Lars
Stella se remueve ligeramente en mis brazos, emitiendo un suspiro casi inaudible. Sigue profundamente dormida, ajena a la tormenta silenciosa que me provoca su cercanía.
Es… dolorosamente hermosa.
Su piel blanca, suave como el mármol, está salpicada por diminutas pecas que solo se revelan si las buscas con verdadera devoción. Yo lo hago ahora, recorriéndolas con la mirada, atrapado por el contraste entre su fragilidad aparente y la fuerza callada con la que me desarma.
Nunca había traído a una mujer a mi piso. Jamás.
Mis encuentros, todos ellos —precisos, controlados, sin desvíos emocionales— sucedían en el club o en hoteles cuidadosamente escogidos. Espacios neutrales, seguros. Lugares donde no había cabida para el error ni para las grietas.
Pero Stella ya había dormido dos vec
