—¿Qué? —murmuró Mely, sintiendo como si el suelo se hubiera desplomado bajo sus pies. Durante veinte años, había sabido que este momento llegaría eventualmente, pero siempre había parecido como una amenaza distante, no una realidad inmediata que la golpeaba en plena madrugada. —Sí. Así que es mejor que seas libre —continuó el Dr. Weber, sacando una pequeña cadenita de plata de su bolsillo con movimientos que revelaron años de culpa acumulada—. Busca a tus padres. Esto es lo que me dieron cuando te tuve en mis brazos para entrenarte. La cadenita brilló débilmente bajo la luz de emergencia, con su dije en forma de hoja de otoño capturando los destellos como si contuviera memorias cristalizadas de una vida que Mely nunca había conocido. —Esta cadena llegó contigo cuando eras bebé. Los dir

