—¿Ves aquel sendero? —dijo, señalando con el dedo un camino estrecho que se abría entre los árboles, en dirección a la colina—. Sígueme.
Ethan obedeció en silencio, curioso. El aire se llenaba del sonido de pájaros y del crujido de sus botas sobre la grava. El recorrido no era largo, apenas unos minutos, hasta que finalmente se encontraron con una pequeña construcción de madera. Estaba medio oculta entre los robles y el olor a resina impregnaba el ambiente.
La cabaña era modesta, de una sola planta, con un porche diminuto y ventanas cuadradas adornadas con cortinas claras. El techo de lámina tenía marcas del tiempo, pero aún se veía firme. A un lado había un par de sillas mecedoras, cubiertas de polvo.
—Tenemos una pequeña cabaña allá arriba —dijo Madison, girándose hacia él con una son
