Estaba agachada en mi pequeño jardín, rodeada por el aroma de los tomates maduros que tanto me gustaba cultivar. La brisa cálida de la tarde acariciaba mi piel, y por un momento, todo parecía estar en calma. Después de tanto caos en mi vida, este pequeño rincón de paz se había convertido en mi refugio. Había pasado cinco meses desde que descubrí que estaba embarazada de ocho meses, y cinco largos meses desde que Alessandro desapareció por completo de mi vida a causa mia. Cinco meses con llamadas ignoradas, mensajes, sin su presencia, y aunque había aprendido a vivir con ello, una parte de mí seguía preguntándose si alguna vez sabría la verdad sobre el bebé que llevaba en mi vientre. Tomé los tomates con cuidado, acariciando la textura suave de su piel, mientras mi mente divagaba. Había de

