—Pero no importa. Los dos sabemos que te cogere tarde o temprano. Como si acabara de pronunciar las palabras mágicas, Meg se corrió, y no hubo sensación comparable a dicha liberación. El clímax la dejó asfixiada durante gloriosos segundos, esos que Marcus utilizó para darle un beso final sin ninguna floritura y dejarla atrapada entre los abrigos. Ni siquiera se dio cuenta de que cerraba la puerta, porque aunque el orgasmo la rescató del infierno, su extinción no tardaría en devolverla allí de nuevo. Marcus Bennett no apagaba los fuegos para siempre y, si lo hacía, se ocupaba de levantar unos cuantos nuevos para que no lo echara de menos. Solo una suposición de dos, y con la que Meg prefería quedarse. Porque la otra, que aclaraba que nunca tendría suficiente con él, era demasiado peligros

