Layla y yo no hablamos mucho aquel día. Al parecer cada una vivía su propio romance y estábamos demasiado anonadadas aún para compartirlo con la otra. Por eso, cuando el momento de volver al hotel llegó, mientras compartíamos el taxi, ella colapsó en una charla que me ensordeció y de la que comprendí bien poco por su rápida manera de soltar todo lo que quería decir sin siquiera respirar. -Y entonces Antonio me dijo que mi risa era muy bonita y… ¿Isis?¿Isis, estás escuchándome? -Intento no hacerlo- admití recostando mi cabeza contra el vidrio del automóvil en movimiento, por algunas razón la vibración que producía relajaba mi mente- Pero se me hace imposible, ¿Podrías dejar de hablar de tus aventuras con mi hermano? Ella blanqueó los ojos y reventé en risas, tanto que el conductor me mi

