Me senté solo en la cama hasta la mañana. Estoy llorando, porque ya vienen por mí.
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El sonido del reloj en la pared es lo único que corta el silencio.
Tic.
Tac.
Tic.
Tac.
Como un corazón que se niega a morir aunque todo lo demás ya lo haya hecho.
—¿Qué ve cuando cierra los ojos, doctor?
La pregunta sigue ahí, rebotando contra las paredes blancas de la consulta vacía, aunque la última paciente se fue hace horas.
Seojun se pasa una mano temblorosa por el rostro, tratando de borrar las imágenes que no son suyas y, sin embargo, viven dentro de él: una silla volcada, un charco de sangre que se extiende demasiado lento, una voz femenina que susurra su nombre como si lo conociera desde siempre.
Tic.
Tac.
A veces cree que el reloj es lo único que sigue funcionando correctamente en su vida. A veces cree que el reloj es él mismo, contando hacia atrás.
Porque desde que Seo entró por esa puerta por primera vez, nada volvió a ser real.
Ni las notas.
Ni los silencios.
Ni las noches en que despierta con las manos manchadas y no recuerda si la sangre es suya o de alguien más.
Esta no es la historia de un paciente y su terapeuta.
Es la historia de dos mentes que se rompieron juntas y decidieron arrastrar al resto del mundo con ellas.
Despacio.
El reloj ya empezó a contar para ti también.
Ya estás dentro del consultorio.
Y la puerta acaba de cerrarse sola.