Capítulo 6

2734 Palabras
—Déjame entenderlo —Jenny mastica una de sus papas, haciendo un tremendo ruido—, tu vecino aterrador, que ahora es... —Revisa nuevamente la nota—, vecino observador apasionado; ¿te estuvo esperando anoche para comprobar que llegarás bien? —Sí. —Definitivamente, deberías comprar una escopeta. —¡Jenny! Esto es en serio. —Yo también estoy hablando en serio. Esto no es normal. Tienes un acosador. —Ya te he dicho que no es un acosador —Ruedo los ojos y le arrebato el paquete de papas—, y deja de hablar con la boca llena. —¿Has visto la cicatriz de su mejilla? —pregunta y la fulmino con la mirada—. Aunque es aterrador, no hay que negar que tiene lo suyo. Me pregunto si te acosa porque no tiene acción últimamente. —Oye, gracias por lo que me toca. —Arrojo uno de mis cojines a su cara. —Ay no te sulfures, Susy. Eres hermosa, pero... el tipo da miedo. —No da miedo. —Oh, ¿entonces ya no estás aterrada ni balbuceas frente a él? —Hago una mueca y Jenny sonríe—. Correcto. —Debe haber más de él, Jenny. Tú no lo has visto con las niñas. —Bueno, teniendo en cuenta que la acosa... observadora apasionada no soy yo. No, no lo he visto aterrorizando niñas. Miro el reloj y veo que son más de las cuatro. Me debato en ir a observarlo o si mejor permanezco en mi sala. Lo de la nota fue hace dos días, y aún no he sido capaz de volver a espiarlo. —¿A dónde vas? —pregunto, cuando veo que Jenny se levanta y camina hacia mi cuarto, con la regadera en mano. —Pues a ver a tu vecino aterrador cara de limón, con las niñas. —¡Espera! Pero ella ya está en mi habitación regando las plantas. —Oh. Dios. Mío —jadea y entro en pánico. —¿Qué?, ¿Qué Jenny? —Él realmente sabe reír. Oh señor, el vecino es humano. —No seas ridícula, y baja la maldita voz. Te escuchará. —Oh, él ya está mirando hacia acá. Juraría se decepcionó un poco cuando vio que era yo, no tú. —¿En serio? —pregunto, acercándome un poco más a la ventana. —Ujum —Mi hermana se vuelve hacia mí y sonríe—, sabes que no mentiría. Porque no vienes aquí, así ambos tienen un vistazo del otro y todos contentos. Abro mi boca para decirle que no, pero ella ya está tomando mu mano y halándome hacia ella. Escucho los gritos emocionados de las niñas y luego los veo. Pablo está levantando a una de las niñas, quien sostiene sus dedos sobre su cabeza, como un toro, la más pequeña corre, tratando de huir de la bestia que se convirtió su hermana. Me rio cuando veo la complicidad de los tres. —Toma —Jenny me pasa la regadera—, que no se note mucho tu faceta de observadora apasionada. Y por cierto, de nada. Ahora iré feliz a mi casa, tengo una cita. —¿Otra? —frunzo el ceño, cuando asiente—. Jenny por Dios, al menos es el mismo chico. —Dios no. Tengo que ampliar mis horizontes. —Eres una zunga —me rio y la empujo un poco—. Ten cuidado. —Lo tendré... ¡Oh mira eso! Alguien está feliz de verte —canta, palmea mi trasero y se marcha. Froto el lugar donde golpeo y la fulmino. Me vuelvo hacia la ventana y veo a Pablo, de pie, cargando a las dos niñas, dirigiendo una encantadora sonrisa hacía donde estoy yo. Mi corazón, literalmente, se detiene unos segundos. Él me está sonriendo. A mí. Le devuelvo la sonrisa y agito mi mano en saludo. Las dos niñas me miran con curiosidad, sonríen al igual que él y agitan sus manos, enérgicamente. La señora mayor, a quien escuché llamar a Pablo como su hijo, sale y los llama para comer algo. Las niñas bajan de los brazos de Pablo y corren hacia la casa. Él y yo permanecemos unos buenos minutos mirándonos y sonriéndonos. Muerdo mi labio, nerviosa por esta extraña interacción; Pablo hace un gesto suave con su cabeza y se vuelve para seguir a su familia. Mi corazón sigue palpitando, rápidamente, cuando se pierden dentro de la casa. Renovando mi sonrisa, cierro las cortinas y me dejo caer sobre mi cama. Esto ha sido... interesante. —Esto no puede ser cierto —gruño y me dejo caer sobre mis rodillas—. Tenemos un vándalo de las flores. —Tomo los tallos masticados y disperso la tierra amontonada. —¿Están haciendo una madriguera? —pregunta Jenny al teléfono. —Eso creo Jenny. —¿Un conejo?, dime que es un conejo. Si es cualquier otro animal enloqueceré y no volveré a tu casa. —No sé exactamente que animal sea, pero es bueno tener esperanza de que no regresaras. —Oye, no seas una imbécil. Sé perfectamente que me extrañas cuando no estoy. Tiene razón, por muy molesta que sea, la extraño siempre. Pero no se lo diré, quien la aguantaría jactándose en mi cara con ello. —Sigue diciéndote eso. —Lo que sea, te dejo para que retomes la tarea de arreglar tu jardín. —La última palabra sale como si hablara de algo aterrador. Definitivamente el odio que siente Jenny por las flores es ridículo. —Por lo menos mi casa luce más bonita que la tuya. —¡Ja!, por lo menos yo no tengo que tratar con animales extraños acechando y procreando en mi casa. Termino de limpiar las flores destrozadas y las llevo a la basura. —Si es un hurón, le diré a la mami que tú quieres uno. —Atrévete y no verás un mañana. Me río entre dientes. —bueno, cuelga para terminar mi trabajo aquí. —Suerte. Te quiero tonta. —Y yo a ti. Termino la llamada y suspiro al ver el desastre. Lo más probable es que sea un conejo. Espero que sea un conejo. Enciendo el bafle que traje conmigo y dejo que la lista de Juan Luis Guerra se reproduzco. ¿He dicho que amo a ese hombre y su música? Dime si mastico el verde menta de tu voz o le pego un parcho al alma átame al pulgar derecho de tu corazón y dime como está mi amor en tu amor Frío, frío como el agua del río o caliente como agua de la fuente tibio, tibio como un beso que calla y se enciende si es que acaso le quieres Ay ay ay ay... —Bonita voz. Grito y dejo caer la bolsa de tierra a mis pies. Me vuelvo hacia la dulce voz que viene tras de mí con una mano en el corazón. —Jesús bendito. Casi me da un infarto. La niña luce realmente apenada. —Lo siento. No quería asustarte, te escuché cantar, además de que tienes una flores muy bonitas y... —No te preocupes —digo cuando la veo moverse nerviosa. —Soy Susana. —Marcela. Tengo ocho años. —Sonríe orgullosa. —Oh, eres toda una señorita. —Así es. —Sus ojos se desvían a las flores y los instrumentos de jardinería. —¿Quieres ayudarme? —pregunto. No sé por qué razón lo hago, pero ya salió de mi boca. —¿En serio puedo? Contemplo su impecable vestido y hago una mueca interna. Probablemente sus padres se enfurecerán. —No veo problema alguno —respondo encogiéndome de hombros. Le entrego mis guantes para que cubra sus manitas. —¿Qué tengo que hacer? Le explico en qué y cómo puede ayudarme. Apenas y hemos empezado a remover la tierra que se echó a perder, cuando otra niña de rizos negros, se aproxima. Es la misma niña de la vez pasada. —Hola —susurra tímidamente. —Samanta ella es Susana, mira me ha dejado ayudarla con las flores. —Oh —responde Samanta cuando le sonrío. —Ella no habla mucho con extraños. Pero es una buena hermanita menor —susurra Marcela, acercándose a mí. —Hola, un placer conocerte Samanta, eres muy hermosa. Asiente y sonríe. Le ofrezco una de mis palas de jardinería y su sonrisa se ensancha. Marcela le explica a su hermana lo que ella está haciendo y yo le doy un nuevo trabajo. —Sólo las colocas cuando tu hermana termine de abrir los huecos. Debes darles un beso cuando las dejes en el suelo ¿Vale? Vuelve a sonreír, besa la primera flor y la deja en el hoyo. —¿Por qué hay que besarlas? —pregunta Marcela confundida. —Bueno, las flores son seres vivos, ellas sienten y todo. Les das un beso para que se sientan cómodas y crezcan con amor. —Oh, bien. Dales muchos besos Sami. Las tres nos concentramos en nuestro trabajo, la música sigue sonando y canto para deleite de las niñas. Escucho a Samanta tararear de vez en cuando. —¿Quieren algo de tomar? —pregunto. Las niñas asienten y les sonrío—. Ya regreso. Voy a la cocina y tomo la jarra con limonada. Los vasos y un poco de papas fritas que le robé a Jenny. Salgo al jardín y veo a las niñas concentradas en sus tareas. —Aquí tienen. Sirvo los vasos y les extiendo las papitas. Nos sentamos en la hierba a comer y beber. El sudor baja por la frete de Samanta y me causa ternura. —Les traeré unos sombreros para cubrirlas, el sol ya está empezando a salir. Voy al cuarto de almacenamiento y extraigo los sombreros de jardinería. Los pongo en la cabeza de las niñas y les quedan enormes. Nos reímos, pero continuamos con las tareas. —Usen los guantes, voy a aplicar una sustancia para proteger a las flores y puede ser tóxica para ustedes —ordeno. Ambas se cubren sus pequeñas manos con los enormes guantes que tengo. Después de terminar de aplicar todo, entrego una regadera a cada una y les pido que me ayuden a regar todas las flores, las sembradas en la tierra como en las macetas. —Quedó muy bonito, yo quiero un jardín así en casa. —Puedo regalarte algunas flores, y prestarte mis... —¡Marcela! ¡Samanta! Las tres nos volvemos hacia la voz airada de Pablo. Mi vecino viene hacia nosotras como un toro en corrida. Las niñas se tensan al igual que yo. Se ve realmente enojado, su rostro está tan tenso, que la piel alrededor de su cicatriz se estira. Se ve aterrador. —Les he dicho mil veces que no se alejen de la casa, y mucho menos que salgan de ella con un extraño. —Lo siento. Sólo quería ver las flores —responde Marcela con los ojitos llenos de lágrimas. Samanta se esconde tras su hermana. —No estaban haciendo nada malo, Pablo. Me ayudaban con el jardín. —No estoy hablando contigo —escupe y me fulmina con la mirada. Eso me enfurece. ¿Quién se cree para hablarme así? —Primero que todo —gruño colocando mis manos en mis caderas—, estás en —Miro a las niñas y les sonrío— ¿Pueden taparse los oídos un momento? —pido, asienten y obedecen. Me vuelvo hacia Pablo—. Como iba diciendo; en primer lugar, estás en mi maldito jardín así que estás jodidamente hablando conmigo. Segundo, si vuelves a gritar a las niñas de esa manera, voy a arrojarte una pala en la cara y tercero; me dices extraña a mí, de esa manera una vez más, y te patearé entre las piernas. Suspiro y me vuelvo hacia las niñas nuevamente. —Ya pueden escucharnos. —Enfrento a un aturdido Pablo, y me cruzo de brazos levantando una de mis cejas—. ¿Algo más que decir? Parpadea, me observa y luego a las niñas. Frunce el ceño y abre su boca para decir algo, pero la mujer mayor —que reconozco como su mamá— viene hacia nosotros, riendo. —Bueno, toda una guerrera ahí —dice cuando nos alcanza. Palmea la espalda de Pablo y sigue su camino hasta estar frente a mí—. Soy Luz Edith, la madre de este hombre bestia y ellas son mis nietas. —Susana, la vecina. —La chica de la ventana. —Mis ojos se abren un poco y me sonrojo. Oh mi Dios, ya soy famosa. La famosa observadora apasionada. —Sí —Me aclaro la garganta, puedo ver los labios de Pablo crisparse un poco. Estrecho mis ojos hacía él—, la misma. —Muchas gracias por entretener a mis nietas —Mira a las niñas y sonríe—. Desde que te vieron salir querían venir y ayudarte. Les gusta mucho tu jardín, a mí igual, es realmente hermoso. —Gracias. Edith se vuelve hacia Pablo y lo reprende. —Será mejor que te disculpes. Yo estaba pendiente de ellas desde la casa. —Sabes que no me tomo en juego la seguridad de las niñas. Eso hace que vuelva a sulfurarme. —Oye —bramo—, ¿cómo se te ocurre pensar que les haría algo? Idiota. —Acabas de amenazarme, dos veces. —Porque estás actuando como un imbécil. —Hago una mueca cuando Marcela resopla una risa. Pablo le lanza una mirada reprobadora y hasta yo me cago en mis pantalones—. No repitan, nunca, lo que acabo de decir. ¿Vale chicas? —Si. —responde Marcela y Samanta asiente. Pablo se queda viéndome intensamente. Le devuelvo la mirada, desafiándolo a que diga algo, tengo la pala en mis manos y me caracterizo por mi buena puntería, Jenny es una víctima y testigo de ello. —Vamos niñas —dice Edith, Pablo y yo no rompemos el duelo de miradas—. Despídanse de Susana y vamos a limpiarlas. —Adiós Susana —dice Marcela, les sonrío, dejando de ver al pendejo de mi vecino y agito mi mano—. ¿Vienes papá? —La niña pregunta y mis ojos se salen de mis orbitas. ¿Son las hijas de Pablo? Eso no me lo esperaba, creía que eran las niñas de su hermana. La mujer que vi ese día. Mis ojos van hacia su mano para buscar un anillo o alguna evidencia de una esposa. En todo este tiempo no he visto a otra mujer más que a las niñas, su señora madre y su hermana. Pablo entiende lo que busco, me mira y niega con la cabeza. Me encojo de hombros y veo a sus labios crisparse otra vez, en un amago de sonrisa. Su rostro se relaja un poco y dejando que su mirada vague por todo mi cuerpo, se vuelve y camina con las niñas de regreso a su casa. Idiota. Ni siquiera se disculpó. Refunfuñando y resoplando, recojo todas mis cosas y termino de dejar limpio y ordenado mi jardín. Entro todo a casa y me voy al baño para ducharme y preparar el almuerzo. Jenny viene por mí cerca de las dos, y vamos a la peluquería antes de ir a mi tienda. Por la noche, cuando regreso de una ardua jornada laboral, voy hasta mi cuarto y me desnudo para bañarme; al salir de la ducha, un golpe en la ventana me sobresalta. Frunzo el ceño y me acerco sigilosamente hasta las cortinas. Por una pequeña abertura que hago, veo nuevamente a mi vecino, caminando hacia su casa. Un papel en el marco de la ventana ha sido dejado. Abro la ventana y tomo el papel rápidamente. Pablo en ningún momento se vuelve, ni lo llamo. Cierro la ventana y las cortinas, asegurándome de que no se vea nada hacia afuera. Me siento en mi cama y desdoblo la pequeña hoja. Lo siento por ser tan borde esta mañana. Mis niñas son todo para mí y me preocupo mucho por ellas. Por cierto, no, no estoy casado. Tampoco tengo alguien a mi lado. Espero que tú tampoco. ¿Qué en nombre del amoroso infierno? ¿Mi vecino quiere asegurarse de tener el camino libre conmigo? Santas bolas mágicas.
Lectura gratis para nuevos usuarios
Escanee para descargar la aplicación
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Autor
  • chap_listÍndice
  • likeAÑADIR