kim. Se amaban eternamente hasta que él se fue a Europa. Desde entonces Kim había estado muy sensible con el tema de su novio a distancia. Entonces, me di cuenta de que sí estaba ruborizada y de que sí me brillaban los ojos hacía un rato. Y era obvio. Simplemente no quería decirlo en voz alta. -      Ay no, por favor mátame, no quiero ir a esa cena – pedí, sacudiéndolo de los hombros. Él me hizo parar y me miró a los ojos. -      Dile que tienes algo que hacer… no lo sé, inventa una excusa – se encogió de hombros. -      Es que no me dará el adelanto si no voy, y necesito dinero, para pagar por tus cafés, para ropa y un par de cosas – gimoteé. -      ¿No hay otra manera de conseguir dinero? ¿No tienes una tarjeta de crédito? -      Mi padre me las quitó todas – rodé los ojos. – Estoy condenada.   Salí a las siete del trabajo, Nathan desapareció misteriosamente. Ni siquiera tenía su número de teléfono para asegurarme de si iría o no a nuestra cena, pero de todos modos, me preparé para ello. Le pedí a Betty que me ayudara con la ropa, no sé por qué me importaba tanto lucir bien. No quería parecer una diva extravagante, por algo le dije que fuera casual a nuestro encuentro; sin embargo, nada parecía convencerme. No sabía qué usar y la hora avanzaba. Para colmo, estaba comenzando a ponerme cada vez más nerviosa acerca de la cena. -      Debe ser un chico importante si te esmeras tanto – rió Betty. Revoleé los ojos. No era ni un chico ni mucho menos era importante. -      Es todo lo contrario – resoplé frustrada. Ella sacó algunas cosas del armario que me parecían lindas. -      No entiendo… si no es un chico y no es importante ¿Qué es? -      No querrás saber – sonreí mientras ella sostenía un vestido a rayas entre sus manos.  - No es una chica – dijo descartando esa opción – Eso lo tengo seguro. -      Digamos que es un idiota, la verdad. -      Y no es importante – afirmó ceñuda – ¿Entonces por qué sales con él? – inquirió mientras me alcanzaba unos lindos zapatos. -      Por cortesía – aseguré “Y porque me dará un cheque”. -      No sé por qué te esmeras tanto entonces. Pero está bien, no vuelvas tarde –pidió antes de salir del cuarto.     Cuando estuve lista, maquillada y peinada, me miré al espejo de la entrada. No sé por qué hacía esto. Es que esa era mi empresa y si yo quería obtenía un adelanto, no era necesario todo el show de la cena para conseguir ese cheque. Pero de todas formas, ya me había alejado bastante de casa cuando me arrepentí.   Llegué a Middleton cinco minutos antes de la hora acordada. Ese lugar me encantaba, era muy elegante, de paredes de piedra, escaleras de mármol, sillas de cuero y una iluminación increíblemente bonita; y si quería podía comer bajo las estrellas. O dentro, con música y un agradable aroma a comida recién hecha.   Aparqué el carro y me encaminé a la entrada del recinto. Antes de poner un pie en la escalinata, alguien me hizo voltear. Era Nathan, y se veía bastante bien. Llevaba unos pantalones negros, zapatos casuales, una camisa abotonada de color gris y el pelo desordenado. Yo solía verlo de traje y con el pelo estrictamente en su lugar. Le dediqué una sonrisa débil y él hizo lo mismo. -       Te vez muy…– se detuvo admirándome de pies a cabeza, finalmente suspiró. – Apropiada – finalizó. Dejándome con la duda de lo que realmente quería decir.   -      Tú también luces muy apropiado – mascullé evitando mirarlo a los ojos para no sentir ese estúpido click -      Hice una reservación, nos sentaremos en mi mesa favorita – me sonrió mientras nos acercábamos al encargado de las mesas. -      ¿Apellido? – preguntó mientras miraba la lista. -      Adams, mesa para dos – musitó Nathan mientras yo fijaba mi vista en piso adoquinado de la entrada. -      Puede entrar Sr. Adams, Srta… -      Jefferson – anuncié. – Madie Jefferson. -      Señorita Jefferson, adelante, por favor. Caminamos atravesando todo el primer piso, hasta llegar justo en medio. En el lugar donde se daba paso al salón de afuera, pero no era justamente afuera, era también dentro. ¿Me explico? La mesa estaba ubicada mitad y mitad. Una parte fuera del recinto, donde comían bajo las estrellas y la brisa otoñal, y la otra parte dentro, con la banda de jazz en vivo y el exquisito aroma a comida. “¡Gran jugada, Nathan!” Tomamos asiento frente a frente, nos dieron las cartas del menú y nos dejaron solos. -      ¿Te gusta la mesa? – preguntó Nathan buscando mi mirada. Yo asentí abriendo mi carta del menú. -      Es genial la ubicación, usualmente cuando Liam y yo venimos aquí no me decido si quiero comer fuera o dentro – sonreí, y de inmediato observé cómo su rostro tomaba una expresión de suma incomodidad – No me malinterpretes, Liam es solo mi mejor amigo – dije rápidamente. Me sentí boba, no le debía explicaciones a nadie acerca de mis salidas con Liam, menos a Nathan. Ni siquiera sé por qué aclaré la naturaleza de mi relación con Liam. -      No parecen solo amigos – sonrió él, un poco más relajado. Moví la cabeza y busqué en la carta algo que me gustara. Yo quería langosta pero era muy costosa, y no quería aprovecharme de su bolsillo – ¿Quieres langosta? – me preguntó como si leyera mi mente. Lo miré sonriente. -      De acuerdo. -      Por cierto, lamento mi actitud hace un rato en el trabajo, soy algo estricto con eso y no quise incomodar a Liam, me cae bien – yo asentí nada cómoda con el tema. “Estricto” ahora sinónimo de “Celoso” Tomaron nuestra orden y nos dieron algo para beber. A mí me dieron soda y a Nathan algo de vino. -      ¿Cuántos años tienes? – le pregunté aunque ya sabía la respuesta, solo quería platicar y no estar sumergida en un silencio incómodo.   -      Veinticinco – sonrió – Trabajo con tu padre desde los diecinueve. -      ¿Estudiaste administración de empresas, no es así? -      Así es, aunque tu padre me enseñó todo lo que sé – se encogió de hombros mientras bebía algo de vino – ¿Tú que piensas estudiar? -      No lo he decidido – admití apenada. A esas alturas debería saberlo. -      ¿Qué es lo que te gusta? – insistió. “Tú” pensé de inmediato, moví mi cabeza para deshacerme de ese pensamiento – ¿Estás bien, Madie?  -      Sí, es solo… tengo algo de jaqueca – me encogí de hombros – No es nada. -      ¿Me dirás lo que te gusta? – preguntó nuevamente. -      Pues me atrae la política aunque suene bobo y no lo parezca – sonreí apenada. -      No suena bobo, de hecho me es grato pensar que una mujer… joven, sienta atracción por la política, no se ve en estos días – me dijo, me sentí bien al saber su opinión  acerca de mi decisión – ¿Qué área en específico estudiarías para ejercer? -      Leyes – admití por primera vez en voz alta. ¡No hablaba de ello con nadie y de pronto estaba soltándole información a Nathan! ¿Qué sucedía conmigo? -      Impresionante – me miró fijo y sentí que mi estómago se encogía, pero de manera placentera – No creí que fuese tan interesante platicar contigo. -      Eso me sonó más a un insulto que a un halago – hice una mueca. -      Lo siento, no era eso lo que quería decir – se disculpó – Me refería a que eres muy agradable fuera del trabajo. -      Me irritan los mandados, por eso soy desagradable ahí. -      Ya me di cuenta, encontraré otro trabajo para ti, más cómodo – guiñó un ojo y miré de inmediato mi plato vacío, evadiendo el gesto. Nos llevaron la comida, una apetitosa langosta acompañada de ensaladas muy refinadas. Continuamos nuestra plática entre risas y discusiones serias. Él era una persona muy intelectual, profunda e interesante. ¡Quién lo diría! -      Si Liam no es tu novio, ¿Cómo se llama el afortunado? – preguntó de pronto. Me ruboricé hasta más no poder. ¿Él creía que un chico podría ser afortunado por salir conmigo? -      No existe – admití – No tengo novio.  -      ¿No tienes? ¿Cómo es eso? Digo una chica como tú…– se detuvo de pronto. -      ¿Una chica como yo? ¿A qué te refieres con eso? -      A que eres… agradable, es decir, es agradable pasar tiempo contigo, y eres muy, si me permites decirlo, muy bonita – masculló desviando la vista de mí a su plato. Parecía apenado. -      Pues gracias – reí nerviosa – Y si no tengo novio, no es porque me falten invitaciones a citas, simplemente estoy bien por ahora. No necesito un chico. -      ¿Entonces nunca has tenido novio? – me miró perplejo. Me ruboricé un poco. -      Sí, he tenido, un par… pero nada serio – dije ya con mi color de piel normal – ¿Y tú? ¿No estás comprometido o algo? – pregunté curiosa y ansiosa de escuchar un rotundo “no”. -      No – respondió para mi alivio. ¿Dije alivio? – No, estoy muy concentrado en mi trabajo y… bueno no he tenido tiempo de conocer a nadie – continuó haciendo una mueca. – Nadie interesante, es difícil encontrar una chica que… – se detuvo una vez más y posó su vista en mi ojos. Sentí ese molesto click en mi cabeza que parecía sonar aún más fuerte que antes. -      ¿Una chica que…? -      Una que me agrade por completo – finalizó. Yo me atraganté con agua. De pronto hacía mucho calor.   Al finalizar nuestra cena casual en calidad de amigos/colegas/lo que sea, salimos de ahí. Ya eran más de las diez. El tiempo había volado y ni cuenta me había dado. Había sido muy gratificante hablar con él y no me arrepentía de haber pasado la velada cenando juntos. Fuera del restaurante, me entregó el cheque. Me sentí mal de que pensara que solo cené con él por dinero, aunque en un principio solo fue por el dinero, luego me di cuenta de que en realidad me agradaba Nathan. Estuve a punto de negarme a recibirlo hasta que de repente una voz en mi cabeza, que parecía disgustada, me dijo: “No seas tonta, solo viniste por el dinero… ¿No?, ¿o acaso ahora te gusta el odioso de tu jefe?” Sacudí mi cabeza y acepté el cheque. -      Te veo mañana – musitó Nathan y besó mi mejilla haciéndome ruborizar una vez más. Suerte que estaba bastante oscuro y era difícil diferencias colores con la poca luz. -      Sí, hasta mañana – dije con una sonrisa nerviosa. -      Y espero que ahora nuestra relación mejore, te daré algo mejor que hacer en el trabajo. No quiero que sufras conmigo de jefe – sonrió amablemente. -      ¡Muy considerado, Nathan! – reí. Me miró un segundo a los ojos, como si quisiera decir algo más, pero al cabo de otro segundo, su vista se desvió al piso. -      Adiós, Madie – finalizó. Se volteó para alejarse, y yo me quedé ahí pegada.   Pasó en menos de un segundo, se volvió otra vez, caminó hasta mí  y me dio un suave beso en los labios. Fue corto, casi sin movimiento… pero me hizo sentir una corriente eléctrica en la espina dorsal tan severa que no fui capaz de moverme. Sus labios eran suaves, y el click se accionó en mi cabeza. Me estremecí, pero no fui capaz de actuar, fue un pestañeo y me quedé petrificada. Cuando se separó de mí, me miró un segundo y corrió hasta su carro. Yo me subí a mi coche, en shock, y apreté el acelerador a fondo directo a casa. Mi mente trabajaba a mil por hora, mi estómago estaba hecho un nudo scout, mis manos temblaban como jamás lo habían hecho. Ese acto que me dejó así, se llamaba beso, y ese beso me lo había dado Nathan, un sujeto increíblemente atractivo y mil veces mejor persona de lo que imaginé. Mi respiración era agitada. ¿Por qué me había besado? ¿Yo le gustaba? ¿Me gustaba él a mí? ¿Era correcto? ¿Qué pensaría mi padre? ¿Qué pensaría Liam? ¿Fue real o lo soñé? Y si lo soñé, ¿Por qué soñé con él? ¿Por qué me provocaba tantas sensaciones un simple beso? Y la duda más grande “¿Qué haré cuando lo vea en el trabajo?”
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