—Es que es obvio que vas a hacer lo que yo diga. Ya te lo dije —declaró Hamsa con voz que salió más áspera de lo pretendido, cargada con mezcla de frustración y resignación que apretaba su pecho como puño cerrado. Melanie lo miró con esos ojos verdes que brillaban húmedos por lágrimas contenidas, con sus manos todavía temblando visiblemente a sus costados. Tragó profundo, sintiendo cómo la saliva bajaba áspera por su garganta seca, y respondió con voz que apenas era susurro derrotado: —No me queda de otra... señor Hamsa. Las palabras colgaron entre ellos como sentencia final, como puerta cerrándose con eco definitivo que resonó en el apartamento silencioso. Hamsa sintió algo retorciéndose incómodo en su pecho ante esa confirmación resignada. No era lo que había soñado durante esos trec

