Minutos más tarde, en el apartamento de Hamsa… El gigante se había quedado todo este tiempo sentado en el sillón frente al sofá donde yacía Melanie, con sus ojos azules fijos en su rostro inconsciente mientras se llevaba mecánicamente a la boca un malvavisco tras otro de una bolsa gigante. Los dulces blancos y esponjosos contrastaban absurdamente con la brutalidad de la situación, como si un oso polar estuviera comiendo nubes. El sedante estaba dejando de hacer efecto. Hamsa notó cómo los párpados de Melanie comenzaron a temblar ligeramente, cómo sus dedos se contrajeron casi imperceptiblemente, cómo su respiración se volvió menos profunda y más irregular. «¡Ya se está moviendo la maldita! —pensó, sintiendo cómo su corazón latía con anticipación mezclada con algo que no podía identifica

