—Deshidratación, inanición, neumonía, septicemia, infección cutánea… —enumeró bajo mientras no se atrevía a mirar el cuerpo de su indefensa esposa.
La pobre mujer no tenía culpa de nada y le había tocado pagar caro por su indiferencia y por lo idiota que podía llegar a ser la gente a veces.
Ephraim estaba con el corazón roto, no solo por su esposa que, a pesar de su extrema delgadez, se veía preciosa ahora que la habían limpiado de pies a cabeza; él también sufría por toda esa gente tonta que, por imbécil, había mandado sin indicaciones claras y de mala gana por esa joven que no despertaba a pesar de tener dos días recibiendo tratamiento médico.
El rey de Tassia se sentía entre la espada y la pared, porque no podía hacer caso omiso y dejar ir como si nada a quienes casi mataron a una mujer que, para ser la primera reina de Tassia solo debía firmar los papeles de matrimonio; y tampoco quería dejar impune lo que le hicieron a una pobre mujer que, en sus pasadas pesadillas, le suplicaba llorando que la salvara.
Sí, Ephraim la soñó muriendo y suplicando por ser salvada y, en algún punto, sintió ganas de salvarla, por eso corrió hasta su carruaje cuando la supo entrando al palacio y, por eso también, la había cuidado día y noche desde que la rescató del carruaje que quemó cuando estalló su frustración al escuchar al médico decir que Ebba no sobreviviría su primera noche en ese lugar.
Sin embargo, lo hizo, Ebba sobrevivió la noche y, poco a poco, ganó un aspecto que aseguraba que seguía con vida. Eso dio paz a la mente del monarca, y también dio espacio a su cabeza para analizar la situación y darse cuenta de que, eligiera lo que eligiera, era él quien perdería demasiado.
—…gua —gruñó una débil voz y el joven rey de Tassia se apresuró hasta la cama luego de servir agua en un vaso de cristal, entonces, con sumo cuidado, levantó un poco la cabeza de la joven inconsciente en la cama y le ayudó a beber un poco de eso que pedía.
Era así como la hacían beber agua, y no solo eso, también sopas y papillas, porque la pobre chica se hubiera muerto de haber tenido que pasar otro día con el estómago vacío; además, según el médico que la salvó y la trataba, ella no se recuperaría si no recibía alimentos, pues no tendría de donde sacar fuerzas para poder vivir.
Ephraim Cyril miró de arriba abajo a su casi esposa y volvió a sentir cómo se le oprimía el pecho y le dolía la cabeza y el estómago, entonces dos golpes fuertes en la puerta la hicieron desfruncir el rostro que se acomplejaba cada que veía a esa pobre chica.
Tras dar el pase a quien tocaba a la puerta de su habitación, el hombre vio entrar a su primer ministro, a la jefa de sirvientas de su palacio y al médico real, estos acompañados de personas que no sabría precisar quiénes eran, porque no era su trabajo tratar con todos ellos, eso era cosa de su primer ministro, del ama de llaves, del mayordomo y de la jefa de sirvientas.
Mientras Elijah Vise, primer ministro del reino de Tassia, ponía al día a su rey de lo ocurrido en el transcurso de la noche y le informaba su agenda del día, el médico revisaba con detenimiento a la joven, entonces le dio una nueva dosis de medicamento y le indicó a la jefa de sirvientas que procedieran con la curación de la piel.
—Debemos seguir esperando —declaró el médico real cuando, junto con Elijah y el rey, dejó la habitación—. Su mejoría es evidente, pero aún no es suficiente, que continúe la alimentación, las curaciones y la vigilancia; mientras tanto, tengamos paciencia y fe.
Ephraim Cyril suspiró, paciencia era lo menos que debía dar luego de su tremenda falta, y aun así le costaba demasiado solo sentarse a esperar que ella mejorara, que ella reaccionara.
Pero, tal como el médico dijo, con paciencia y cuidados la chica se vio cada vez mejor, era como si, con cada noche de sueño, con cada nuevo baño y con esas comidas que Ephraim estaba harto de comer también, ella recuperara vitalidad, también peso y, sobre todo, su belleza.
La belleza de esa joven fue uno de los pocos argumentos a favor de su matrimonio por conveniencia, porque, definitivamente, Tassia no necesitaba de las riquezas de Cinetto, y posiblemente tampoco necesitaban de su alianza, pero, luego de terminar al fin una guerra de treinta años con el ahora desaparecido reino de Anhettenia, Tassia no soportaría una guerra más, al menos no tan pronto.
Sí, fue difícil aceptar ese matrimonio, sobre todo porque era con una extranjera que mandaba una ridícula petición a cambio de paz, así que, más que aceptando un trato, Ephraim sentía que había sido amenazado y obligado por ellos para aceptar a la princesa Ebba que, por lo menos, era muy bonita.
Sí, ese fue su punto a favor, pero no era suficiente, porque aún quedaban muchas cosas en el aire y les preocupaban a todos, cosas como que ella hubiera ido ahí con la intención de convertirse en espía y compartir con su reino los puntos débiles de Tassia; o que hubiera llegado hasta él para asesinarlo.
—Majestad —habló Elijah luego de recibir un sobre de parte del mensajero—, es una carta de Cinetto. Supongo que querrán saber de la princesa.
Ephraim dejó de hacer lo que hacía, se talló la cara con frustración y extendió la mano para recibir un sobre que, definitivamente, no estaba dirigido a él, pero que, en vista de la actual condición de la princesa Ebba, debía sí o sí abrir y leer, esperando no tener que responder.
» No les dirás lo ocurrido, ¿o sí? —preguntó el primer ministro de Tassia cuando el gobernante de su reino le pidió papel para responder a la carta.
—No —respondió el joven monarca—. Por supuesto que no les diré nada, ni siquiera les responderé, la carta no es para mí, así que no debería ni siquiera leerla, lo que quiero es enviar mi agradecimiento por la dote y un saludo oficial a la familia de la nueva reina, con todo lo ocurrido me olvidé de hacerlo, lo recordé ahorita que mencionaron la procedencia de la carta.
Elijah asintió, caminó a su escritorio y, de un cajón que siempre estaba bajo llave, tomó el papel oficial para la correspondencia real; y, junto con un sobre, se los entregó a quien, antes de convertirse en su rey, fue su mejor amigo también.
—Lamento tampoco haber pensado sobre ello —dijo el primer ministro de Tassia, apenado en serio—, nos urgían otras cosas, en especial a ti, majestad.
Ephraim asintió, lo que Elijah decía era la pura verdad. En los días pasados él solo había tenido a la pobre Ebba en la cabeza, y Elijah había estado doblegando esfuerzos para que él se concentrara en todo lo que debía hacer, sin obtener el mejor resultado, pues en serio que el rey no podía apartar de sus pensamientos a la bella Ebba Aethel.