El pensamiento la llenó de una mezcla de terror y extraña aceptación, como si ya hubiera pasado por todas las etapas del duelo y hubiera llegado a la resignación. Entonces, Hamsa, tomando la decisión de cambiar su enfoque, intentó por primera vez en su vida adulta algo que nunca había hecho antes: cortejar a una mujer. Era un territorio completamente desconocido, como pedirle a un tiburón que nadara en círculos amistosos. Rascándose el pecho con movimientos que pretendían ser casuales, le dijo con voz que intentaba sonar suave pero que salió con su gravedad natural: —¿Oye…tienes... hambre? La pregunta colgó en el aire como una rama de olivo extendida torpemente. —Eh... no gracias señor —respondió Melanie nerviosa, aún sin mirarlo, ajustando la bolsa de hielo sobre su pie lesionado con

