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1139 Palabras
—Will... —llamó el chico rubio a su hermano desde su asiento— Wiiiiiiiiiiiiiiiill… —¿Qué pasa? —el menor de los hermanos le respondió en un susurro apenas audible. No quería meterse en problemas, mucho menos en la biblioteca, pero parecía que aquello era imposible estando en compañía de Theo. —¿Por qué me trajiste a un lugar tan aburrido? —Theo se recargó aun más en la mesa, casi parecía que estaba acostado, lo que le hizo ganarse una mirada furiosa por parte de la bibliotecaria. —No es aburrido, es la biblioteca de humanidades. Pensé que venir aquí te ayudaría a elegir —el mayor cerró los ojos con fuerza mientras negaba con la cabeza. Parecía más bien un niño regañado que un universitario de veintiún años, pero no podía evitar hacer berrinches así; sus profesores lo estaban haciendo pasar por lo que para él era el equivalente al infierno. —Aburridoooo… —repitió alargando la última vocal. Nada en el mundo lo haría cambiar de opinión. Era su cuarto año en la universidad y desde muy joven siempre había tenido claro lo que quería hacer el resto de su vida; por eso, no lo pensó dos veces cuando se le dio la oportunidad de entrar a la carrera de astronomía. Había pasado tres hermosos años haciendo lo que más le gustaba, pero ahora, en la segunda mitad de su cuarto año, al rector y a la comitiva de profesores se les había ocurrido la brillante idea de obligar a sus estudiantes a tomar un electivo del área humanista a fin de ayudarlos a desarrollar una serie de habilidades blandas que a nadie le importaban. Aquel fue el momento en que la catástrofe se desencadenó. Theodor Corbin había pataleado, gritado y casi llorado para evitarlo, pero la única respuesta que le habían dado desde arriba había sido: "Si no le gusta, está en la libertad de cambiar de institución" No era algo que pudiera hacer a estas alturas, de modo que, a regañadientes, había recurrido a su hermano menor para que lo ayudase a elegir un ramo humanista que no le desagradara tanto. —¿Redacción? —No —¿Historia del arte? —No —¿Filosofía? —Ni en un millón de años —respondió Theo sin poner nada de su parte. Era un especialista en ponerle las cosas difíciles a su hermano. Will estaba en el segundo año de periodismo y, como el alma gentil y bondadosa que era, había sido incapaz de negarse a ayudar al mayor incluso sabiendo que terminaría metido en un gran lío. Decidirse por un electivo del área humanista, incluso uno que realmente no era del todo de su agrado, habría sido más sencillo de no ser por un problema: Theo odiaba leer, lo odiaba con su corazón, su hígado, sus pulmones y hasta la última fibra de su cuerpo y así era imposible decidir. Todas sus posibles opciones resultaban un suplicio solo por ese detalle. —La biblioteca está llena de… libros —dijo arrugando la nariz. Will puso los ojos en blanco, había estado tratando de terminar un informe muy importante y con todo el ruido que hacia su hermano no podía concentrarse. —¿Por qué no vas a ver a la sección de literatura? Puede que encuentres algo que te guste —Theo se paró de mala gana como hacía cada vez que se topaba con una tarea que le desagradaba y caminó hasta el ala oeste del gran edificio arrastrando los pies. Su hermano suspiró mientras negaba con la cabeza mientras una pequeña sonrisa comenzaba a formarse en sus labios, por fin podía estudiar en paz. ~ —¿Dónde estoy? Había dado vueltas y vueltas sin encontrar nada que le llamara la atención, no pensó que el lugar fuese tan grande hasta que se dio cuenta de que estaba completamente perdido. —Maldición —soltó más resignado que molesto cuando asumió que moriría perdido entre las estanterías. Al menos si moría no tendría que tomar el absurdo curso. Theo caminó hasta el fondo del pasillo para recargarse en la pared. Entre todos los libros del lugar, uno llamó su atención y lo hizo detenerse; aquella cubierta roja brillante era imposible de pasar por alto. Los miserables, leyó, era perfecto para él que se sentía el ser más miserable de todos. El joven sacó el libro que dejó a su paso un hueco en la estantería. Se sobresaltó al ver que del otro lado y a su misma altura alguien había sacado otros dos libros creando una especie de hueco en una pared. Entonces lo vio a él... Un muchacho de pelo castaño y enormes ojos cafés lo miraba serio desde el otro lado. A Theo le hubiera gustado que se quedara quieto en esa posición para ver con detalle ese rostro tan hermoso y al mismo tiempo tan infantil. Él sí que se había quedado quieto, estático en su lugar y habría jurado que tenía la boca abierta, porque el castaño lo miró con una ceja alzada unos segundos para luego dar media vuelta y desaparecer por el pasillo. Solo entonces reaccionó "Acabo de ver al ángel de las bibliotecas". Theo acercó aun más la cara al estante para ver por el hueco como el muchacho se alejaba. Caminó lo más dignamente que pudo hasta las mesas del centro, esperando encontrarlo ahí, pero todo lo que vio fue a su hermano. —Por fin llegas. –dijo Will en voz baja para no molestar a los demás estudiantes— surgió algo y ya tengo que irme. Pero podía estarse acabando el mudo y a Theo no podría haberle importado menos, el único pensamiento que ocupaba su mente era el muchacho que había encontrado del otro lado de las estanterías, el mismo que en ese momento estaba frente a uno de los escritorios de los ayudantes de la bibliotecaria pidiendo libros prestados. —¿Quién es él? —Preguntó el mayor de los hermanos mientras tomaba a Will por los brazos para girarlo en dirección al castaño. Will miró a su hermano con el ceño fruncido, nunca conseguía que el mayor le prestara atención, pero decidió que lo ayudaría de todas formas o el rubio no descansaría hasta haber dado con el nombre de aquel muchacho. —Estudia literatura, tengo un par de clases con él y creo que se llama Julien. —Julien… —repitió el rubio disfrutando cada una de las letras de su nombre. Había soltado a su hermano y ahora vagaba por un mundo de flores y corazones del que nadie podía bajarlo— tengo que hablar con él. —Pues tendrá que ser otro día, porque ya se fue. —¿Qué?, ¿por qué? Will apuntó hacia la el escritorio, Julien ya no estaba ahí, pero eso no detendría a alguien tan obstinado, o tan enamorado, como nuestro protagonista, quien salió corriendo hacia la puerta dejando a Will muy confundido. —¿A dónde vas? —preguntó el menor de los hermanos lo más alto que podía dentro de una biblioteca. —¡¡Tengo que hablar con Julien!! —gritó— ¡Debo decirle que lo amo! William nunca había llegado a entender a Theodore y no planeaba empezar a hacerlo ahora.
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