AMAYA Me serví agua aunque no tenía sed. Necesitaba tener algo entre las manos para no apretar los puños contra el mantel. El olor del pan tibio mezclado con el de las velas me daba náusea. Pensé en no sentarme, en decir “no tengo hambre” y subir. Pero me senté. Zayn, a mi izquierda; Elías enfrente, con la cuchara contra el borde del plato como si fuera metrónomo; Victoria perfecta, espalda recta, sonrisa plana; Leonardo en la cabecera, con ese gesto de juez que no logra quitarse del todo cuando está con su familia. —Bueno —dijo Victoria, como si presentara un programa de televisión—. Me alegra que estemos aquí. En familia. Silencio. El cuchillo de Zayn vibró contra el plato y él lo detuvo con el índice, como si domara a un animal nervioso. Yo tragué aire por la nariz. Elías cambió el p

