Los primeros días sin Esteban fueron sorprendentemente tranquilos. Fernando se comportaba como cualquier chico normal. Ayudaba a sacar la basura, iba por el pan, ponía música ligera en las mañanas y dejaba los platos en el fregadero después de cada comida. No había insinuaciones, ni frases incómodas, ni miradas que la desvistieran sin piedad. Y eso, extrañamente, inquietaba a Amelia. Al principio lo agradeció. La tensión en su espalda desapareció, su pecho dejó de sentirse tan oprimido. Está bien, pensó. Quizás entendió que no debe cruzar esa línea. Pero con cada día que pasaba, ese silencio empezó a oprimirla de otro modo. La falta de atención. La normalidad. Como si todo lo vivido en las semanas anteriores hubiese sido un malentendido. O peor… como si ahora fuera invisible. --

