Microcambios

989 Palabras
Vito pasó una noche terrible: sudando, con dolor, vomitó. Despertó a las chicas con todas las quejas que dio y la fiebre estaba por los cielos. Yo de verdad recé porque no convulsionara, y mis enfermeras asistentes son mujeres muy preparadas. Clari tenía hielo y Lexie fue por plantas; yo no sé qué saben ellas, pero su primo estaba mejor para la tarde, irreconocible. Las niñas se distribuyeron tareas. Lexie fue por madera para cocinar; su prima decidió hacer un inventario y una lista de compra para el encargado. Yo le ayudé ordeñando a las tres vacas, que parece demasiado, pero unos días después parecíamos cómodos, a gusto. Las niñas creen que saben hacer queso y su primo nos observa en silencio; sé que él algo sabe, y le pido ayuda. Vito viene, me da un beso en la mejilla y me acaricia el pelo con la barbilla. —¿Por qué creerían que yo sé hacer queso? —pregunta Vito. —Porque te gusta comer —responden las niñas. —Vale, si yo les doy la receta de mi queso, ¿qué me dan ustedes a cambio? —¿Privacidad? —pregunta Lexie y yo la miro decepcionada; es terrible. Su primo ríe y estrecha la mano con ellas, luego se pone a darnos una masterclass de queso, mantequilla y nata. Es maravilloso lo que uno puede hacer con una vaca. —Hay que cuidar las medidas —asegura—. No queremos lidiar con el exceso de queso y cosas que no vamos a querer comer cuando no estén frescas. —Pudiste haber comprado un congelador, la verdad, uno grande. —Sí, un refri decente sería cosa —se queja la otra. Vito las escucha antes de pedirles que le den las gracias por haber considerado siquiera traerlas consigo. Yo me río. Las hermanas deciden ir a jugar al exterior, por lo menos tomar aire fresco, y yo aprovecho para abrazar a mi novio; él me abraza de vuelta, me da un par de besos y me pregunta si quiero aprovecharme de su carta de privacidad. Me da un poco de corte porque las dos pueden entender perfectamente qué estamos haciendo, pero creo que Vito y yo lo necesitamos. —Tal vez, en mucho silencio. —Tú eres la que nunca hace silencio. —Te amo —respondo y lo lleno de besos. Las chicas irrumpen asustadas y señalan a un hombre por la ventana; su primo las regaña, se ríe de la reacción de ambas, y nos presenta a don Fano, el señor que se encarga de conseguir productos frescos y necesarios una vez al mes. Nos explica que pueden ser diferentes marcas, no siempre de lujo, porque de esa forma dejan menos rastro, y que el señor tiene que comprar en diferentes lugares para que no se nos dé todo a lo que estamos acostumbradas. Todos hacemos la lista de lo que podríamos llegar a necesitar y para mí los medicamentos son un infaltable: algún antibiótico, antihistamínicos para Clari, toallas por si alguna de las tres menstrúa, jabón de baño y jabón de ropa, unas cuantas camisas más para todos, nada demasiado fuera de lo común. Vito solo se encargó de que hubiese gasolina por si alguna eventualidad, más municiones, y las chicas tenían una lista de compras bastante amplia. Los primeros meses en la montaña fueron complicados por la lluvia, los paramilitares, el estarnos escindiendo, pero poco a poco lo que consideras extraño se vuelve normal. Yo dejé de ser policía y me convertí en su amante, en su mujer. Criamos juntos a las niñas, las seducimos, las protegimos y les enseñamos tanto su programa de estudios como lo que necesitaban para sobrevivir si algún día faltábamos. Mi vida con Vito era buena, era normal, lo más real que he tenido en mucho tiempo. ¿Cuántas veces puedes quitarle las preocupaciones cotidianas y los lujos a tu relación y sobrevivir? Es algo único. No hay restaurantes lujosos, pero alguna receta nueva y deliciosa brota de alguno de los dos; no hay regalos extravagantes, pero sí algunas flores recogidas en el camino. Hay paseos y conversaciones que te hacen entender al otro, conocerle y amarle un poco más. —Yo quiero hijos —le digo. —Mi amor, yo... fui ese hijo, ¿y qué podemos darle? —responde él. —¿Podemos elegir seguir así, irnos a un lugar con gente y trabajar, empezar de cero? —Ileana, yo soy uno de los posibles herederos de una de las gestiones de narcotráfico más grandes, y empezamos financiados por el gobierno. Mi abuelo, encontró en una de sus propiedades dinero y droga, y tenía una opción: devolverle todo al narco o dárselo a la policía. La policía decidió involucrarlo en el negocio, y la mafia también, como yo contigo —responde y eleva mi mirada. —¿Por qué? —Porque si no lo haces tú, lo tiene que hacer Gil. Lo que pasa es que él no tiene nada que ganar con ayudarnos; tú ganas tiempo para elegir un bando. Si Gil tenía que ocupar mi lugar, si él iba a hacer eso lo matarían eventualmente; era descartable porque él buscaría cómo joderlos definitivamente. Pero según la lógica de Vito, no querría perderle a él, cuando la verdad es que no quiero perder nada: no quiero perder mi cargo, a mis amigos, mi familia, y tampoco quiero perder a Vito, pero no se puede estar en ambos bandos. La diferencia es que yo tengo una oportunidad de irme viva; Gil no. —Si lo hacemos como propones sabrán que no estás muerto. —La policía sabe que no estoy muerto. —Dejaste cuatro cadáveres en ese avión. —Lo sé, pero conocen nuestras estrategias y mi tío probablemente no esté haciendo un luto absoluto. No puedo engañarme: no lo estoy haciendo por Gil, ni por la operación; lo estoy haciendo por mí. Lo acepto.
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