Desde los ojos de Fernando

388 Palabras
Lo primero que notó al llegar a la nueva casa fue el aroma. No olía a “padre”, ni a casa vacía. Olía a café recién hecho, a flores en jarrones, a vainilla suave. A mujer. Y entonces la vio. No era lo que esperaba. Amelia no se parecía a ninguna pareja anterior de su papá. No era fría, ni estirada, ni distante. No fingía simpatía, tampoco era coqueta. Tenía algo... auténtico, pero con una sensualidad que no parecía planeada. Era hermosa sin esfuerzo. El tipo de mujer que no necesita mirar dos veces para saber que todos ya la están mirando. Y él… no fue la excepción. Desde el primer cruce de ojos lo supo: ella lo había notado también. Fingió lo contrario, claro. Jugaba el papel de mujer mayor, de figura familiar, de “la pareja de papá”. Pero a Fernando no se le escapaban esas cosas. No se le escapó el temblor de sus dedos al entregarle el jugo. Ni la manera en que evitó volver a mirarlo a los ojos. Ni el rubor casi imperceptible en sus mejillas cuando él bajó del baño sin camiseta. Ella pensaba que él era un niño. Y eso… le fascinaba. --- El vecindario era tranquilo, aburrido incluso. Pero bastaron un par de vueltas por la manzana y ya había descubierto quiénes eran los vecinos, dónde se reunían los chicos, y sobre todo, quién era Dayan. Linda, simpática, directa. Le gustaba ser mirada. Y a Fernando no le costaba darle razones. Le sonreía, la escuchaba, le respondía justo con la medida justa de interés. Sabía perfectamente lo que hacía: estaba actuando, y no por Dayan… sino por Amelia. Porque cuando ella lo miraba desde la ventana creyendo que él no la veía… sí la veía. Cuando fingía leer en el sofá mientras él reía con otra… también la sentía. Y esa noche, mientras Dayan hablaba y reía a su lado, él la escuchaba a medias. Su atención estaba más allá, en la silueta recostada tras la ventana del salón. En ese mechón de cabello suelto. En esos labios apretados. En cómo fingía no mirar. Pero miraba. “Te estoy provocando, Amelia. Y ni siquiera lo sabes.” O tal vez… sí lo sabía. Y simplemente no podía resistirse. Fernando sonrió. Ese juego apenas estaba comenzando.
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