AMAYA Después de la ducha, cuando el agua caliente ya no podía ocultar más lo acalorados que estábamos, salimos envueltos en toallas. Nos secamos rápido, entre risas silenciosas y miradas cómplices. A pesar del deseo todavía vibrante entre nosotros, esta vez solo nos recostamos en la cama, vestidos, con la intención de simplemente hablar. No era necesario más. La cercanía, los dedos entrelazados, las caricias lentas, ya nos llenaban. Zayn acariciaba mi brazo con movimientos suaves, como si temiera romper algo frágil. Me hablaba con esa voz suya que siempre me deja sin defensas, y yo reía por lo bajo, respondiendo a sus tonterías, a sus bromas, a su forma de mirarme como si fuera la única mujer sobre la tierra. —¿Te das cuenta de lo jodidamente difícil que es mantener las manos lejos de

