Belinda Isidorio no recordaba la última vez que durmió tranquila, sin miedos ni preocupaciones, sabía que muchas niñas tenían una vida mucho peor que la de ella. Aún así, su pesadilla seguía ahí, en la figura de su padre.
Increíblemente, sus padres tuvieron ocho hijas, ningún hombre nació allí, para gran tristeza y decepción de su padre. Salvador Isidorio soñaba con un niño para heredar su fábrica de cigarros, pero no tuvo suerte, su esposa dio a luz a 8 fuertes y hermosas hijas.
Después de eso, según él, su lista de mala suerte no hizo más que crecer y el amor paterno se convirtió en heridas, las heridas en desprecio, y su madre empezó a proyectar en sus hijas el cansancio por la familia y el desprecio de su marido.
La fábrica quebró y su padre comenzó a convertir a sus hijas en una fuente de ingresos, con el pleno consentimiento de Martinela Isidorio, la madre que debía proteger a su prole.
Las niñas Isidorio estaban obligadas a entregar su virginidad a quien pagara más, en cuanto cumplieran 18 años.
La única de las hijas que se había escapado había sido Beatriz, eso porque ella era quien hacía todas las labores de la casa, manteniendo a todos alimentados, la casa limpia y la ropa lavada, y ella juró que si la tocaban abandonaría aquel puesto.
Por ese motivo, unos días antes de cumplir 18 años, Belinda hizo una maleta con la ayuda de Beatriz y escapó de su destino inminente. No quería terminar como las hermanas mayores. Transformadas en mujeres fútiles que entregaban su cuerpo a cambio de joyas, ropa costosa o se convertían en amantes de viejos esnobs, hasta el momento en que ya no las quisieran. Y empezaban a buscar a otros que pagaran por ellas y mantuvieran llenos los bolsillos de su padre.
En el fondo, Belinda, al igual que Beatriz, sabía que las hermanas habían sido víctimas de su padre, pero aún así lucharían por escapar de ese destino.
Belinda era más atrevida que Beatriz, por eso fue en busca de la libertad.
No se convertiría en una prostituta de lujo, aunque tuviera que correr grandes riesgos, su virginidad solo sería entregada a quien ella quisiera y cuando quisiera.
Durante un mes, Belinda logró pagar una modesta habitación en una posadero, pero el dinero que su hermana Beatriz había desviado del presupuesto familiar se estaba agotando y Belinda no sabría qué más hacer después de eso, ya había repartido currículos por todas partes. Estaba a seiscientos kilómetros de casa y esperaba que fuera lo suficientemente lejos de las garras de su padre. Su cabello largo se había vuelto corto, se lo cortó para no llamar la atención, pero eso solo hacía más atractivos sus ojos y su cuello también, de hecho, Belinda tenía un rostro bonito y simétrico.
Se sintió aliviada cuando el posadero le ofreció un trabajo. Necesita lavar, planchar y cocinar, pero eso le garantizaría una cama calentita al final del día, la barriga llena y seguridad. El salario era bajo, pero no tendría grandes gastos y ya no le cobrarían su habitación, por lo que Belinda pudo ahorrar un poco de dinero. Y aún así logró pagar un gimnasio, le gustaba hacer ejercicio y sentir su cuerpo activo, era el único lujo que tenía.
Ella estaba en el centro de Austin y no fue difícil encontrar un gimnasio que se ajustara a su horario de trabajo. El que consiguió no era lo que ella deseaba porque el lugar tenía un aire un poco lúgubre, pero era el lugar más cercano a la posada, mientras tuviera trabajo todo iría bien, ya había pasado por dos ciudades, antes de radicarse allí, ella solo pedía que su padre no la encontrara.
El trabajo no era fácil, pero era lo que había y la mantenía ocupada, esa rutina la seguía con calma, el gimnasio le había dado agilidad y el trabajo había terminado por ser más sencillo. Pero Belinda siempre tenía la sensación de que alguien la observaba, sobre todo cuando se sentaba en la plaza por la noche o cuando salía al gimnasio por la mañana.
Al principio notó los ojos en su dirección, los hombres que la esperaban en la puerta de la Academia Orlov siempre le sonreían y la invitaban a salir.
Ella era demasiado sencilla para ese tipo de atención, pero de repente esas atenciones desaparecieron, todos estaban distantes, sin acercarse en absoluto. Incluso el chico de la recepción comenzó a tratarla con respeto inmediato. Algunos la miraban como si tuviera la señal de alguna enfermedad contagiosa, probablemente llamó la atención porque era nueva, y luego dejó de serlo.
No se sentía triste por eso, de hecho, solo quería vivir su vida y estaba contenta con eso. Cuando fuera posible, buscaría un trabajo diurno e intentaría ingresar a la universidad, quería estudiar gastronomía, le gustaba inventar platos y sus comidas eran muy elogiadas.
Su plan en el gimnasio no incluía desayuno, siempre había un festín disponible para aquellos que podían permitírselo, un día inesperadamente como una cortesía de la casa, le dieron el derecho a desayunar, así como también le habían insertado lecciones de natación en su paquete. Y estaba aún más feliz de descubrir que podía elegir el horario.
Entonces, siempre después del almuerzo, hacía sus 50 minutos de natación, le gustaba ese horario, porque garantizaba que no la atraparían allí, en la noche el gimnasio se transformaba en una exquisita discoteca. Pasadas las 10:00 pm, una pared falsa escondía los aparatos y solo la discoteca existía. Nunca había estado en una, pero no se aventuraría, los rumores eran pesados sobre ese lugar.