Las estrellas son la convicción perfecta:
de unión y amor.
La noche cayó de repente, y nuestras heridas ya estaban curadas. Matthew sabía que no era prudente regresar en plena oscuridad, pues la ciudad de Alquelmoon es traicionera, más si andas desprevenido. Decidimos acampar en la playa. Él me cargó en sus brazos, descendiendo el risco con cuidado para que yo no me lastimara; al llegar, me acomodó sobre la arena fresca con una manta para que no me enfermara. Aún procesaba todo: su declaración de amor me hizo sentir especial bajo su mirada.
Observé a Matthew mientras montaba la tienda de campaña. Me sonrojé al pensar que íbamos a dormir juntos, pero aún no sabía qué sentía por él. Imaginaba escenarios donde él solo jugaría con mis sentimientos y luego me dejaría, olvidada, con todo ese amor en brazos. Tenía demasiados miedos, pero había uno en especial: ser herida, lastimada y olvidada. Cuando se trata de entregar mi corazón a alguien, esa es la principal emoción que me invade. Me cuesta confiar, y más si se relaciona con entregar mi corazón; siempre quise saber cómo es amar a alguien. Me levanté con cuidado y me acerqué a él. Lo detuve suavemente, tomando su mano entre las mías. Matthew me miró con tranquilidad y preocupación, sus ojos llenos de incertidumbre, pero no soltó mi mano; parecía esperar que yo fuera la primera en hablar.
—¡Matthew! Tengo que decirte algo —exclamé con voz temblorosa, apretando su mano con fuerza.
—¡Dime! —dijo, acariciando mis labios con cuidado.
No sabía por dónde empezar. Sentía un nudo en la garganta y trataba de ordenar mis pensamientos, pero lo único que lograba era llenarme de ideas negativas. Percibí claramente cómo la ansiedad nublaba mi mente.
—No estoy segura de esto, no sé si lo tuyo es amor de verdad o solo deseo, o mejor dicho, algo pasajero. No quiero ser usada y luego quedar olvidada.
Matthew me miró con una mezcla de tristeza y enojo. Soltó mi mano y solo se rascó la nuca. Lo observé mientras caminaba y, en un momento, golpeó un árbol cercano. Me asusté al presenciar ese momento.
—¿Crees que soy el tipo de persona que te dejaría por una noche? ¿No te basta mi amor por ti? —preguntó, apretando los puños.
—No es eso, es miedo, Matthew. Ahora mis sentimientos y emociones andan en un laberinto buscando la salida a todo esto... necesito tiempo para pensar con claridad —respondí, intentando acercarme a él, pero se alejó un poco.
—¿TIEMPO? —preguntó él, alzando la voz.
—No me grites, maldito descarado —me acerqué a él tomando sus manos intentando calmarlo.
—Yo daría todo por ti, daría mi vida por ti, y tú necesitas tiempo... —Se liberó de mi agarre con un suspiro cargado de dolor.
—Esto es bueno para mí, no sé qué pensar —mi voz quebrándose—. No sé qué es el verdadero amor, nunca estuve con nadie antes... sigo siendo pura, y tengo miedo de que solo quieras aprovecharte de mí, de que me uses y luego me dejes olvidada. No sé cómo amar, ni siquiera sé si sé amar de verdad —Las lágrimas brotaron sin poder contenerlas—. Y no quiero que esto termine en dolor.
Al verme llorar, Matthew se acercó con miedo; él presentía que siempre me había amado desde la primera vez que me vio, cuando éramos niños. Pero yo solo lo empujé, sin poder soportar que estuviera tan cerca.
—¡Pulgarcita! De verdad no te haría daño —intentó acercarse a mí, pero lo alejé empujándolo.
—Necesito estar sola, por favor no me sigas —salí corriendo lejos, y cuando me di la vuelta, él se arrodilló en la arena con dolor.
Mi respiración era agitada, pero logré llegar al océano. Me quedé allí, escuchando el constante golpeteo de las olas contra las rocas. De pronto, solté un agudo grito que se transformó en una energía caótica y emocional, tan intensa que todo a mi alrededor se detuvo por completo. Poco a poco me tranquilicé, y el mundo volvió a la normalidad. Fue entonces cuando escuché un gruñido proveniente de los arbustos. De la nada, un dragón emergió y se plantó frente a mí, analizándome con una precisión casi aterradora. Me quedé observando al dragón n***o cuyas escamas brillaban con un destello radiante, como si estuvieran talladas en obsidiana pulida bajo la luz de un millón de estrellas. Su cuerpo estaba salpicado de pequeñas luces que recordaban constelaciones lejanas, revelando su esencia estelar. Sus ojos, de un azul profundo y penetrante, me observaban con una inteligencia antigua y fría. Era enorme, al menos el doble de mi tamaño, y su presencia llenaba el espacio con una energía imponente y misteriosa.
—Tranquilo, bonito —susurré, intentando calmar su mirada penetrante—. No te haré daño, solo ignora que estoy aquí.
Me senté en la arena, dejando que el frío me acariciara la piel, y volví mi atención hacia el cielo, perdiéndome en el brillo de las estrellas. Escuché cómo el dragón seguía gruñendo a mi lado, pero eso no me detuvo; me senté junto a él y, sin importar su presencia ni sus gruñidos, me dejé llevar por las lágrimas.
—¡Vete! —dije con la voz quebrada.
—»¡Vete tú!« —respondió él, y su desafío me hizo levantarme de un salto, quedando petrificada.
El dragón me observó con calma mientras yo me aferraba a la idea de que no estaba alucinando.
—¿Me acabas de hablar? —pregunté, incrédula.
—»Claro que sí, princesa« —contestó, con la mirada fija en el océano.
—¡Pero! ¿Cómo? —exclamé—. Aún no tengo unión con ningún dragón y no soy tu jinete.
—»Tienes sangre Havabley, princesa del caos.«
Me quedé procesando sus palabras, tratando de entender cómo sabía que llevaba la magia del caos en mis venas. Me acerqué a él y, aunque seguía hablando, sus mandíbulas no se movían; era como si pudiera entrar en mi mente.
—»Puedes, por favor, dejar de analizarme«—Golpeó su cola contra la arena, mostrando impaciencia.
—Perdón. Es que no entiendo nada de todo esto...
—»Y yo no entiendo cómo pudiste dejar al joven solo y con el corazón roto.«
Eso sí dolió. Era como si nos estuviera espiando; parecía que observó todo desde que llegamos acá.
—No es de tu incumbencia —respondí, conteniendo las ganas de llorar.
—»Claro que lo es. Desde que naciste, Loreine Vartylz, ya tenemos una unión; así que todo lo que te pase es de mi incumbencia.«
—¿¡Unión!? —pregunté sorprendida—. Imposible, la unión se hace en luna llena y con la sangre del futuro jinete.
Él gruñó, molesto, y sacudió el hocico con frustración.
—Parece que alguien se leyó muy bien el libro de su madre —dijo, mientras se acostaba en la arena y comenzaba a dar vueltas, acicalándose con calma.
—¿Cómo sabes eso? —pregunté, pero desde lejos escuché la voz de Matthew llamándome.
—»Luego te lo explicaré. Ahora ve con él, antes de que sea demasiado tarde« —dijo, levantándose y abriendo sus alas.
—¡Tengo miedo! —murmuré.
—»Loreine, no dejes ir al único hombre que en serio te ama. Abre tu corazón, no seas testaruda.«
—Espera... no sé tu nombre, ¿cómo te llamas, don metiche? —pregunté—. Y no soy testaruda.
—»Soy Oriel y no soy metiche« —gruñó, mirando hacia el cielo.
—Un gusto Oriel —dije con voz calmada, haciendo una reverencia.
—»Has cambiado mucho; cuando eras una niña eras más... inquieta y traviesa.« —Sacudió sus alas.
—Eso es... mentira —murmuré en voz baja haciendo un leve puchero.
—»¿Mentira? Dios niña, aún no te has leído los libros de tu madre, deberías terminar de leer y luego hablaremos sobre eso.«
—Bueno, lo haré cuando llegue a la academia...creo que estoy volviendo loca.
—»¡No! Solo estás experimentando un suceso que está escrito en la vida, la ley del universo; es cuando la verdad se revela y te deja con millones de preguntas sin salida.«
Los gritos de Matthew se hicieron más fuertes, y cuando me di cuenta, Oriel ya había desaparecido. Miré al cielo y ahí lo vi, desapareciendo entre las estrellas; esos dragones son los más especiales y peligrosos. Matthew me encontró y lo miré. Salí corriendo hacia él, saltando en sus brazos, sintiéndome aliviada.
—¡Pulgarcita! —me cargó entre sus brazos.
—¡Perdón! —lo abracé y puse mi cabeza en su pecho; podía escuchar su corazón latir con desesperación.
—Luego hablamos de todo esto, no te distraigas por nada en el mundo.
—¿Qué pasó? —miré a Matthew con preocupación, aferrándome más a él.
—Recibí una nota de tu hermano. La academia fue atacada por un grupo de traidores, y parece que te estaban buscando... para asesinarte.
La desesperación se apoderó de mi corazón. Ya no me preocupaba mi propia vida, sino el destino de mis amigos y mi familia.
—Tenemos que irnos para allá, ahora —dije, mirando a Matthew, quien negaba con la cabeza.
—¡No! —exclamó con seriedad—. No voy a poner tu vida en peligro. Todos allá están bien, hay un par de heridos, pero lograron detener a los traidores.
—¿Crees que así vas a calmarme? —pregunté, tirándole del cabello.
—¡Suéltame! —susurró, intentando desprender mi mano de su cabello.
—¡Oblígame! —murmuré, jalándole más el cabello.
Escuché cómo se reía y, en un pestañeo, Matthew logró zafarse de mi mano, la misma que llevaba jalando desde que me soltó la noticia del ataque. Fue tan rápido que casi no me dio tiempo ni para reclamar. En un pestañeo, me amarró las muñecas con cuerdas con un movimiento rápido. Intenté resistirme, pero no tuve chance; sentí cómo me cargaba como un saco de papas y me dejó sobre una manta en la arena.
—Tranquila, mi Pulgarcita —dijo con una sonrisa—, no es para pelear, solo para calmarte. Es que das miedo cuando estás enojada, y la verdad me aterra.
—¿Te doy miedo? —pregunté riendo.
Después hice un puchero al ver cómo él asintió con la cabeza diciendo que sí. Me quedé mirando las estrellas y escuchando el constante murmullo del océano. Matthew se sentó a mi lado y me abrazó con cuidado, desatando el nudo que me amarraba. Sentí el calor de su cuerpo y deseé besarlo, pero me aguanté para no arruinar el momento. Me quedé quieta, disfrutando ese momento extraño en medio del caos. El aire cálido de la noche acariciaba mi piel, mientras las olas rompían suavemente en la orilla. Nos recostamos en la suave manta, observando el cielo, escuchando las olas y haciendo nuestro abrazo más fuerte y cálido; era un momento que nunca olvidaría, atesoraría por toda la vida. Lentamente, el cansancio nos venció a los dos y nos quedamos dormidos bajo un cielo estrellado, juntos, envueltos en un silencio cómodo que hablaba más que mil palabras.