Aunque Rosalie era una mujer extraordinaria y el amor de la vida de Peter, éste en ocasiones se sentía solo. No se lo contaba a nadie, por supuesto. Rosalie le había dejado en claro que éste no tuviera amigos hombres con quienes pavonearse, tampoco podía hablar con su familia, sino, todos se darían cuenta y confirmarían lo que siempre le habían dicho, que él era un bueno para nada.
Así que en ocasiones, se permitía tener conversaciones con la servidumbre, más al menos que aquel trato hostil y poco amigable que tenía su esposa con sus lacayos, jamás podían dirigirse a ella, mirarla directamente a los ojos y tampoco debían hacerle repetir más de dos veces una misma orden. Así que en pocas palabras, para su esposa, la servidumbre era menos que un servicio por el que su esposo le aseguraba el buen trato y las facilidades de una mujer propia de su status.
Una joven, llamada Penelope, era la menor de las sirvientas. En realidad, Rosalie también pensó en la servidumbre, ninguna de ellas era menor de los cuarenta y tantos. Sabía con exactitud que los hombres solían engañar a menudo a sus esposas con las sirvientas, y aunque ese sería un escándalo que solamente quedaría entre las paredes de su mansión, ella no permitiría que alguien le perturbara sus planes, así que sus decisiones se las compartió a la ama de llaves y fueron precisas. La ama de llaves, Elenna, estaba tan sumergida en lo que Rosalie representaba para ella, jamás visto en otra doncella ni en ninguna otra joven de buena posición para la que hubiera trabajado. Además, Rosalie sabía perfectamente que el ama de llaves era una pieza esencial en su ajedrez, aunque Elenna no lo supiera, también ella la manipulaba. Era más que cualquiera de sus peones, pero no llegaba a la importancia de un caballo, estaba justamente en el medio, para servir en el cuadro y dar hacer cumplir las órdenes de Rosalie mientras ésta le hiciera creer que la estimara solo por tratarle como un ser humano.
Elenna entonces siguiendo las solemnes órdenes de su señoría, no contrató ninguna joven, pero entonces una de las sirvientas se había enfermado, así que debía reemplazarla con alguien, y entonces, una de las más fieles sirvientas, Merie, perteneciente de una familia que toda su vida había trabajado para la servidumbre, tenía a disposición una joven de veinte años llamada Penelope, que era su hija, pero siempre la había mantenido cabizbaja y poco presuntuosa, la había educado de valores rígidos, como quien nunca se atrevería a soñar con quien más de aquello que era su designio y aunque Elenna al principio no estaba segura, Merie le aseguró que Penelope no lucía de veinte años. Que por los malos tratos que había recibido, podría mentir su edad. Cuando la joven se presentó frente a la ama de llaves, fue evidente.
Penelope tenía quemaduras en el rostro, de algún quehacer mal hecho. Y aunque pensó que era la prueba más ineludible de que podría ser una mala sirvienta, era un rostro sin terminar, un rostro que ante la vida y el mundo feroz del mundo no tenía lugar. Se compadeció de la joven, y ocultó su edad, la contrató y Penelope jamás era vista por Rosalie, solo se encargaba de los quehaceres invisibles para los amos, como si estuviera escondida de la sociedad, del mundo y de su propia mirada.
Pero una vez, Penelope se dirigió al baño de la servidumbre, que se encontraba escondido en las malezas de la propiedad, y entonces, al volver, se topó con su amo, Peter. Éste se sorprendió al verla, pero ella se sorprendió que él no le haya quitado la mirada con brusquedad. Éste le preguntó si ella trabajaba en la mansión, ella le comentó que era parte de la servidumbre, pero que jamás osaría demostrar su rostro ante su esposa, que jamás le daría tal disgusto. A lo que el joven incrédulo, le inquirió;
''¿Porque un disgusto?''
Y solo esas palabras bastaron. Era el primer hombre al que Penelope conocía que la veía. Ella siempre había estado allí, y nadie la había observado antes, y cuando lo hacían, la hacían sentir un monstruo y miserable porque además de cargar con el peso de sus heridas, tampoco podía esconderlas.
A menudo, la joven Penelope buscó quehaceres que incluyeran toparse con Peter, y éste, nunca le ignoró una conversación, lo que generaba que las esperanzas de Penelope se hicieran cada vez más grandes y enormes, que un día fueran tan grandes que se convirtieran en rencor y odio hacía el mundo, por hacerla creer que ella no merecía que alguien como Peter la viera y sobretodo, un profundo odio y rencor hacía su ama, desconocida para ella entonces, pero imposible de desconocer en nombre y apellido, señora y dueña de toda la propiedad, de las fiestas que ellos servían, de las ostentosos vestidos que debían lavar y de las presuntuosas telas que debían mantener intactas.
''¿Sería descortés de mi parte si le pregunto el porque de sus quemaduras?'' inquirió Peter alguna vez, ingenuo, ingenuo y desconocedor del despertar de la joven, de su edad y de su juvenil esperanza.
''Llevando las tareas de un antiguo hogar, tan grande como el suyo, mi señor. Pero no tan grande en familiar'' espetó.
Penelope en realidad quería saber porque desde que había conseguido el trabajo, el terreno tan explanado solo era habitable por dos personas.
Él omitió esa parte, en fervor a su estimada esposa.
''Yo también me he quemado, pero de niño, jugando por lugares donde no debía'' comentó evadiendo el tema. ''Aunque, bueno, mis heridas no resultaron graves, recuerdo los regaños'' rió.
''A mí también me regañaron'' le respondió ella. ''Pero luego lo supe, el porqué me habían regañado''
''¿Y cual era ese porque?'' preguntó ingenuo Peter.
Ella sonrió levemente.
''Porque entonces era una niña, mi señor, pero cuando crecí, supe que hay cosas más graves que las quemaduras, como la mirada del mundo ante ellas''
Peter asintió con la cabeza y llevó la mirada hacía arriba.
''Supongo, el mundo suele ser bastante ruin'' dijo y acto seguido se disculpó porque debía irse, ella solo asintió con la cabeza y Peter se fue a seguir con su rutina diaria.
No se había dado cuenta, pero entonces esa conversación suscitó en Penelope la idea, la tonta idea, de que Peter comprendía lo atroz del mundo y que por ende, debía comprender también su miseria, que si lo hacía, también había esperanza de que pudiera aceptarla y amarla.
Pero ese día, en la noche, sus esperanzas se hicieron añicos cuando vio a su esposa en el cuadro pintado que centraba el vestidor de la dama. Lo supo, al final los hombres eran tan solo palabras, pero siempre elegirían a las mujeres como Rosalie, bonitas. Y esa noche, Penelope se llevó a la almohada los más oscuros pensamientos sobre los hombres, sobre las mujeres bonitas y sobre como funcionaba el mundo. Se llevó una herida que quizás le dolía más que aquellas que se había hecho en el rostro, porque no sabía donde le dolía, porque no sabía donde le ardía, pero sin embargo estaba allí y se hacía enorme.