El primer encuentro

1272 Palabras
(Voz de Aaron) El amanecer llegó sin piedad, bañando mi habitación en un resplandor dorado que no me trajo descanso. No había dormido. No podía. El eco de su aroma seguía grabado en mi piel, en mis pulmones, en cada rincón de mi mente. La encontré. Después de cien años, finalmente la encontré. Pero el destino, como siempre, decidió jugar conmigo: ella era humana. Y eso lo cambiaba todo. Me serví un café fuerte y caminé hacia el ventanal del dormitorio. Desde ahí podía ver las montañas al oeste, aún envueltas en niebla. La misma niebla que parecía haberse instalado dentro de mí. Kael, mi lobo, rondaba inquieto en mi interior. —No entiendes la suerte que tenemos. —Su voz resonaba grave, impaciente—. Está viva. Está aquí. Es nuestra. —Es humana —respondí en voz baja. —Eso no importa. La Luna la eligió. Lo sabes. —Sí… lo sé. —Suspiré, con un peso en el pecho que no había sentido en décadas—. Pero el mundo no la aceptará. Ni la manada. Kael gruñó con desdén. —La manada obedece al Alfa. No al revés. No era tan simple. Ser Alfa significaba más que poder. Era responsabilidad, equilibrio. Y, sobre todo, control. Pero el control se desvanecía cada vez que recordaba el aroma a fresas. --- A las ocho en punto, el consejo se reunió en la sala ovalada del edificio principal. Mi padre, el anciano líder retirado, se sentó frente a mí con la misma expresión implacable de siempre. Su mirada, tan fría como el acero, era un recordatorio constante de lo que se esperaba de mí. —Aaron —comenzó—, la Luna no esperará eternamente. Ya es hora de que tomes una compañera. —No aceptaré una unión pactada. —No te estamos pidiendo una opinión. —Su voz fue firme—. Es tu deber. —Mi deber es proteger a la manada, no casarme por conveniencia. Los demás miembros del consejo se removieron incómodos. Mi madre, sentada a su lado, habló con un tono más suave pero igual de decidido: —Tu padre tiene razón. La manada necesita estabilidad. Una Luna a tu lado fortalecerá el vínculo y garantizará el linaje. Mi mandíbula se tensó. Kael gruñó dentro de mí, apenas contenido. —No otra. No cualquiera. Solo ella. Cerré los ojos por un momento, intentando calmarlo. Cuando los abrí, todos esperaban mi respuesta. —No tomaré pareja —dije con voz firme—. No mientras no sienta que la Luna la ha elegido para mí. Mi padre golpeó la mesa con fuerza. —¡Ya esperaste un siglo, Aaron! ¿Hasta cuándo piensas desafiar las tradiciones? —Hasta que la tradición deje de imponerle a mi alma lo que debe amar. El silencio cayó como un cuchillo. Sabían que no cedería. Nunca lo hacía. --- Cuando la reunión terminó, Sofía me esperaba en el pasillo. Su sonrisa era amable, aunque parecía nerviosa. —Señor Black, mi hermana llegó. La traje conmigo, quería presentársela antes de que comience a colaborar en el área legal del consorcio. Mi respiración se detuvo un instante. Su hermana. Mi mente hiló el recuerdo del aroma, el aire en la colina, el eco que ella había traído consigo. —Por supuesto —respondí con calma, aunque Kael rugía dentro de mí—. Hazla pasar. Entré en mi oficina y traté de mantener la compostura. Ajusté el saco, respiré hondo. Pero cuando la puerta se abrió y ella entró, el mundo se detuvo. --- Becca. No necesitaba que me dijeran su nombre para saberlo. El aire cambió, el tiempo se ralentizó. El aroma a fresas inundó el espacio, ahora más intenso, más real, más… vivo. Mi corazón, que no había latido de verdad en años, comenzó a hacerlo con una fuerza salvaje. Ella estaba allí, de pie junto a Sofía. Su cabello oscuro caía en ondas sobre los hombros, su piel dorada parecía beber la luz de la mañana. Tenía los ojos más expresivos que había visto jamás: grandes, profundos, con una tristeza que dolía mirar. Y, sin embargo, había fuego en ella. Una fuerza silenciosa, contenida. Una mujer que había sido herida, pero no destruida. —Señor Black —dijo Sofía, sonriendo—, le presento a mi hermana, Becca Velázquez. Ella extendió la mano. Su voz, cuando habló, fue firme pero suave: —Un placer, señor Black. La tomé con cuidado, como si temiera romper algo sagrado. Su piel estaba tibia. Y el contacto fue… devastador. Una corriente eléctrica nos recorrió a ambos. Kael rugió en mi mente, eufórico: —¡Es ella! La Luna no miente. Becca frunció el ceño, como si también hubiera sentido algo que no entendía. Retiró la mano con suavidad, visiblemente incómoda. —Disculpe… es que… —se llevó una mano al pecho, respirando hondo—. Me mareé un poco. Sofía se alarmó. —¿Estás bien? —Sí, sí. —Forzó una sonrisa—. Solo el viaje, supongo. Yo sabía que no era el viaje. La conexión se había activado. El vínculo entre almas gemelas, tan antiguo como la Luna misma. Intenté mantener la distancia, pero mis sentidos se negaban a obedecer. Podía escuchar su respiración, el suave ritmo de su corazón. Podía oler el leve perfume de su cabello, mezclado con el miedo, la confusión… y algo más. Atracción. Ella no lo entendía, pero su cuerpo respondía igual que el mío. --- —Tu hermana me habló muy bien de ti —dije, buscando disimular el temblor en mi voz—. —Espero estar a la altura —respondió con una leve sonrisa profesional. Su mirada se cruzó con la mía. Por un segundo, el mundo entero desapareció. Solo quedamos nosotros. El aire vibró. Mis colmillos amenazaron con romper la piel. Kael empujó dentro de mí, desesperado por salir, por marcarla, por olerla de cerca. —Tócala otra vez. Hazla tuya. —Cállate, Kael —susurré mentalmente—. No ahora. Me obligué a apartar la mirada, aunque me costó. Si seguía mirándola, no respondería como un hombre. Respondería como un Alfa. --- Cuando se marcharon, el silencio de la oficina me pareció insoportable. Me quedé de pie, mirando la puerta por donde había salido. El olor aún flotaba en el aire. Fresas. Destino. Y la promesa de algo que ni la Luna podría deshacer. Apoyé las manos en el escritorio, respirando con dificultad. Kael se retorcía bajo mi piel. —Ella nos ha reconocido, aunque no lo entienda. Su corazón lo sabe. —Está herida, Kael. No está lista para esto. —La curaremos. Con nuestras manos. Con nuestro amor. Con el alma. Sonreí, amargo. El lobo siempre veía el mundo en términos de instinto. Yo debía pensar como un líder. No podía simplemente irrumpir en su vida. Tenía que esperar, acercarme con cuidado, ganarme su confianza. Pero dentro de mí, cada fibra gritaba por ella. La mujer del aroma a fresas. Mi Luna. Mi destino. --- Esa noche, en el silencio de mi casa, salí al balcón. La luna llena reinaba sobre el cielo, redonda, eterna. Sentí su luz sobre mi piel y el llamado ancestral que nos unía. —La encontré —murmuré al viento. Kael aulló dentro de mí, satisfecho. Y la Luna, en lo alto, pareció responder con un brillo más intenso. Sabía que ese era solo el comienzo. Becca aún no lo sabía, pero ya pertenecía a mi mundo. Y yo, al suyo. El destino había hablado. Y ni el tiempo, ni la distancia, ni la humanidad podrían romper lo que la Luna había sellado.
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