El avión despegó con un rugido sordo que se perdió entre las nubes. Oliver apoyó la cabeza contra el vidrio, observando cómo la Ciudad de México se convertía en un tapiz de luces lejanas. La pantalla frente a él permanecía encendida, pero no veía nada. Llevaba horas fingiendo leer reportes del despacho, como si la rutina pudiera ahogar el ruido en su pecho. No lo conseguía. Habían pasado semanas desde que Becca se fue y, aun así, su ausencia seguía latiendo como una herida abierta. Intentó convencerse de que el viaje a California era un movimiento práctico: arreglar temas legales, revisar inversiones. Pero la verdad era otra, una más cruda y simple. Iba por ella. Cerró los ojos, y el zumbido constante del motor se mezcló con el recuerdo de una voz. Becca. Su risa cuando aún todo era po

