CAPÍTULO 8

1302 Palabras
Capítulo 8: Simples cortes. Cerré los ojos, intentando procesar todo lo que acaba de pasar. Tenía un Mate, mi “según el” alma gemela que al parecer era hombre lobo y que quería que me mantuviera en su castillo para protegerme de otros reinos, otros licántropos que estaban en contra de él. Golpeé mi cabeza contra la cabecera totalmente aturdida, volví a intentar quitar las esposas de mi muñeca, me lastimaban y rosaban las heridas recientes que me había hecho cuando me corté. Las mangas de la camiseta que traía puesta se tiñeron un poco de rojo y me dolía horrible. Intenté jalar las esposas, pero eso era peor, lastimaban más mis heridas. Inesperadamente se escucharon golpes a la puerta de la habitación, no me animé a decir nada, pero una señora entró por la habitación dejando comida en la cama. —Disculpe, —llamé su atención— ¿podría quitarme estas esposas? —le pregunté. Ella ladeó la cabeza con la cabeza baja. —Lo siento señorita, —negó con la cabeza— no se me permite seguir sus órdenes, si me disculpa, me retiro. La miré ofendida con la boca abierta hasta que rápidamente salió. Tomé el cuchillo del plato e intenté romper las esposas, luego intenté con el tenedor, pero nada fue diferente, había desperdiciado una hora sin éxito. Golpeé las esposas con la cuchara, pero seguía sin haber cambios. Al final, no quise tocar la comida y solo tomé el jugo que se encontraba en el plato, después busqué en la mesita de noche que tenía al lado pero no había nada que me pudiera ayudar.   ¿Puede haber unas malditas esposas en un buró pero no unas estúpidas llaves? Pensé con frustración. Horas después de mirar al techo, jugar con los tenedores e intentar volver a romper las esposas, me quedé dormida. No supe cuánto tiempo pasó hasta que un ruido me despertó, la puerta de la habitación se abrió y vi como James entraba por ella. Yo lo miré de la peor manera. Apreté las manos en puños y pude sentir que en una tenía el cuchillo apretado. El ladeó el labio un poco arrepentido. —Cierto, olvidé que te dejé esposada, lo lamento… pero mírale el lado bueno. —sonrió. —¿Cual lado bueno? —pregunté sin humor. El quitó su sonrisa. —... No hay ningún lado bueno. —Apretó los labios. Rodé los ojos. James se acercó, sacó de su bolsillo una llave y quitó las esposas que detenían mi mano izquierda. Pero frunció el ceño al notar la camiseta manchada de rojo. —Qué demonios... —miró el cuchillo en mi otra mano, lo solté y el levantó la manga de la camiseta para ver las cortadas que parecían recientes en mis muñecas, pero no lo eran— ¿Te cortaste? No Einstein, me maquillé. —Claro que no imbécil. Bueno, si... Pero no hoy... No te importa. —corté mi intento de explicación. El me miró desconcertado, tomó mi otra muñeca y a pesar de que intenté que no lo hiciera la revisó y pudo encontrar heridas de hace unos días. Su rostro cambió radicalmente, había molestia en su mirada, yo solo me mantuve callada. Claro el de seguro estaba pensando que era una chica s*****a cuando realmente no era así. Se acercó a uno de los burós de al lado de la cama y sacó un botiquín de primeros auxilios. Miré el botiquín y luego el buró asombrada. ¿En serio? ¿Un botiquín de primeros auxilios también? No me sorprendía si esos burós me llevaban a Narnia. Una sonrisa se coló por mis labios inevitablemente, pero intenté disimularla, fue imposible porque mis hoyuelos me delataban. —¿Por qué te ríes? —preguntó con una ceja en alto mientras se acercaba hasta donde yo me encontraba. —Nada —apreté los labios, el tocó mis hoyuelos causando que quitara mi rostro— deja de hacer eso. —¿Hacer qué? —Tocar mis hoyuelos, no me gusta —me quejé. —¿Por qué no? —sonrió de lado mientras intentaba tocar mis hoyuelos otra vez, pero no lo dejé. Al final se rindió, tomó el botiquín y usó su contenido para curar mis heridas. —¿Por qué hiciste eso? no necesitabas hacerlo... solo me hubieras pedido que te quitara las esposas. —Primero: Tú no estabas para eso. Segundo: No me corté con el cuchillo ­—le respondí— ya viste las otras heridas, no son recientes, solo... Fue una estupidez de hace unos días. El frunció el ceño y me miró a los ojos. —¿Con qué te cortaste? —siguió limpiando mis heridas con algodón y alcohol. Dolía horrible pero me aguanté. —No te importa —le susurré entre dientes. —Si me importa —habló claramente. Quería cambiar de conversación, no quería hablar de ello. —No pongas la venda, quiero ducharme —le pedí— ¿puedo? —él se levantó soltando un suspiro, fue al closet y tomó una camiseta de manga larga azul oscuro y un pantalón de pijama a cuadros de color parecido a la camiseta. Me los entregó y me indicó la puerta del baño de la habitación, segundos después entré y me di una ducha. Mis ojos se encontraban llenos de ojeras que me hacían lucir en mal estado y aún me costaba respirar un poco. Quince minutos después, ya estaba afuera, él seguía sentado esperándome sentado con la venda en la mano, me senté a su lado y puso la venda en mi muñeca, pero su mirada era diferente, estaba triste. —¿Qué ocurre… Estúpido Alpha? —le pregunté con una sonrisa en mis labios, estaba más tranquila y animada así que decidí burlarme un poco de él, después me miró con cara de pocos amigos ante el tonto apodo que le había puesto. —No quiero que te cortes —me tomó desprevenida y mi sonrisa desapareció, apreté los labios. Yo ya sabía que el no pensaba simplemente ignorar lo que había hecho. —Fue hace mucho, solo lo intenté por estupidez. No lo pienso volver a hacer —negué con la cabeza mirando el suelo y luego levanté la mirada arrugando el entrecejo— No entiendo por que te pones así solo son unos tontos cortes que no tienen importancia. —Me duele que te hagas daño Alex —me miró con tristeza— si tu sufres un daño yo siento que pierdo la cordura… —se mantuvo en silencio por unos segundos— y me vuelve loco saber que tu misma te provocaste esas heridas. —Pero… —Y esos "simples cortes" —arremedó mi voz— pudieron costarte la vida. —Pero no fue así… —susurré. El rodó los ojos, quitó el botiquín de la cama y lo dejó en su lugar. Una señora volvió a aparecer con comida en un plato y un vaso con jugo, pero se sorprendió al ver a James. —R-rey, —hizo una reverencia— perdone por haber entrado así, creí que no estaba aquí, pero me encargaron traerle comida a la señorita. —No hay problema —contestó. La señora dejó la comida frente a mí, tomó el otro plato en el que había quedado la comida intacta y se retiró apresurada, la ventana del sol me indicaba que ya era de tarde, pero yo seguía sin tener hambre. —Come, lo necesitas. El otro plato estaba lleno —se cruzó de brazos. Luego tomó asiento en la cama del otro lado para encender la televisión— Ahh necesitaba esto —suspiró mientras colocaba Netflix en el televisor enorme que había en la habitación. No le presté atención y solo me quedé en el mismo lugar en el que estaba sentada de espaldas a él. —Alex, deja de ser tan infantil, y come. Sé que debes de tener hambre. —No tengo hambre —le respondí y luego algo vino a mi cabeza, algo importante— oye, ¿no has sabido nada de... Mi padre y mis amigas? —Aun no, pero pediré que investiguen sobre ellos, solo si comes. Rodé los ojos ante su insistencia. —No tengo hambre, así que no comeré. —Entonces no habrá información —estuve a punto de reprocharle, pero tocaron a la puerta y un señor uniformado se asomó por ella. —Rey —hizo una reverencia, ya me empezaban a molestar— necesitan de su presencia en las afueras del reino. El oji-azul no dijo nada y solo se retiró. Mordí mi labio inferior. Una vez se fue, sonreí. —Tengo la tarde sola en un castillo, sin esposas. —dije para mí misma con una sonrisa de lado— ¿qué es lo que haré? —ironicé.
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