Capítulo N*2

1637 Palabras
El resto del mundo seguía su curso normalmente, personas en sus hogares se preparaban para recibir la noche buena en familia, con amigos y celebrar la festividad con alegría. Sin embargo no todas las familias tenían esa dicha o al menos no para una familia en particular, los Hopkins. Una vez más la hija de Charles Hopkins, su pequeño tesoro, se encontraba con una crisis respiratoria e internada en terapia intermedia, en la sección de cardiología debido a que padece de una insuficiencia cardiaca hereditaria. La joven era paciente habitual del hospital New York-Presbyterian, a pesar de todos los intentos por sanar su corazón, los especialistas no habían conseguido ninguna medicación, técnica o procedimiento que aliviara esa agonía, y con cada año que pasaba el órgano se deterioraba más haciendo que sean frecuentes sus internaciones. Mel se encontraba en una habitación blanca, pulcra y aseada por demás para evitar que cualquier germen la contamine, el olor a cloro y desinfectante ya se habían convertido en su esencia favorita. En las repisas habían peluches y globos en forma de corazón que su padre personalmente se encargó de desinfectar antes de ingresarlos para que decoren el lugar y en una mesita había un pequeño pino navideño con algunos obsequios. Ella se encontraba conectada a varias máquinas que monitorean sus signos vitales las veinticuatro horas del día, en su nariz la bigotera le permitía respirar con menos dificultad y en sus brazos las vías del suero estaban unidos a diferentes medicamentos. Lentamente intentó abrir los ojos después de horas de sueño, su vista estaba nublada, pero de toda forma podía distinguir el fornido cuerpo de su padre junto a su doctor de cabecera, aquel hombre mayor que con cariño la alentaba a seguir con vida y a no perder las esperanzas. Melissa intentaba escuchar la conversación pero era en vano, no podía oír nada, el sonido de las máquinas a su alrededor era ensordecedor o ella estaba demasiado aturdida por la medicación que sentía un zumbido en el oído interno y todo le molestaba, la habitación comenzó girar a su alrededor, ya que intentó incorporarse para observar mejor, lentamente apoyó la cabeza sobre la almohada, sentía mucho vértigo, así que se aferró a la manta para contener el mareo y calmar las náuseas. Aunque no escuchó ni una sola de las palabras que el doctor estaba articulando conocía muy bien a su padre y ver como movía de forma insistente su pierna derecha solo significaba una cosa y era que no estaba recibiendo buenas noticias. Lentamente dejó caer sus párpados que tanto le pesaban y cerró sus ojos e intentó dormir nuevamente, era lo único que deseaba, descansar y no tener que seguir luchando por conseguir lo imposible, cansada y sedada por la medicación cayó en un sueño profundo. El doctor miraba a Charles Hopkins con pena, nunca era fácil dar una mala noticia, y menos cuando conocía tan bien a la familia de su paciente y sentía cierto aprecio. — Señor Hopkins, lo lamento mucho, solo nos queda esperar un milagro— dijo el doctor y con cariño le apretó el brazo en modo de apoyo. —¡Bueno... entonces consiga ese milagro, es víspera de navidad, los milagros ocurren en está época, no puedo perder a mi niña!—habló con desesperación y con los ojos cristalizados—. Haga lo que sea necesario, por el dinero no se preocupe; pero debe conseguir un donante para mi niña —secó sus lágrimas— ¡Por favor doctor, haré lo que usted me pida pero debe salvarla! — No se trata de una cuestión de dinero, así no funciona el sistema señor Hopkins. — Escuche, ella es solo una niña, tiene apenas veinte años, no puede morir, no es justo —entonces se puso de rodillas y suplicó— Tomé mi corazón, yo ya he vivido lo suficiente, sáqueme el corazón y dáselo a ella. El doctor se sentía muy apenado por la situación, así que olvidándose de las formas lo tuteo de manera familiar — Charles, levántate, no sabes lo que dices —lo tomó del brazo y lo ayudó a incorporarse—. No puedo tomar tu corazón, eso sería un asesinato y de todos modos ¡¿Cómo crees que se sentiría Mel de saber que diste tu vida por nada?! —preguntó molesto y lo fulminó con la mirada —. Tu sangre ni siquiera es compatible con la de tu hija, ella tiene el grupo y factor que su madre. — ¡Es mi única hija, no puedo dejar que muera, busca un donante! — Cálmate, ya te he explicado muchas veces que eso no depende de mí. Melissa ha estado en lista de espera por más de seis meses y no hemos conseguido un órgano que sea compatible. — Doctor, no puede decirme que solo tengo unos días para estar con mi niña, no en está época, no de nuevo. — Realmente lo siento, pero sin un donante, Melissa morirá y no hay nada que podamos hacer, solo sedarla y dejarla descansar —dijo el doctor y se alejó con las manos en los bolsillos y mirando el piso apenado. — No lo acepto, ya perdí a su madre, no puedo perder a Mel —gritó para que el cardiólogo lo escuche. Charles nuevamente antes de entrar al cuarto de su hija se limpió la cara, se desinfectó las manos con alcohol como era el protocolo, luego se colocó la bata pertinente sobre su ropa, y cubrió su boca con un barbijo. Al entrar se sentó a lado de su pequeña, le tomó una de sus manos llenas de hematomas por tanto pinchazos y la besó con delicadeza. — Mi vida, no te dejaré morir —prometió con los ojos desorbitados por el dolor y rayando a la locura —. Te prometo que encontraré la forma de conseguir un corazón aunque sea lo último que haga en mi vida —dijo y comenzó a llorar con desesperación. Melissa podía sentir a su padre llorar, así que apretó su mano y haciendo un gran esfuerza por despertar, lentamente abrió sus ojos y con una voz apena audible le dijo — ¡Día difícil en la oficina!—dijo cómo era su saludo habitual cada vez que veía a su padre afligido. — Un día muy difícil mi niña, pero no te preocupes, papá va a solucionarlo como siempre —contestó Charles levantando la vista y mirando a su pequeña le preguntó —. Cariño, ¿Cómo te sientes? — ¡Como si tu oficina me hubiera aplastado! —bromeó e intentó sonreír. — Mel, será mejor que descanse —dijo mirando en unos de sus monitores como se le acelera el pulso. — Papá, ya descansé bastante —habló y se acomodo la bigotera para respirar mejor—. Necesito saber que te dijo el doctor. — Solo debes descansar, en unos días volveremos a casa —mintió. — Papito, siempre fuiste un mal mentiroso. — Solo duerme, papá tiene cosas que hacer. — De acuerdo. Charles se puso de pie y con cariño besó la frente de su pequeña y entonces sintió que tenía su temperatura elevada y al mirar uno de los monitores comprobó que tenía fiebre, así que presionó el botón para llamar a la enfermera y salió del cuarto. En el pasillo se sacó toda la ropa, justo a tiempo para ver que en la habitación continua ingresaban a un hombre recién intervenido quirúrgicamente. La enfermera llegó a su lado trayendo consigo el informe del hombre de al lado. — ¡Oh que torpe soy! — ¿Qué sucede?—preguntó Charles. — Me olvide entregar el informe del paciente de la habitación 312 al doctor antes que se retire —respondió mirando la planilla —. Lo siento, regreso enseguida. — Por favor señorita, mi niña se siente mal —suplicó—. Tiene fiebre y solo le pido que le administre el antitérmico para calmar su sufrimiento, usted sabe su condición. — Pero y el informe... — Yo le alcanzó la planilla al doctor mientras usted se ocupa de mi hija —sugirió y le quitó el informe prácticamente de la mano —. No se preocupe, soy de confianza. — De acuerdo, solo porque es usted —respondió con una sonrisa. Charles vio como la enfermera entró al cuarto de su hija y le revisaba los monitores; entonces él comenzó a caminar leyendo la historia clínica, al parecer era un NN que había recibido un disparo en el bazo, lo que le provocó gran pérdida de masa y por tal motivo lo tuvieron que extirpar por completo. No había nombre, edad, dirección, contacto de emergencia, ningún dato personal, solo había un reporte donde decía que era víctima de un asalto. El análisis de toxicología y alcohol en sangre había dado negativo, lo que significaba que no se trataba de ningún adicto. Todo era un misterio alrededor de ese hombre, entonces se detuvo en seco al leer su grupo sanguíneo, el peso estimado y la altura. Ese hombre era compatible con su hija y al parecer nadie lo extrañaría si dejará de existir ya que no tenía familia, ni amigos que reclamen su presencia o velen por su sueño. Tomando la lapicera que colgaba del informe y con la mano temblorosa pero sin ninguna duda marcó con una cruz el casillero de donante de órganos. Su estado era crítico y Charles no iba a desaprovechar está oportunidad de conseguir un corazón. Estando frente a la puerta del cuarto 312, golpeó varias veces de manera insistente, estaba nervioso, pero ya no había marcha atrás. De repente la puerta se abrió y el médico cirujano lo atendió, Charles le entregó el informe y se alejó rápidamente de ese lugar.
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