Me tomó una semana prepararme para dejar atrás mi antigua vida. Vendí algunas piezas de mi guardarropa, logrando reunir lo suficiente para cubrir el traslado de mis muebles a un contenedor, saldar los salarios pendientes de los asistentes y permitirme una última cena de despedida en mi restaurante favorito, rodeada de "amigos". ¿Por qué lo hice? Porque, aunque abandonar la casa en la que había vivido casi toda mi vida fue doloroso, me obligué a mantenerme firme. No derramé ni una lágrima cuando entregué las llaves al empleado del banco y firmé los documentos que liquidaban la deuda. Pero necesitaba una chispa de alegría, aunque solo fuera un destello fugaz de normalidad. Sabía perfectamente que todos esos amigos eran falsos, al igual que sus palabras de consuelo y apoyo. Solo Sofía entend

