Hamsa, quien esperaba apoyado contra la pared del pasillo justo afuera del baño, con los brazos cruzados sobre su pecho desnudo y masivo, se quedó completamente petrificado. Sus músculos se tensaron automáticamente, como si acabara de recibir un golpe físico que no había anticipado. Las palabras resonaron en sus oídos con una claridad que lo dejó sin procesamiento mental inmediato: ¿Esta pequeña prisionera, que debería estar aterrorizada, temblando, rogando por su vida con lágrimas y súplicas desesperadas, acababa de insultar su baño? ¿Su baño? Sus ojos azules parpadearon varias veces, con sus cejas gruesas frunciéndose hasta casi tocarse mientras intentaba reconciliar lo que acababa de escuchar con la realidad de la situación. Una vena comenzó a pulsarle ligeramente en la sien. —¿Qué m

