El puente

2735 Palabras
La pandilla respiró un aire de libertad imposible de describir con palabras, pero fácil de leer en sus risas y jadeos por como corrían. Las calles se les hacían eternas y llenas de nuevos secretos que recorrer. Las puertas eran de todas las formas, colores y tamaños, los anuncios de neón iluminaban su camino y la oscuridad de la lejanía les daba un lugar nuevo por observar. Gil iba adelante corriendo como nunca lo había hecho y desviaba el paso del recorrido que Rata había planeado en el inicio. Para el inocente chico ninguna palabra era tan importante como los nuevos locales cerrados, las calles vacías y los escasos vehículos que aún continuaban circulando. Cuando por fin se encontraron más lejos de lo que habían esperado y en un lugar donde las monjas no llegarían a buscarlos, Rata detuvo al grupo y pegó un grito a Gil. La emoción en los chicos se podía ver en la cara y aún Vaca parecía sonreír y mostrar su dentadura desigual. De acuerdo a los planes de Héctor, aquella noche debían dormir en la calle y mientras permanecieran juntos no habría ningún inconveniente. - ¿Tiene idea de dónde nos encontramos? -. Exclamo Sambrano tratando de ocultar la emoción con una cortina de preocupación. -Desde aquí dudo que pueda regresar por mí mismo. -Quitando el arrebato de Gil-. Respondió Rata -Nos encontramos ya en otro barrio, por hoy busquemos un puente en el que refugiarnos y mañana vamos a buscar una habitación donde quedarnos. Los chicos dejaron de correr y comenzaron a caminar a paso lento, lo que les permitió recuperar el aliento y detenerse a observar la situación con más delicadeza. Los últimos días, mientras planeaban el escape, no tuvieron un descanso adecuado y decidieron encomendar a Héctor todo lo que hiciera falta y los pormenores de la operación extramuros. -Cruz ¿Qué se sintió? -. Preguntó Gil una vez que tuvo la oportunidad y continuaban caminando. -No entiendo ¿a qué se refiere? -. Contestó Rata sabiendo con exactitud de qué se trataba la pregunta. -Ya sabe, darle su merecido a ese tarado. Antes de que ustedes llegaran jamás nadie se atrevió siquiera a levantarle la voz, ahora dudo que le queden muchas ganas de continuar con su reinado de terror. -No quiero hablar de eso, la verdad-. Contestó Héctor quien había tratado de olvidad el incidente. -Preocupémonos por lo que haremos esta noche más bien. -Yo vi a ese c***o muy mal cuando estaba tirado en el suelo-. Se unión a la conversación Vaca. - ¿Y qué tal si lo mato? -Vaca, por favor-. Intervino El perro. -Solo le dio una paliza, las hermanas se suelen afectar por todo y por eso llamaron las ambulancias. -Es que es muy raro, las ambulancias no van allá por cualquier cosa-. Insistió Vaca tratando de hacer hablar a Rata. -Creo que es necesario tenerlo en cuenta, porque después nos podemos estar metiendo en problemas por culpa suya. -Pues entonces es un problema de los cinco, hicimos la promesa-. Intervino con fervor el Gato al escuchar los cuestionamientos. -Prometimos venir acá y sabíamos que no sería fácil, además ellos eran más que nosotros, se puede decir que es defensa propia. - ¡Cállese, enano, que usted siquiera ha de saber lo que es la defensa propia! -. Contestó con risas Gil para romper la tensión. -Si estaba que se meaba del miedo allá aguantando al Sapo. Las risas y el buen humor regresaron al grupo, aunque la golpiza a Gorila sí tenía preocupado a Héctor. Era consciente de que no lo había matado, no era posible, pero le preocupaba la reprimenda que podría ganarse su hermano debido a ello. Era un niño llorón y poco inteligente, debía tratar de mantenerse en grupos si quería no pagar los platos rotos de su estupidez. Al cabo de unas cuadras llegaron a un puente vehicular aparentemente vacío. La falta de tráfico y la iluminación les cayeron de perlas para tomarse un descanso, además que tenían unos muros que les ayudaban a cortar el viento por los lados laterales. Los cinco se sentaron entre risas y uno a uno fueron cayendo dormidos sin prestar demasiada atención a su alrededor. Gil se acurrucó junto a Vaca y este a su vez junto a Sambrano, por otro lado, el Gato quería permanecer lo más cerca posible a su héroe Rata. Los ronquidos empezaron y por fin El perro pudo hablar con Rata con seriedad. -No tiene que preocuparse por Sergio, estoy seguro de que sabrá sobrevivir allá-. Le dijo Sambrano a su amigo mientras estrechaba su hombro amistosamente. -Eso es lo que él cree, pero la realidad es otra-. Rata miraba al vacío de las vías sin ver directamente a su compañero. -Le prometí que lo sacaría de allá en cuanto pudiera ¿Cómo se supone que lo haré? -Pensar es algo que se le da mejor a usted que a mí, tendremos tiempo de pensarlo después. -Por pensarlo para después es que desperdicié casi un año de mi vida en ese orfanato-. Contestó con molestia Rata. -Por esperar a ver qué pasa es que mi hermano se encariñó con ellos y ahora nos separamos. -Él se quería quedar, era su decisión-. El perro se empezaba a acomodar junto a sus compañeros para conseguir calor. -él sabe lo que hace, no lo puede seguir tratando como un bebe. Algún día tendrá que hacerse un hombrecito y usted no va a estar allí. -Eso es lo que me temo. No era la primera vez que dormía en la calle por lo que conocía vagamente la forma en la que había que andarse por allí. Mientras los demás dormían el vigilaba la calle esperando no encontrar policías que los pudiesen llevar de nuevo al orfanato o a habitantes de calle. Según su propia experiencia, habían de varios tipos de personas sin hogar y era importante identificarlas antes de llevarse una mala experiencia. Por un lado, estaban los ancianos que por algún motivo terminaban vagando en la calle u otras personas que eran bondadosas, así mismo, también podía encontrar a los más adictos, personas a las cuales había que tratarlas con un mayor cuidado en el momento en que estas se encontraban llevadas por la droga. Por último, estaban aquellos que en realidad le aterraban y que por sí mismos no eran gente sin hogar, los había territoriales y que aprovecharían la mínima oportunidad para desalojarlos de aquel sitio, cosa que no sería rara debido a la posición tan privilegiada. Héctor trató de guardar vigilia durante la madrugada para cuidar a sus compañeros, sin embargo, en algún punto sus parpados se hicieron pesados y regresó a su mente la imagen de gorila tirado en el suelo con la cara reventada. En el sueño pudo verse a sí mismo golpeando al otro niño, sintió asco y remordimiento, desde aquel ángulo tan solo podía ver a una bestia golpeando a un simple niño. La cara de Rata fue lo que más lo asustó, él no era Héctor, parecía un ente muy distinto a sí mismo y terminó que algún día aquella ira y resentimiento terminasen por consumirlo. -Jamás haré algo como esto-. Se dijo Héctor al ver la escena manchada de sangre. Rata se levantó y lo miró con unos ojos que mezclaban placer y una sensación enorme de poder. Sin que este siquiera abriera los labios, Héctor escucho una voz que le decía “Tú y yo somos la misma persona, no puedes ocultarte de mí”. El sueño fuer cortado de golpe por El perro quien le agitaba la muñeca con terror. Al abrir los ojos pudo observar a tres tipos, mucho más grandes que ellos, rodearlos mientras se compartían unas muecas que alarmaron a Rata. Uno de ellos, quien parecía ser el jefe, le aventó una patada en la pierna a Héctor que terminó por despertarlo. - ¿Y ustedes qué? -. Expresó el jefe con un tono amenazante. - ¿Qué de qué? -. Respondió Héctor alarmado. -Con que nos salió respondón el niño-. El jefe se reía con sus acompañantes. -Pues quién les dio permiso de estar acá. - ¿Y es que ustedes son los dueños? Este es un sitio público-. Respondió Gil de manera impulsiva. Rata le pegó una patada disimulada a su compañero para que evitara continuar con comentarios inoportunos. Sin embargo, los hombres parecían divertirles aún más los comentarios de Gil. -Niñito, nosotros somos los dueños del barrio ¿No lo sabía? -. Contestó el jefe en medio de risas. -No teníamos idea que había que pagar-. Contestó Rata tratando de ser diplomático. -Solo déjennos quedar esta noche, ya mañana nos vamos. -No, la ley es para todos, así que van pagando ahora si no quieren terminar como colador en el río-. El jefe sacó un largo cuchillo y se abalanzó a coger a Sambrano. -No tenemos nada, apenas lo que tenemos puesto-. Respondió Rata alarmado. -Por eso les digo, igual nosotros no llevamos aquí más de dos horas. No les cuesta dejarnos ir. -Estoy hablando en c***o o qué, socio. Me hacen el favor y me van pagando que aquí las cosas no son de gratis. - ¡Suéltelo, no sea bruto! -. Vaca se abalanzó sobre el tipo que tenía fuertemente agarrado a Sambrano por la chaqueta. Ya no tenía remedio seguir con las negociaciones, por lo que Rata señaló a los demás que se abalanzaron sobre los sujetos. La acción pareció tomar por sorpresa a los tipos quienes cayeron de culo y soltaron al Perro. Sambrano aprovechó la oportunidad para ponerse de pie y tratar de apartar a Gil quien se disponía a darle una patada al compinche de la triada. Los hombres se pusieron de pie echando maldiciones e intentaron coger a Gato de la camisa, pero este logro esquivarse y salió corriendo del lugar. - ¡No peleen, solo corran! -. Gritó Héctor a sus compañeros mientras el jefe de la triada le rompía el saco con el cuchillo. Sin detenerse a mirar para atrás los cinco niños salieron corriendo por la avenida en medio de los camiones que empezaban a circular por la zona. Los ladrones se fueron detrás de ellos para vengarse de la ofensa. El primero era Gato, luego Gil, Vaca y Perro quien era quien corría más lento del grupo. Rata iba detrás de ellos para evitar que alguno se quedara rezagado, pero los ladrones continuaban con la persecución sin importarles que los pitidos de los vehículos y los ladridos de los perros callejeros. Héctor empezó a temer por su vida, eran estos la clase de peligros a los había que tener cuidado y se arrepintió de haberse quedado dormido. Delante de Gato se atravesó un cuarto compinche de los ladrones y agarró al pequeño niño del cabello sin darle tregua. Los otros se detuvieron y quedaron completamente rodeados. - ¿pensaban irse sin la despedida? -. Llegó de nuevo el jefe blandiendo su largo y afilado cuchillo. -Ya, no nos haga nada, por favor-. Trató de razonar Héctor con los atacantes, pero la voz le temblaba. -Vea estos niños no saben lo que hacen, perdónelos solo por esta vez. - ¿Y es que acaso usted es su mamá? Los veo muy verdes para haberse escapado de un reformatorio-. El tipo se acurrucó frente a los chicos que se mantenían ahora de rodillas. - ¿Los bebitos se escaparon de casa? -Eso no importa. Solo queríamos descansar un rato bajo el puente y nos quedamos dormidos. En serio, no tenemos nada-. Insistió Héctor. -Vea, socio, yo hago lo que se me dé la gana porque este es mi barrio. Me tienen que pagar y ustedes verán cómo.  El tipo que retenía a Gato lo restregaba contra el suelo como si se tratase de un trapo sucio. Vaca y Gil estaban retenidos a su vez por los otros dos compinches del tipo del cuchillo y Sambrano parecía estar tan asustado que apenas se podía mover. Intentar escapar no era una opción viable. -Si ya le dijimos que no tenemos nada, qué quiere que le demos-. Preguntó Héctor. -Y suelten al niño ¿no le da pena meterse con alguien tan pequeño? - ¡Parece que tiene bolas y parece que quieren que se las corten! -. Contestó el tipo. -Hagamos esto, donde yo les llegué a encontrar algo de valor, todos se ganan una paliza, si veo que no tienen nada los dejo ir. Héctor creyó que jamás se atreverían a buscar allá, pero los tipos parecían ser unos verdaderos expertos encontrando lo más oculto. Luego de que casi desnudaran a sus compañeros y de que les tocaran hasta el culo, llegaron a sambrano quien mantenía escondido un sobre con el poco dinero que había logrado robar de las monjas para encontrar una habitación. El sobre le fue entregado al tipo del cuchillo y este se acercó directamente hacía Héctor pasándole el brazo por el hombro como si se tratase de alguien amistoso. -Ay no, tanto que se habrían ahorrado si nos hubieran pagado desde un inicio. Me duele tener que pegarles a niños tan inocentes, pero ustedes se lo buscaron. - ¡No, espere! -. Exclamó Héctor. -Ya tiene el dinero, qué más quiere. -Hicimos un trato ¿no se acuerda? -. Respondió con cinismo el jefe. -Qué clase de persona sería si no cumpliera mis promesas, así que usted elija, a quién primero le vamos a dar la trilla. -No nos haga eso, vea que con la plata es más que suficiente-. La voz de nuevo le temblaba y apenas podía hablar. -Ya le dije, elija o usted se gana la paliza por todos-. Contestó el tipo con violencia. -Entonces hágalo, si quiere pégueme, pero no les haga daño a ellos. Ya le dije que ellos no tienen la culpa. Las palabras de Héctor desconcertaron por completo a los ladrones quienes se miraron unos a otros en señal de confusión. Los niños también se miraban fijamente con confusión creyendo que aquel sería un nuevo plan de Rata. Héctor tan solo miraba a los ojos al jefe para hacerle saber que lo que les estaba diciendo era completamente cierto. -No sabía que teníamos un super héroe por acá-. El tipo se levantó y sacó una manopla de su bolsillo. -Y créame, yo detesto con toda mi alma los que se las dan de héroes. El tipo levando su mano y le dio directamente en la cara a Héctor haciéndole sacar un berrido de dolor. Se puso sobre Héctor y con la manopla le dio golpe tras golpe con un placer y unas ganas propias de una persona enferma. Este tan solo profería maldiciones y burlas contra Cruz mientras le enterraba en la piel el duro trozo de hierro. - ¿Ya se le quitó la valentía, socio? Ya no es tan machito-. Le gritaba el jefe mientras más puñetazos le daba. Héctor no contestaba, pero sus gritos le hacían saber que no estaba muerto. No podía mover las piernas y los brazos estaban aplastados por las rodillas del otro sujeto. Los compinches al principio se reían e incluso soltaron a los demás para burlarse, pero después miraron con terror la actitud frentica de su jefe al no detenerse en la paliza. Los gritos que al principio eran los propios de una persona siendo golpeada se transformaron en algo parecido a un cerdo siendo sacrificado. El ruido retumbo en todo el puente y el transito había desaparecido ante lo gritos tan terroríficos de la paliza. -Corzo-. Habló uno de los compinches. -Ya suelte a ese c***o, que está llamando mucho la atención. -Este idiota creyó burlarse de mí, ni crean que lo voy a dejar-. Respondió el jefe sin dejar de dar golpes. Al cabo de un rato los gritos se fueron apagando y el cielo fue saliendo a través de los espacios vacíos del puente. Los camiones frenaron y un conjunto de personas armadas con crucetas, palos y machetes se acercaron a los atacantes. Los niños por fin reaccionaron y se zafaron por completo de sus captores haciendo señas y solicitando ayuda a los conductores armados. Al sentirse acompañado Corzo se levantó no sin antes mirar su obra de arte sobre aquel Nilo al que le había partido la cara. Le escupió y salió corriendo no sin antes decirle. -Me los llego a encontrar por acá y se mueren.        
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