Becca Los días en California comienzan a tomar un ritmo que apenas empiezo a reconocer. Trabajo, escuela, casa. Un ciclo que debería sentirse estable, pero que tiene grietas invisibles. Bety, la vecina adolescente que contraté, se encarga de Lucas y Mateo mientras estoy en el consorcio. Los niños parecen adaptarse mejor que yo; ríen, corren, se pelean por tonterías. Y cuando los veo dormir, siento culpa. Culpa por no haber visto venir la traición. Culpa por no saber si tomé la decisión correcta. En el despacho legal del consorcio todo es orden y silencio. Los documentos, los contratos, los códigos… son mi refugio. Pero incluso allí, algo —o alguien— rompe mi concentración. Aaron. Es imposible no sentirlo. No es solo su presencia física, imponente y contenida, sino su forma de obser

