Maybe no lloró, no gritó, no habló.
Sabía que su fin estaba cerca. También sabía que ella lo aceptó así. Todo por Camilito. Jamás dejaría que algo malo le pasara si estaba en sus manos evitarlo.
La joven veía las calles pasar, pero no podía reconocer nada. Nada le era familiar. De todos modos, no conocía la ciudad. Lo poco que había andado en la tarde, había sido solo en el centro.
El celular del hombre que conducía recibió una llamada entrante, la que contestó con unos auriculares.
―Bueno ―contestó con un claro acento colombiano―. Sí, vea que ya la tengo conmigo. No se preocupe, hombre, que haré lo que me dice. No. Carajo si tiene idea. Nos vemos.
Cortó la llamada y, tras una breve mirada a Maybe, que estaba sentada a su lado, siguió conduciendo y mirando hacia adelante como si
