El amor de un padre es más poderoso que el dinero o la fama.
Alec y yo llegamos a la cocina. Él me ayudó con cuidado a sentarme en una de las sillas y fue a buscar los ingredientes para cocinar. Mientras lo observaba, vi sobre la mesada salmón, jugo de naranja, ajo molido, una naranja y una salsa que no logré identificar.
—Queridos Alec y Loreine: Espero que se encuentren bien. Les cuento que logramos salvar algunas ciudades del reino vecino y del nuestro, pero todo es un desastre total. Aun así, seguimos luchando, aunque es complicado con el ejército de los orcos.
Los extraño tanto a los dos, espero que estén bien y sanos; eso es lo que más me importa ahora. Les escribo para decirles que los amo mucho. Si quieren contarme algo interesante, háganlo con la escritura secreta que les enseñé, es para prevenir.
Espero con ansias su carta y sus aventuras. No se olviden de este viejo, intentaré escribirles más seguido. Los amo y se cuidan.
Saludos, su padre.
Terminé de leer y el silencio se apoderó del lugar. A pesar de todo, sabíamos que nuestro padre estaba preocupado, y eso calaba profundo en mi pecho. Lo malo es que estaría solo luchando contra los orcos. Bueno, tiene a los nobles y al pueblo que lo apoyan, al igual que a los soldados del reino que luchan a su lado... Pero yo debería estar ahí: a su lado.
—¿Cuál es la escritura secreta? —preguntó mi hermano, intentando romper el hielo.
—Sobre lo de los colores. Recuerda que cada uno tiene un significado que él definió.
—¿Le vas a contar sobre tu...? Ya sabes —preguntó en voz baja, por si acaso alguien nos estuviera espiando.
—Sí, él tiene que saber. Le contaré sobre eso, pero no que estuve inconsciente; no quiero preocuparlo más de lo que está en estos momentos.
Mi hermano solo asintió, indicándome que empezara a escribir, y luego se puso a cocinar. Me quedé mirando a mi alrededor y, con un movimiento de dedos, abrí un portal hacia mi habitación. Dirigí la mano hacia el escritorio del otro lado, agarrando un par de hojas blancas y una pluma de tinta negra. Saqué la mano del portal con todo en mano, y lo cerré con un chasquido. No sé cómo logré hacer lo que hice; solo lo hice, aprendí a manejar mi magia por mí misma.
Querido padre:
Estamos encantados de recibir una carta tuya. Pedimos disculpas por no haberte escrito antes, hemos tenido muchas cosas y, bueno, de mi lado, un ligero n***o. Nosotros también te extrañamos un montón. Para mí es difícil estar lejos de casa y del reino, pero para Alec no, como sabes, él tomó la decisión de ser el futuro director. Estas semanas he aprendido muchas cosas muy interesantes y, bueno, espero volver al reino cuando todo esto se termine.
Te hablaré de ese tema. Ese ligero n***o fue un día en que el tío Damon me enseñó a montar un dragón. ¡Literalmente, es increíble! Perdón, me desvié del tema. Me encontré con mi azul. Ahora estoy un poco débil, pero me recuperaré, confía en mí. Es nuestro verde, papá. Después te contaré todo con más detalle. Te amamos, cuídate. Y por favor, papá, ten mucho cuidado con los traidores y con el ejército de los orcos. Estoy bastante aterrada por esta situación y más aún por tu vida. Por favor, cuídate, te lo pido.
Firmé la carta con mi nombre y estampé el sello de la academia Wikravil en la esquina inferior. Me quedé pensativa frente a las palabras de colores que usé: cada una tiene un significado especial; el n***o representa problema, el azul la magia, el verde un secreto.
—Ya la terminé de escribir —susurró, dejando la pluma y la hoja a un lado de la mesa.
—Me imagino que le dijiste que lo extrañamos mucho y que se cuide, ¿verdad? Y también usaste esas palabras clave que nos enseñó, ¿verdad?
—¡Mejor no digo nada! —murmuré con sarcasmo.
Mi hermano se rió y siguió cocinando, mientras yo sacudía la cabeza. Inhalé profundo y releí la carta de papá hasta suspirar con un nudo en la garganta. Dolía mucho, pero debíamos ser fuertes. Ya que no llevaba ni un mes aquí, parecía estar encarcelada y sin libertad, pero no era así, ya que sí tenía la libertad, solo que pensaba de ese modo por el miedo.
—Lo extraño —susurró mi hermano, con la voz quebrada—. Debí ir con él a la guerra, pero él no quiso.
—Seguro quería que te cuidaras —le respondí, moviendo los pies inquieta, sin saber qué decir.
—No, en realidad sí... Pero fue por la obligación de ser el director, y también por ti. No quería que te quedaras sola aquí en la academia y sin alguien que te cuidara.
—¡Entonces, escríbele una carta a papá, Alec! Él te extraña mucho y extraña hablar con su hijo. Deja de lado ese miedo y escribe contando todo lo que te está afectando. Es nuestro padre y quiere saber más de nosotros —dije con voz autoritaria.
Mi hermano se quedó en silencio, mirando la hoja en blanco sobre la mesa. Después levantó la vista hacia mí, asintió con tristeza, y por un instante dejó la comida a fuego lento, como si el tiempo se detuviera. Se acercó a la mesa, tomó asiento, agarró la pluma y empezó a escribir. Vi cómo sus ojos se llenaban de lágrimas, lo que me rompió el corazón, porque desde que nuestra madre falleció nunca lo había visto llorar. Le di un par de palmaditas en la espalda. Él solo reía, pero su risa era ahogada, como si intentara esconder su dolor.
Lo dejé escribir y solo me levanté. Intentaba caminar, aunque mis pasos seguían siendo torpes. Nunca imaginé que liberar esta magia me dejaría como un cervatillo intentando dar sus primeros pasos. Me volví a sentar y me quedé vigilando la comida. Se podía sentir cada aroma de los ingredientes; tenía hambre, pero aun así la comida todavía no estaba lista. Entonces, escuché un sonido suave. Me volteé a ver a mi hermano; ya había terminado de escribir la carta. Él solo me sacudió el cabello y sonrió, aunque su mirada seguía triste.
—En un rato mandamos las cartas —me dijo—. Mientras tanto, puedes ir guardándolas en un mismo sobre. Ya sé que te encanta ponerles tu toque especial, un tierno dibujo.
—Ya no soy una niña para hacer eso —hice un puchero.
—No seas amargada. Un dibujito, hazlo por papá. Tú sabes lo mucho que a él le gustan tus dibujos, aunque sean los básicos, y sacaste su habilidad en el arte, algo a lo que nunca le prestaste atención.
Suspiré profundamente, sintiendo cómo una mezcla de calma y nostalgia me invadía. Agarré la pluma con suavidad y empecé a dibujar un par de estrellas, conectándolas con líneas finas para formar una constelación. Era lo único que se me ocurría hacer en ese preciso momento, como si esas estrellas pudieran atrapar mis pensamientos dispersos y darles sentido. El papel blanco se iba llenando de puntos que le daban una chispa de luminosidad, pequeños destellos que parecían reflejar mis emociones. Dejé la pluma a un lado y miré el dibujo con una mezcla de satisfacción y timidez, ya que nunca me animaba a mostrar lo que pintaba o dibujaba. Entonces, le mostré la constelación a mi hermano. Al ver la sonrisa que iluminó su rostro, sentí que una ola de felicidad me atravesaba. Su alegría era un reflejo de la mía, y por un instante, todo parecía estar en perfecta armonía.
—¡Vaya, qué talento! Y nunca te animaste a mostrarlo, ¡qué boba! —dijo, sorprendido, observando con atención, aguantando la risa maliciosa.
—¡Gracias! Y deja de decirme boba, siempre fui tímida para estas cosas —dije feliz, agarrando las cartas y guardándolas en el sobre con mucho cuidado.
Me sentí aliviada, pero al mismo tiempo, era como si millones de sombras se posaran sobre mí, impidiéndome enviar la carta. Peor aún, sentía que ese acto era una condena, una sentencia que sellaba la muerte de mi reino. Miré un punto fijo y en mi mente no paraba de imaginar el caos que llegaría si alguien pudiera descifrar las palabras clave. Estaríamos en graves problemas. No sé cómo lidiar con la magia caótica; menos voy a saber cómo lidiar si la carta cae en manos equivocadas. Todo esto me hacía doler la cabeza a un punto de querer romper en mil pedazos las cartas, pero me mantuve en calma y solo observé a mi hermano y me aclaré la garganta. Estaba a punto de decir algo, pero él se me adelantó.
—¿Qué pasa? —preguntó, mirándome de reojo—. Te noto un poco nerviosa.
Claramente lo adivinó y acertó con mi nerviosismo.
—Sí, estoy un poco nerviosa, es por la carta. Estoy sobrepensando algunas probabilidades horribles.
—Deja de pensar tanto, se te van a quemar las neuronas. Nadie podrá descifrar las cartas, tú tranquila y deja de sobrepensar en lo que pasará.
—¡Alec, hablo en serio! —dije, elevando un poco la voz, dejando el sobre en la mesa.
—Loreine, calma, ¿sí? Todo estará bien, esas probabilidades nunca jamás pasarán.
De ese "nunca jamás" le tenía desconfianza, pero debía confiar en la palabra de mi hermano. Suspiré, observando las cartas que sobresalían del sobre, y solo pedía al universo que estas cartas llegaran a salvo a las manos de nuestro padre. Agarré otra hoja y empecé a escribir cómo me sentía, mis miedos y la nostalgia que sentía en lo profundo de mi corazón. Aguanté las lágrimas, pero aun así me temblaba la mano al escribir cada palabra. Estaba tan concentrada en mis pensamientos y en lo que escribía que, con solo escuchar la voz de mi hermano, volví en mí.
—Perdón, hermano. ¿Qué me decías? —pregunté con una leve sonrisa en mi rostro.
—Que Matthew vendrá a cenar con nosotros —respondió, y su mirada reflejaba algo.
Cuando mi mirada se fijó en él, solo sonrió maliciosamente, lo cual me hizo levantar demasiadas sospechas. No quería ver a Matthew, pero lo raro era su comportamiento; bueno, en este caso el comportamiento de los dos, ya que me molestaban demasiado, a un punto de querer gritar.
—¡¿QUÉ?! —grité, con una voz que sonó sorprendida.
Mi hermano se sobresaltó. Era evidente que lo había asustado. Por la vergüenza, mi rostro se sonrojó, no por haberle elevado la voz a mi hermano, sino por el momento casi íntimo con Matthew. El recuerdo de nuestros labios muy cerca y de cómo Matthew me acariciaba lentamente era lo que realmente me avergonzaba, era recordar su perfume y su calor cerca mío.
—¡Pero, hermanita! ¿Te acabas de sonrojar? —preguntó, poniendo su mano en la barbilla, analizándome como si fuera un médico.
Su pregunta hizo que mi corazón latiera a mil. Empecé a tartamudear y no podía pensar con claridad; esto ya sí era más vergonzoso. Negué, pero aun así no era creíble; ni yo sabía qué sentía en ese momento, solo podía sentir un odio profundo hacia el futuro rey de Cleoverlaw. No podré vivir si la sombra de Matthew me opaca, consume mi valor y mi valentía con solo decir algo. Su personalidad cambiante hace que lo odie cada vez más. Nadie puede ser amoroso y luego odioso de la noche a la mañana.
—¿Estás enamorada de él? —preguntó, mirándome con suma atención. Mi nerviosismo no colaboraba demasiado.
—¡Marrón! ¡Por un carajo, Alec! —fue lo único que pude decir, dejando la pregunta en el aire y sin poder creerlo ni ella misma.
Mi mirada se clavó en la silueta afuera de la puerta. Justo cuando Alec se dirigía hacia ella, mi mente no podía dejar de darle vueltas a su pregunta. Pero entonces, un escalofrío me recorrió el cuerpo y supe que alguien nos estaba observando, alguien que no debía estar ahí. Podría ser un traidor, o el propio Matthew; sería vergonzoso si hubiera escuchado mi conversación con mi hermano. Podía sentir que mi corazón iba a explotar en cualquier momento, mis sistemas estarían completamente locos. Y no quería ni imaginar la escena: si era Matthew y había escuchado la pregunta de mi hermano, estaría en graves problemas.