MASHA
Simón estaciona el auto frente al club, y Susan, con una energía eléctrica, ya está lista para tomar hasta perder la noción del tiempo. Después de su grito de "¡Esta noche arrasamos!", cada uno corrió a prepararse. Yo opté por un vestido blanco de seda que me queda a mitad de los muslos, cubierto al frente pero que deja toda mi espalda al descubierto. Con el cabello suelto y los ojos enmarcados por sombras que resaltan el gris de mis iris, estoy lista. Esta noche no hay margen para el arrepentimiento.
Cuando bajamos del auto, tomo la mano de Simón, y él me lanza una sonrisa que irradia esa dulzura que me recuerda por qué es mi apoyo incondicional. Simón es grande, pero su corazón es tan noble, a veces quisiera que realmente pudiera gritar al mundo lo que es y no tuviera que esconderse. Susan va tecleando algo en su celular, así se la ha pasado desde que salimos del ático.
—¿Estás segura de lo que vas a hacer? —me susurra Simón.
Hago una mueca. Siento el peso de la preocupación en su tono, en estos tres años me ha hecho la misma pregunta, y sé que se preocupa por mí. Pero ya estoy dando los primeros pasos y no pienso dar macha atrás.
—Estoy completamente segura, Simón —respondo con firmeza.
Él asiente, me rodea con un brazo y me aprieta contra su cuerpo, como si quisiera protegerme de lo que está por venir. Simón es solo un poco mas bajo que Eros y mi hermano, pero su cuerpo es mucho más atlético.
—Si te hace llorar de nuevo, me importa una mierda si es el Don de la mafia o el rey de Inglaterra —gruñe—, le quiebro las piernas.
Le doy una sonrisa cálida. Sé porque lo dice, cuando me fui a Rusia duré casi una semana llorando por lo que había pasado. Simón estuvo conmigo cada noche, durmió conmigo, me obligaba a comer, éramos demasiado chicos, pero él se comportó como un hermano mayor para mí.
—Te dejaré hacerlo —me pongo de puntitas para darle un beso en los labios.
Simón me pega mas a su cuerpo y aunque no profundiza el beso lo alarga. Cuando nos retiramos le doy una sonrisa burlona.
—Quien te viera, pensaría que de verdad te gustan las mujeres —me burlo.
Simón rueda los ojos, haciendo un gesto hacia una mesa donde un grupo de asociados de su padre nos observa con interés. Es parte del show.
—Y así como yo no soy la única que se beneficia de esto —le doy una palmada en el pecho.
—Agradezco que seas tu la que tenga que besar y manosear —se queja— por lo menos no me desagrada hacerlo. De hecho, me gusta.
Le guiño un ojo mientras él entrelaza sus dedos con los míos. En el otro lado de la sala, Susan ya ha encontrado un grupo de conocidos y está charlando con ellos, visiblemente animada. Mientras, Simón me lleva hacia el bar, colocándome contra su pecho para aparentar algo más. Siento la tensión en su cuerpo. Está duro. Mi cabeza se gira.
—No es por ti, pequeño saltamontes— me susurra divertido en el oído, con la cabeza y en un gesto disimulado me indica por quien es la enorme erección que ahora está presionando mi culo.
Es un chico alto, moreno, bastante guapo, a decir verdad. Sacudo la cabeza.
—Y yo que pensé que por fin me quitarías la virginidad —digo con fingida decepción.
Simón me pega mas a su erección y se me sale un gemido ¡Dios! Entiendo porque en Rusia tenía tantos enamorados, es enorme.
—Si pudiera hace rato te hubiera metido la polla y te habría hecho gritar mi nombre, o te hubiera puesto a que me dieras una mamada —gruñe.
—Me encanta cuando me hablas sucio —le sigo la corriente— no sabes cuanto me gustaría que también me ensuciaras.
Juego con su camiseta, dejándole ver que le sigo el juego, aunque los dos sabemos que nada de esto pasa de una broma.
Simón suelta una carcajada y sacude la cabeza. La dinámica entre nosotros se sostiene en esa mezcla entre deseo fingido y necesidad real. Simón y yo nos conocemos demasiado, no tenemos secretos ni tabúes; nos besamos, nos manoseamos cuando hace falta, jugamos con las apariencias y nos beneficiamos mutuamente, dándonos y quitándonos sin consecuencias.
Comenzamos a pedir alcohol, Susan se pone a bailar con un chico, y Simón se me pierde, debe de haber encontrado a alguien a quien llevar a casa esta noche. Yo le doy un trago a mi bebida. Yo sigo en la barra, esperando la señal de que todo está listo, y apenas noto mi celular vibrar con el mensaje: "Ok". Me acerco a las chicas, y comienzo a bailar.
Sé que él me está mirando, que desde su oficina en la planta alta del club tiene una vista panorámica. Comienzo a mover las caderas, a pasar mis manos por mi cuerpo, antes de venir a bailar le envié un mensaje a Simón, para que regresara, puede follarse al que quiera después de esto.
Las notas de "Muse" de Isabel LaRosa comienzan a sonar en los altavoces, y esa es mi señal, los brazos de Simón me atrapan, y comienzo a moverme pegada a su cuerpo, sus manos comienzan a pasearse por mi abdomen, mis piernas, sus labios, se pegan a mi cuello. Cierro los ojos, dejándome llevar por la música, consciente de cada movimiento, cada mirada que nos sigue.
—Eres una hija de puta... —susurra en mi oído.
Sonrío. Todo lo tengo planeado, no he dejado nada a la deriva, cada paso que dé estará calculado. Muevo las caderas con más intensidad, mis manos recorriendo mi cuerpo mientras siento cómo su presencia detrás de mí intensifica cada segundo. Es una mezcla de emociones: deseo, venganza, y ese incontrolable anhelo de que me mire, que entienda que no puede olvidarme tan fácilmente.
—Te debo una —le digo en tono juguetón.
—No, pequeño saltamontes. Me debes muchas —susurra, su lengua trazando un camino desde mi clavícula hasta mi cuello—. Dime algo, ¿por qué no simplemente forzarlo?
Lo miro mientras muevo mi cuerpo contra el suyo, sintiendo la presión de su erección contra mi cadera.
—Cariño, la ironía de la existencia radica en que a menudo valoramos más lo que perdemos— respondo, con una voz suave pero cargada de intención— Es como si la ausencia fuera el crisol que purifica nuestros deseos, revelando la verdadera naturaleza de nuestros anhelos.
Simón asiente, su mirada fija en mí como si comprendiera cada palabra.
No miento. Es irónico como el alma humana anhela lo que desprecia. Cuando la posesión se vuelve tedio, el vacío se ensancha, y el objeto perdido se convierte en un fantasma que nos atormenta. Mi madre siempre dice que la indiferencia es el primer paso a la obsesión. Cuando rechazamos aquello que tenemos, sembramos semillas de un deseo voraz, un anhelo que crece en la oscuridad de nuestro ser.
—Eres demasiado inteligente...
—Ponle a un depredador una presa que se les dificulta tener y créeme, harán hasta lo imposible por atraparla.
—Ponle a un depredador una presa escurridiza y su instinto se agudizará hasta límites insospechados. La caza se convertirá en una obsesión, una danza macabra entre cazador y cazado —afirma Simón, mientras que atrapa con sus labios mi oreja— no se la vas a poner nada fácil.
—Voy a hacerlo desearme hasta el punto en que sea doloroso el no tenerme a su lado —afirmo— le haré tragar cada palabra, cada vez que me ignoraba, cada insulto. Lo haré arrastrase a mis pies y, sobre todo, le haré entender que siempre ha sido mío.
Sonrío, porque Simón también es demasiado inteligente, me giro y quedamos frente a frente, sonrío cuando veo a la persona que he estado esperado. Me voy acercando a los labios de Simón, cuando de repente es arrancando de mis brazos.
Eros toma a Simón del hombro, lo gira hacia él y le da un puño en el rostro. Que comience el juego.
—¡Ey! —me interpongo entre ellos, mi tono frío—. ¿Qué demonios crees que estás haciendo?
La expresión de Eros cambia en cuanto sus ojos me recorren, desde la cabeza hasta la punta de los pies. Sus labios se tensan, y veo cómo se endurece, reprimiendo algo oscuro.
—Masha... —pronuncia mi nombre como si fuese una advertencia.
—Eros... —respondo, con una mirada afilada.
—¿Cuándo llegaste? —pregunta con voz controlada, pero la intensidad de su mirada lo delata.
—¿Y eso qué te importa? —replico, cruzándome de brazos—. Dime, ¿Qué derecho tienes a golpear a mi novio?
Simón se pone detrás de mí. No va a hacer nada en contra de Eros, ambos sabíamos que reaccionaria así. Eros posa sus ojos en Simón y lo que veo allí no es mas que celos, rabia, ira, odio.
—Nunca la vuelvas a tocar —le advierte, con una voz tan gélida como amenazante.— si no quieres quedar sin manos, en tu vida vuelvas a tocarla.
Me alejo de Simón y camino hacia Eros. Mis pasos son firmes. Levanto el mentón, mi corazón late muy fuerte, está mas hermoso ahora, tiene mas músculos, el cabello un poco más largo, desde aquí puedo ver los destellos de la tinta que adorna su cuerpo. Va vestido con unos vaqueros negros, y una camisa negra enrollada hasta los codos.
—¿Quién te crees para decirle eso a Mi novio? —enfatizo en eso ultimo.
Veo como se está conteniendo, aprieta las manos en puños. Toma aire, luego me toma de la mano.
—Vamos a mi oficina —pide.
Me suelto, como si su toque quemara mi piel, y él frunce el ceño.
—No tengo nada que ir hacer a tu oficina —digo en un tono distante.
Eros se acerca más, me toma de la cintura y me pega a su cuerpo. Joder esta duro como una roca, su m*****o presiona mi pelvis, sus labios se posan en mi oído.
—Vamos, gatita —pide en un susurro— vamos a hablar a mi oficina.
Intento soltarme de su agarre, pero me es imposible.
—Ya te dije que no tenemos nada de qué hablar —digo intentando soltarme.
—¿Cuándo llegaste? —insiste— ¿Por qué yo no sabía que regresabas?
Arqueo una ceja, y me retiro un poco para poder mirarlo a los ojos, el deseo está allí, y también el anhelo...
—¿Por qué lo sabrías? —me burlo— no es como si fuera alguien importarle al quien se le debería decir.
—Masha... —aprieta los dientes, y la tensión en su mandíbula me da aún más ganas de seguir.
—Ahora suéltame. —Le ordeno, saboreando cada palabra—. Estás haciendo un papelón, suplicándole a una cría de mierda que vaya contigo a tu oficina.
—¡Basta! —grita.
Logro soltarme. Doy un paso atrás, observo cómo se lleva las manos al cabello, tirando de él en un intento de calmarse.
—Vamos a mi oficina —ordena, intentando recuperar el control.
—¿A qué? —pregunto con desdén, disfrutando del poder en cada sílaba.
—Solo vamos...
—Si no me dices a qué, no voy a ningún lado —lo veo tensarse, sus ojos arden—. Viste, no tenemos nada de qué hablar.
Eros toma aire, veo la lucha que se libra en su interior. Es tan terco, y sabia a lo que me enfrentaba, igual no es que se la vaya a poner fácil.
—Sigues siendo una cría mimada —escupe con rabia.
Me río en su cara, disfrutando del eco de su frustración. Aquí vamos, cuando no obtiene lo que quiere comienza a atacar.
—Esta cría mimada sigue poniéndote duro —me encojo de hombros con falsa inocencia, sabiendo lo que eso le causa.
En un segundo, me toma entre sus brazos, su dureza presionando contra mí, su aroma embriagando mis sentidos, y siento su aliento mezclarse con el mío.
—No ha cambiado nada, las mujeres me siguen poniendo duro —gruñe, sus manos firmes en mis caderas.
—¿En serio? Sigues siendo el hombre que cualquiera mujer puede tener — Replico, mi voz pura ironía— ¿A caso no te enseñaron que lo fácil aburre? Si cualquiera puede tenerte ¿Qué te hace tan especial? Las mujeres buscamos algo mas que un cuerpo bonito. Queremos a alguien que nos haga sentir únicas, no un clon de todos los demás.
Su agarre se hace más fuerte, y veo la rabia en su mirada.
—¡Basta, Masha! Te estás pasando —dice entre dientes, su voz temblando de furia.
—Eres demasiado patentico — me burlo, sin piedad— creyéndote mucho porque cambias de mujer como de bóxer, pero vamos, así como las mujeres fáciles para los hombres no son prospectos de esposa, igual pasa con los hombres, los hombres que cualquier mujer puede tener dejan ser prospecto para algo serio.
Eros me aleja y da un paso atrás, puedo ver como mis palabras le han afectado, pero no me importa.
—¿Quién dijo que quiero casarme? —responde con brusquedad, su ego a la defensiva.
—Tampoco podrías —me encojo de hombros— solo serias usado y luego desechado.
—¡Quiero que se larguen de mi club! —grita, fuera de sí.
Simón, a mi lado, me atrae a su cuerpo, y Eros da un paso como una bestia al acecho.
—¡No la toques! —ruge— ¡Joder, no la toques!
—Él me puede tocar, porque es mi novio —le digo, dejándolo claro, y veo cómo su expresión se oscurece.
Eros sacude la cabeza. Es demasiado terco.
—¡Largo de mi club! —insiste, su voz rasgada de odio.
Miro a Simón, que oculta una sonrisa, encogiéndose de hombros, divertido. Comienzo a caminar hacia la salida y, al pasar junto a Eros, siento su mano en mi brazo, reteniéndome.
—Puede que sea algo usado, pero no sabes cuántas mujeres me han disfrutado —dice con rabia, escupiendo las palabras como veneno—. En cambio, tú eres una mujer fría y mimada que ningún hombre soportaría.
Sonrío de medio lado, sin despegar mis ojos de los suyos.
—¿A cuántas, de esas mujeres, te las has follado pensando en mí? —inquiero con burla— Dime, Eros, ¿Cuántas veces has tenido que pensar en mí, imaginar que soy yo la que te está dando placer, para poder correrte?
Me suelta de repente. Sus ojos me miran con rabia, deseo, odio. Lo sé, lo veo en su mirada, en cómo su respiración se acelera.
—No te confundas, porque puede que tengas muchas mujeres, pero ninguna de esas soy yo y eso es lo que te jode —arqueo una ceja— te jode, que tienes que recurrir a esas mujeres, para poder controlar las ganas que me tienes.
—No seas ilusa —se burla, intentando recuperar el control.
—No seas iluso tu —ladeo la cabeza— puedes tener muchas, pero nunca podrás tener a la que realmente deseas.
Me acerco y le doy un corto beso en los labios, y siento cómo se tensa, atrapado.
—Piensa en esto — murmuro cuando me alejo— ahora yo me voy, a mi casa con mi novio, y tu regresaras a tu casa solo, y deseando que me hubiera ido contigo. Y mientras que tu te das una paja, o consigues alguna puta con quien descargarte, estarás pensando que yo, estoy con el hombre que he decidido que puede tenerme.
Le guiño un ojo y me largo. Juego en marcha.