Capitulo 6

1992 Palabras
Prepararme para la escuela esa mañana fue un proceso lento y tedioso. Me aseguré de cambiar las sábanas —¡qué poco me sirve eso ahora!— y de meter las sábanas sucias en la lavadora, pero la vergüenza que sentí al ver a mi padre la mancha de humedad que había dejado en la cama fue abrumadora. Para colmo, después de que se fuera, al mirarme en el espejo, vi una gota de agua en la comisura de la boca. Lo adivinaste: eran restos del semen de mi papá. Pensé que me moriría ahí mismo. Me senté a hablar con él, y todo el tiempo, él miraba mi mancha de semen en la cama y su semen en mi cara. Decidí pasar la mañana en la escuela buscando en internet lo difícil que era cambiarme el nombre y empezar una nueva vida en Australia o algo así. Para cuando Maggie llegó a recogerme, la enfermera ya había llegado, y mi padre ya había empezado la rutina matutina con mi madre. Me despedí rápidamente, y mi madre me sonrió débilmente antes de salir de la casa. Maggie tuvo que bajar el volumen de la música de Taylor Swift que sonaba en sus altavoces para poder hablar. —Maldita sea, Anne. Te ves fatal —dijo con una sonrisa. Suspiré. —Gracias, perra —mientras me sentaba en el asiento del pasajero. Normalmente, odiaba la música tan alta tan temprano en la mañana, pero esa mañana le di la bienvenida a todas las distracciones y a cualquier cosa que me sacara de mi cabeza. —¿Brad y tú se pelearon o algo así? —preguntó Maggie mientras daba una calada a su cigarrillo y expulsaba el humo por la ventana. —No, es que anoche no pude dormir —mentí a medias. Por un instante, pensé en contarle a Maggie lo de anoche, pero lo descarté enseguida. A pesar de ser mi mejor amiga desde el kínder, Maggie era una charlatana. Si se lo contaba, al final del día, tres profesores y toda mi clase de último año en el instituto Western Falls lo sabrían. Tenía la suficiente conciencia de sí misma como para admitir su error, al menos. Siempre decía que no le importaba que le ocultara secretos debido a su —condición—, es decir, a su charlatanería. En muchos sentidos, era lo opuesto a mí. Mientras Maggie buscaba ser el centro de atención, yo me conformaba con integrarme. Mi larga melena castaña contrastaba con su rubio oscuro hasta los hombros y su personalidad coqueta. —Seguiremos yendo a esa fiesta el sábado por la noche, ¿verdad? —preguntó Maggie con un deje de preocupación en la voz. Hice una mueca como si supiera que se lo había prometido, pero definitivamente no tenía ganas de estar rodeada de un montón de gente. —Anna... —gimió Maggie. —Está bien, sí —cedí. —¡Sí! —Maggie aplaudió, arrojando el cigarrillo antes de entrar al estacionamiento de la escuela. Al menos me sacaría de casa. Era una situación extraña, ya que una parte de mí aún quería estar cerca de mi padre, pero no quería estar cerca de él si iba a comportarse de forma incómoda y, bueno, paternal. Quería sus manos sobre mí. Quería que me abrazara. Quería lo que me hizo anoche... pero si eso no era posible, al menos podía evitar la incomodidad estando en una estúpida fiesta. —Oye —dije, mirando a Maggie mientras buscaba un sitio para aparcar—. ¿Todavía tienes esas gomitas? —Sí, ¿por qué? —preguntó Maggie, arqueando una ceja en mi dirección—. ¿Quieres drogarte a las 7 de la mañana en el instituto? Sonreí maliciosamente y me encogí de hombros tan inocentemente como pude. Maggie se rió e hizo una mirada paranoica alrededor del estacionamiento antes de sacudir la cabeza. —¡Vale, a la mierda! —dijo, hurgando en la consola central. Reí y aplaudí, esperando que algo finalmente me relajara. Maggie sacó una bolsita de sándwich que contenía seis ositos de goma aplastados color cereza. Tomó dos y me dio uno. —A la mierda —dije, golpeando mi gomita contra la de Maggie como si fuera una botella de cerveza antes de comerla. —A la mierda —dijo Maggie. Pasaron veinte minutos de la primera hora cuando la gomita hizo efecto. Después, el tiempo se ralentizó y aceleró a la vez. La escuela parecía una cinta transportadora en la que me subía mientras iba de clase en clase. Por suerte, ninguno de mis profesores me llamó la atención, ya que no podía seguir nada de lo que pasaba en ningún sitio. Sin embargo, la gomita tuvo el efecto deseado, ya que no me preocupé por mi padre todo el día. De hecho, me preguntaba cada vez más: ¿por qué mi papá y yo no nos vemos con regularidad? Las fantasías se hacían realidad mientras me preguntaba qué pasaría si llegaba a casa, arrastraba a papá a mi habitación y me desnudaba. Había visto cómo otros hombres, incluso profesores, me miraban lascivamente los pechos. ¿De verdad no se excitaría mi papá al verme las tetas? ¿De verdad me rechazaría si me arrodillaba y le decía que me usara como su esclava s****l? Después de un almuerzo divertido con Maggie y otros dos amigos, Brad finalmente me encontró y me sorprendió en la mesa del almuerzo con un abrazo por detrás. —¡Te pillé! —gruñó Brad mientras apretaba. Grité más fuerte de lo debido, y toda la mesa se rió—. ¿Por qué estás tan nerviosa hoy? —Puedo decirte por qué —dijo Maggie con una risa que solo provocó ataques de risa en los demás. Brad estuvo en el otro edificio de la preparatoria casi todo el día, pero visitaba este edificio con frecuencia solo para visitarme. Era un chico guapo, receptor abierto, estaba en el equipo universitario de fútbol americano y ya tenía ofertas de becas para universidades el año que viene. Llevábamos solo un mes de novios, pero las cosas iban bien. Los deportistas de fútbol americano no me gustaban mucho, pero él parecía diferente a lo que esperaba. Sonó la campana, y el comedor comenzó a vaciarse mientras cientos de estudiantes llenaban los pasillos y pasaban a su siguiente período. Mientras Brad me empujaba para despedirse, agarré su mano y lo arrastré por un pasillo cercano. —¿A dónde vamos? —preguntó. Entré en el aula oscura del Sr. Lofquest porque sabía que estaría fuera durante la tarde. —Bésame —jadeé tan pronto como se cerró la puerta. —¿Qué te pasa? —Brad rió a medias, pero obedeció. Sentada en el escritorio de la profesora, me besé con Brad y sentí sus manos descender hasta mis pechos, un lugar familiar para ellas. Eso era lo más lejos que había llegado de mi cuerpo en nuestro mes de noviazgo, pero hoy necesitaba más. Me desabroché los vaqueros, agarré su mano y la metí dentro de mis vaqueros y bragas como una ninfómana sedienta de sexo. Podía sentir la sorpresa y la vacilación de Brad, pero rápidamente tomó la iniciativa y me penetró con más fuerza, apretando su cuerpo contra el mío. Ya había una capa de jugos cremosos cubriendo mi v****a antes de que él me metiera los dedos. El tacto de Brad no se parecía en nada al de mi padre. Duro, áspero y rudimentario. Introducir dos dedos en mi agujero y repetir el movimiento, pero con más fuerza, era todo lo que podía lograr, típico de un chico de 18 años. No era nada comparado con la sinfonía que papá me había puesto la noche anterior, pero cumplió su propósito. Gemí contra Brad, pero imaginé que era la lengua de papá la que chupaba mientras sus dedos me penetraban el agujero. Mis vaqueros se aflojaron y bajaron hasta mis caderas mientras su mano se volvía más áspera y mi coño se apretaba y supuraba más. Le rodeé el cuello con los brazos mientras sentía cómo mi agujero se apretaba y apretaba bajo sus dedos. —Oh, sí, fóllame... fóllame... —Jadeaba entre besos mientras mi cuerpo temblaba y mis pechos rebotaban dentro del sujetador y la blusa—. Fóllame, papi... Mis súplicas lastimeras fueron silenciadas por su beso, pero aún así, gemí dentro de él, tarareando mi aprobación mientras usaba todo su brazo para golpear sus dedos bruscamente dentro de mí. Fue solo cuando estaba tan cerca del orgasmo, y mi mente se hundía en pensamientos sobre mi papá tomándome, que me di cuenta de que estaba a punto de eyacular. Mi entorno, con quién estaba y, sobre todo, dónde estaba, se apoderó de mis pensamientos y me golpeó como un ladrillo. El pánico me invadió al imaginarme eyaculando y teniendo que caminar por la escuela con cara de haberme orinado encima. Me costó toda mi fuerza de voluntad apartar las manos de Brad de mi entrepierna y alejarme de él. Jadeando y con la vista borrosa, me senté en el escritorio del profesor durante varios segundos, todavía preguntándome si iba a tener un orgasmo de todas formas, antes de darme cuenta de que lo había detenido con éxito. —¿Qué? ¿Qué? ¿Estás bien? —preguntó Brad con cara de confusión. —Sí, yo... yo, eso fue suficiente, eso es todo —fue lo único que pude pensar en decir. —¿Hice algo mal? —No, es todo lo que quería por ahora —dije, levantándome y abotonándome los vaqueros. Vi la pequeña tienda de campaña en sus vaqueros, pero no quería llevar las cosas más lejos. —De acuerdo... —dijo, negando con la cabeza. Le di un beso de despedida a Brad y nos fuimos a nuestras últimas clases. Sin embargo, algo había cambiado dentro de mí. Puede que el subidón de la gomita hubiera pasado, pero el subidón de la excitación que llevaba conmigo era diez veces más potente. Puede que hubiera detenido mi orgasmo, pero el resto del día anduve sintiendo como si un mal movimiento o una simple caricia en el brazo pudieran hacerme explotar. Me sentía... sexy... me sentía... cachonda... Anhelaba atención... Anhelaba a mi papi. Maggie no pudo llevarme a casa lo suficientemente pronto, ya que me llevó de vuelta después de la escuela. Después de despedirnos, corrí adentro y saludé a la enfermera que veía la televisión en la sala. La medicación que tomaba mi mamá a menudo la hacía dormir por la tarde, y por la noche era cuando más interactuaba con ella. Subí las escaleras en silencio y eché un vistazo a la oficina de mi padre, donde bebía casi siempre, con la esperanza de que estuviera allí, pero sabiendo que seguiría trabajando. Cerré la puerta de mi habitación con llave; estaba más emocionada por masturbarme que nunca. Tiré la mochila en la silla y busqué debajo de la cama, donde guardaba mis juguetes, cuando vi que mi mochila había tirado mis dos sujetadores rosas del respaldo de la silla. Suspiré y me aseguré de ir a recogerlos, ya que mis tres sostenes rosas eran mis sostenes caros y no quería que se pisotearan. Sin embargo, fruncí el ceño al encontrar solo dos. Retrocedí un paso, examiné el suelo y rebusqué entre la pila de ropa en el suelo, buscando el tercero, pero no lo encontré por ningún lado. Sé que está aquí. Estaba justo en el respaldo de esta silla. Lo vi y recuerdo haberme sentido avergonzada cuando papá se sentó en... La sorpresa se me quedó grabada en el rostro al detenerme en un silencio atónito. Había tres sostenes en esta silla esta mañana, y ahora solo quedaban dos. Una sonrisa maliciosa se dibujó en mis labios al darme cuenta... Papá debe haberme robado uno de mis sujetadores después de que fui a la escuela.
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