Capítulo 1: “Encrucijada”

1283 Palabras
El sonido del motor de mi taxi vibraba bajo mis pies mientras navegaba por las calles abarrotadas de la ciudad. Eran las seis de la mañana y, aunque el sol apenas comenzaba a asomarse, ya había un torrente de gente moviéndose en un ir y venir constante. La brisa fresca de la mañana traía consigo un toque de humedad, mezclándose con el fuerte olor del asfalto caliente y el café recién hecho que algunas cafeterías comenzaban a servir. La vida nunca se detenía, y yo tampoco podía permitirme hacerlo. Las luces rojas del semáforo me obligaron a frenar, lo que me dio un breve respiro entre las carreras del día. Miré por el espejo retrovisor y vi a un hombre de traje apresurándose hacia la estación de tren. Su rostro reflejaba esa mezcla de ansiedad y determinación que conocía bien. Puedo imaginar los pensamientos que rondaban su mente: las reuniones que le esperaban, las decisiones que debía tomar. Esa era la vida de todos: correr, luchar, aferrarse a lo poco que se tenía. Justo cuando pensaba en lo agotador que era ser conductora de un taxi, mi teléfono vibró en el soporte del tablero. Era Lucas. Desde que mi padre había sido diagnosticado con cáncer de pulmón, habíamos perdido un poco el contacto. Su mensaje me sorprendió, pero en el fondo, sabía que quizás ahora era mi única conexión con el mundo exterior que me llamaba desde el pasado. —Hola, Alejandra —dijo su voz franca al contestar. Su tono sonó un poco ansioso, y eso me hizo prestarle más atención. —Lucas, ¿cómo estás? —pregunté, mientras aceleraba para evitar que un ciclista se metiera en mi camino, el sonido de las ruedas sobre el pavimento resonando en mis oídos. —Escucha, estoy pensando en ti y… quiero hablar de algo. Es importante —dijo, haciendo una pausa que dejó entrever que había algo más detrás de sus palabras casuales. Mi corazón dio un pequeño salto. Sabía que Lucas siempre había tenido inclinaciones hacia lo emocionante, lo riesgoso, pero también sabía que, a pesar de todo, se preocupaba por mí. Eché un vistazo alrededor, en un intento de distraerme de la creciente tensión en mi pecho. —¿De qué se trata? —pregunté, aunque ya tenía una idea de que sus palabras no serían buenas. —He encontrado una manera de hacer dinero rápido. Sé que estás pasando por un momento difícil con tu padre y… podrías beneficiarte de esto. Inhalé hondo, la respiración profunda llenando mis pulmones, intentando calmar la tormenta de pensamientos que se agolpaban en mi mente. La opción de hacer dinero rápido era una tentación peligrosa, una línea delgada que podría arrastrarme hacia el abismo. Pero la imagen del rostro enfermo de mi padre aparecía en mi mente, y lo que decía Lucas comenzaba a resonar en mí con más fuerza. —¿Qué tipo de trabajo? —no pude evitar preguntar. Parte de mí quería detener la conversación antes de que se volviera real, pero la otra parte me empujaba a seguir adelante, ansiosa por cualquier esperanza. —Transporte —replicó Lucas con un tono de voz más bajo, como si cada palabra fuera un secreto de vida o muerte. La frialdad de su voz contrastaba con el calor que comenzaba a acumularse dentro de mí. —No es lo que piensas. Te prometo que es seguro. “Seguro”, una palabra a menudo usada en situaciones arriesgadas. Mis instintos comenzaron a gritar, pero la idea de poder pagar las facturas médicas de mi padre silenciaba mis dudas como un manto pesado que entraba en mis pensamientos. La angustia acumulada en mi interior crecía como una tormenta que no podía evitar. —No tengo tiempo para hablar hoy —dije, forzando una calma que no sentía—. Estoy trabajando. ¿Podemos hablar más tarde? —Claro, lo entiendo. Pero piénsalo, ¿sí? Creo que podría ser una solución a tus problemas. Te va a gustar. Lo prometo —me dijo antes de colgar. Mientras conducía hacia la siguiente parada, la incertidumbre se apoderó de mí. El aroma a café de un pasajero que entró apresurado se mezcló con el sudor de mi frente y el olor a vinagre del asiento que había intentado limpiar la semana pasada. Sin embargo, mi mente estaba atrapada en la oferta de Lucas, incapaz de sacudirme la sensación de que podría ser mi única oportunidad para ayudar a mi padre. El día había comenzado con una nota amarga. Mi primera carrera fue un hombre muy malhumorado que se quejó de todo, desde el clima frío que calaba hasta los huesos, hasta el tráfico que parecía no dar tregua. Se bajó sin más que un gruñido y, para colmo, me dejó una propina ridícula. Después, un pasajero con una mochila llena de comida para llevar se subió. Al abrirla, un tubérculo se derramó en el suelo del taxi, dejando un olor raro y pegajoso que se asentó en el aire, penetrando mis fosas nasales. Esa mañana traía consigo una serie de pruebas. A media mañana, una anciana entró sin avisar, con las manos temblorosas y la mirada amenazante, y comenzó a gritarme sobre la velocidad a la que conducía, cuando realmente apenas había superado el límite. A medida que me dirigía a una gasolinera, un último cliente me hizo la vida imposible, exigiéndome que lo llevara lo más rápido posible a una cita médica a la que llegó media hora tarde. Al llegar a la gasolinera, noté que me faltaba dinero en el monedero, angustiada revisé. Uno de esos clientes había olvidado pagar lo que había usado, dejándome con una sensación de impotencia que me calaba hasta los huesos. La escasez de dinero y la frustración se sentían cada vez más palpables, como un nudo en la garganta que se negaba a deshacerse. Finalmente, llegué a casa, desgastada por la repetición de otro día extenuante en las calles. El silencioso saludo que me recibió al abrir la puerta era como un eco de mis pensamientos, profundo y reverberante. Todo estaba estancado, hasta mi propio corazón, que parecía latir más despacio. Con cada día que pasaba, me llenaba de urgencia. La vida misma me empujaba hacia decisiones difíciles, y ahora, tenía la opción de considerar un camino que jamás había imaginado. Hasta entonces, había tratado de seguir la línea correcta, pero la situación de mi padre me empujaba hacia un abismo oscuro y desconocido. ¿Sería el amor por él suficiente razón para entrar en un mundo que podría consumirnos a ambos? La lucha interna agonizaba en los rincones de mi mente; una guerra constante entre el sentido del deber y la necesidad de sobrevivir. Mientras me preparaba para otra noche de vigilias, noté que las sombras comenzaban a invadir la habitación. La ansiedad me rodeaba como una niebla pesada, y los susurros de mis miedos se mezclaban con recuerdos de días más felices. Sentía mis manos temblar ligeramente al recordar las risas compartidas, las historias contadas en la mesa, y ahora, contemplar un futuro incierto me llenaba de desasosiego. La pregunta permaneció en mi mente, dibujando sombras en mis pensamientos: ¿qué sacrificaría para mantener a mi padre con vida? Con la creciente angustia de perderlo, el tiempo se evaporaba, y la idea de cualquier camino que pudiera ofrecerme una salida comenzaba a tentarme peligrosamente. Era un hilo frágil entre la luz y la oscuridad, y mientras más lo pensaba, más se desvanecía la línea que separaba mis opciones. Si iba a lanzarme al abismo, tendría que estar lista para nadar en sus profundidades. Las decisiones difíciles ya estaban llamando a mi puerta, y era momento de responder.
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