CAPÍTULO 2

1242 Palabras
Capítulo 2: Filete  El trabajo por la mañana fue tranquilo, Nilton no había dado ningún problema y aún no tenía como dejarme mal frente a los altos mandos, así que todo estaba en orden hasta ese momento, pero no podía bajar la guardia. Bajé exactamente a las 12:00 a almorzar, no quería enfermar del estómago de nuevo, pues los problemas de gastritis en mi cuerpo estaban a la orden del día. Pedí un plato de carne asada, arroz y un poco de ensalada fresca, busqué una mesa sola y encontré para mi mala suerte una que estaba cerca de donde se sentaban los gerentes a almorzar. ¡Genial! ¡Nada mejor que escucharlos despotricar de los que estábamos por debajo de ellos! —¿Han escuchado de Luisa? —hablo Karen, una las gerentes que habían trasladado de otra sucursal hace poco —. Quiere pedir un ascenso por los tres años que lleva en la empresa. Es una ridiculez, jamás dejará de ser una vendedora. Y ahí estaba, echando su veneno como solo ella sabía hacerlo. Los gerentes: Mario, Brithany, Reese y Karen, se las arreglaban para siempre hacer sentir inferior a todo el mundo, y ahí estaba yo, bajo los ojos de ellos, pero eso no me importaba en lo absoluto, mientras tuviera mi carne asada, paz en la oficina, paz interior, no dijeran nada de mí y mi proyecto de ventas estuviera terminado, directo y listo para exponer a los dueños, todo estaría bien para mí. No había nada que me pudiera afectar, ni siquiera ellos. —Hace poco escuché que rompió con su novio, dicen que la botó por alguien más. — escuché la voz chillona de Brithany, mientras yo masticaba y degustaba mi comida y también revisaba los correos que llegaban de algunas clientas. —Luisa es demasiado gris y callada, demasiado quieta y eso no les gusta a los hombres —Bufó Reese, creo. Odiaba estar sentada en aquel lugar, Odiaba escuchar como hablaban de Luisa, en especial cuando yo sabía que Luisa era una buena persona y evitaba meterse en problemas, era callada, sí, pero porque le gustaba mantenerse a raya de cualquier escándalo en aquel lugar. Y dado que era una piscina de pirañas era lo mejor. Era una bella chica, apenas dos años menor que yo, su cuerpo era muy delgado y hasta llegaba a parecer débil y delicada, su cabello era moreno y caía en un liso perfecto por su espalda, pero no lo lucía ya que siempre andaba con el cabello hecho trenzas o enrollado en un moño. Sabía de ella que vivía solo con su abuela, sus padres vivían lejos de la ciudad y hablaba poco con ellos. No podía culparla, yo no hablaba con mi familia desde hace años. Durante un rato seguí respirando aquel aire tan hipócrita y venenoso, y no lo digo solo por lo que hablaban de Luisa, sino por las críticas destructivas que le habían hecho a Karen un momento cuando se retiró para ir al baño. Eran insufribles. Me levanté de la mesa, tomé mi comida, metí mi Laptop bajo mi brazo y mi teléfono en el bolsillo de mi blusa de uniforme, una camisa celeste manga larga de botones y una falda negra tubo que me llegaba a dos centímetros de la rodilla; y me pasé a otra mesa que al parecer acababa de quedar vacía. Dejé mis cosas sobre la mesa verde a rayas, con algo de temor ya que era la mesa favorita de algunos altos mandos, y reviré para asegurarme de que nadie ocupara la mesa en la que estaba por si alguno bajaba y me tocaba correr y regresar allá. Miré al frente al momento que un delicioso olor inundó mis fosas nasales y reactivó mi apetito, y encontré un plato de comida a medio comenzar de los platos ejecutivos que nadie se atrevía a costear por temor a quedarse sin dinero para el almuerzo, el resto de la semana. Parecía que lo acababan de dejar y no era mucho lo que le habían quitado, así que cuidando de que nadie estuviera observando lo jalé hacia mí y le di una mordida al delicioso filete que gobernaba la mitad del plato. Estaba tan delicioso que no pude evitar cerrar los ojos y soltar un rescatado jadeo de placer. ¡Sabía mejor que la mismísima Cangre burguer! No las de Don Cangrejo, pero sí las del tío Roger, el del carrito de hamburguesas que vendía cerca del edificio, y quien era algo cangrejo con los precios. Hacía unas hamburguesas con sabor a cielo, pero esto lo superaba por mucho. —¡Pero qué mierda crees que haces! — Escuché un grito fuerte frente a mí, que me hizo abrir los ojos de ipso facto y replantearme la idea de si debía regresar a mi miserable mesa cerca de los subgerentes. Delante de mí se encontraba una mal encarada Wendy, la gerente general de la empresa, arrugando su entrecejo con crudeza mientras que con su mirada fulminante me decía en silencio “te voy a matar si estás haciendo lo que estoy pensando que estás haciendo" y trataba de controlar el temblor en sus labios, quizá para no echarme su enciclopedia de palabrotas encima como casi siempre lo hacía con los demás empleados o mejor dicho con quienes no le caían bien. Supongo que se estaba aguantando por respeto a alguien de mayor rango que ella, y como si eso incitara a mis necios ojos a mirar a la persona que estaba parada a su derecha, llevé mi vista al sujeto la acompañaba. De inmediato me quedé embobada viendo sus ojos color océano, como si aquellos fueran una especie imán, que atrapaban los míos sin lugar a escape. Supe de inmediato que estaba en problemas cuando sus ojos bajaron a mis labios y soltó una risita ladeada. Lo peor que podía pasar, y que con mi mala suerte era lo más seguro, es que el delicioso plato ejecutivo con el que estaba atragantandome en ese momento, fuera suyo. La prueba más clara de ello era que Wendy casi siempre pedía comida vegana, y decía casi siempre porque, no era propio de ella almorzar en la cafetería con personas de puestos inferiores, a los que ella sin ningún atisbo de culpa, respeto o sentido de la igualdad, y con el descaro suficiente con el que podía contar una persona, o incluso sobrepasando ese límite; llamaba súbditos. —¡¿Estás loca?! —reprendió ofuscada. Bajé la mirada y pedí al cielo que no fuera yo la culpable de su SR (Super Rabieta) algo que había aprendido en la película “¿y dónde están las rubias?". Fingí no saber nada sobre el asunto, después de todo no había dicho nombre o apellido… —. Janeth Miller —. Espetó irascible. Me quedé quieta, sin elevar la mirada, observando mi teléfono apagado. Había dicho no era yo. —Su nombre es Jane. —Dijo Nilton, parándose a un lado de la furiosa mujer que ahora tenía sus brazos cruzados y su seño más pronunciado. ¡Qué oportuno había sido Nilton! ¡Imbécil! —¡Jane Miller! —gritó ahora más convencida. Algo me decía que estaba en problemas y, por la mirada intensa del sujeto de ojos azules y belleza jodidamente innegable, que me recorría entera y quemaba cada espacio de mi cuerpo, sabía que no saldría bien parada de aquello.
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