Becca El lujo de la mansión de Aaron se perdía en mi percepción; solo existía su presencia. Estaba apoyado en el marco, sin saco, la camisa desabotonada, su cuerpo una promesa peligrosa. —Esperaba la oficina, no… el paraíso —susurré, intentando inyectar algo de profesionalismo a mi voz, aunque sonó a rendición. Aaron se acercó y cerró la puerta tras de mí con un clic final. El sonido me pareció un sello. —El paraíso es solo un pretexto —su voz, baja y profunda, llenó la sala—. El contrato espera, pero la prisa es de humanos. Estábamos muy cerca. Su aroma a pino y metal caliente me envolvía, y pude sentir el calor que emanaba de su piel, como si estuviera a punto de incendiar el mármol frío. Mis manos temblaron al descolgar mi bolso. Él lo tomó, y el roce de sus dedos contra los

