Arabelle cubrió su rostro con el hiyab (El hiyab es un velo que cubre la cabeza y el pecho que las mujeres musulmanas.) Si alguien le miraba allí, estaba acabada, acabada. Era terriblemente mal visto que una mujer de su clase visitará esos lugares de tan bajo mundo. Ella lo consideraba una completa hipocresía. ¿Porque Kerem si podía hacerlo? Estaba casi segura que su marido visitaba esos lugares y se encerraba en los VIP con aquellas mujeres que usaban poca ropa.
Desgraciado infeliz.
No se reprendió a sí misma por pensarlo, debido a que estaba harta. Había sido tan condescendiente hasta el punto de casi humillarse ella misma y aun así, estaba apunto de perderlo todo. Había escondido su carácter por su padre, pero ahora sin su protección tenía que sacar las garras para protegerse, si no, iba a ser aplastada. El ambiente y la música era abrumador, las mujeres bailaban en aquellos tubos frotandose con ellos de manera escandalosa, al menos para Arabelle que había sido criada en un hogar musulman tradicional y eso, sin duda, era realmente inadmisible, al menos para ella.
—Por amor a Alá, mujer, quita esa cara—dijo Ruzgar que se las había arreglado para sacarla de la casa, aprovechando que Kerem estaba fuera. Además, si no ponía ni una pizca de atención a su esposa, era imposible que se diera cuenta de su ausencia.
—No es mi ambiente.
—Lo se, no te imaginó en un lugar así, no porque no te verías preciosa, si no porque en tu posición como “Kralice”, es imposible.
Arabelle se sintió dudosa con la palabra “preciosa”, dudaba que lo fuera, si realmente la belleza le brillara a favor, su marido no la trataría como si tuviera lepra. Recordaba todas esas noches, cuando él dormía con ella. Kerem dormía plácidamente mientras ella mantenía los ojos abiertos y cuando llegaba la madrugada, derramaba un par de lágrimas decepcionada por no haber recibido nada, ni una mirada, ni una caricia.
Todo era decepción.
No pudo responder al halago, ni dijo más, solo se dejó guiar por aquellos pasillos siendo escoltada por su seguridad, que había sido comprada por Ruzgar. Podía salir, pero jamás sin ella y la mano derecha de Kerem, no pensaba arriesgarse a poner en riesgo la seguridad de la esposa del “Mudur”. Abrieron una de las habitaciones y de inmediato, Ruzgar la hizo pasar.
—Espera aquí, iré a buscar a Fatma. No levantes las cortinas ¿Está claro?
Ella asintió sin saber de qué cortinas estaba hablando. Se adentró en la habitación y dos de los guardaespaldas se quedaron fuera, mientras tres la acompañaron a dentro y se colocaron cerca de la puerta, mientras la mujer exploraba. Paredes blancas con rayas color vino, cortinas tan rojas como la sangre, una especie de humo oloroso que recorría el lugar y música, mucha música que apenas y podía escuchar su propia voz.
Sus pies se movieron inquietos, estaba temerosa de que se supiera dónde estaba, pero si esto la ayudaba a ganar algo, sin duda valdría la pena. Se sentó, se puso de pie minutos más tarde, caminó, volvió a sentarse, estaba nerviosa, tan nerviosa que terminó olvidando la instrucción de Ruzgar de no levantar la cortina. No lo hizo demasiado, solo ligeramente y entonces sus ojos divisaron que aquello era una especie de enorme habitación dividida por secciones con elegantes cortinas. Una mujer permanecía sobre un hombre, mirándolo con una lascivia doblegadora y acariciando sus labios con sus largas uñas, el hombre pasaba sus manos de forma impudorosa por sus piernas, casi podía notar como la mujer se estremecía debajo de su tacto cuando los dedos de aquel hombre rozaron su ropa interior.
Era momento de apartarse, estaba escandalizada, pero innegablemente le pareció interesante presenciar aquello, especialmente cuando el hombre comenzó a besar el cuello de la chica. Sintió un cosquilleo en el cuello y al parpadear, una imagen erótica le apareció en la cabeza, lo mismo que estaba presenciando, pero cambiando de protagonistas: Kerem y ella.
¡Debía estar alucinando!
¡Alá, piedad!
Sintió sus mejillas arder y cuando notó que el hombre comenzaba a llevar sus labios al pecho de la chica, cerró la cortina de golpe y entonces giró rápidamente y chocó con una figura alta y esbelta.
—¿Disfrutando de la vista?
Arabelle se aclaró la garganta.
—Yo estaba…
No supo qué responder, la mujer que tenía delante usaba unos largos tacones de aguja y un vestido elegante pero de lo más seductor. Sus labios eran de un rojo carmesí y su andar era lo más grácil que había visto en mucho tiempo.
Ruzgar estaba detrás de ella.
—Te dije que no levantarás la cortina.
—Lo siento—se disculpó con sinceridad.
—¿Ella es la mujer?
Ruzgar asintió y Fatma Polat la analizó, esa sección tenía mucho ruido, así que abrió una puerta y la hizo pasar a su habitación privada, cuando Ruzgar pensaba adentrarse en ella, Fatma lo detuvo.
—Oh no, tu no guapo, quédate allí afuera, yo me encargare de tu amiga.
—Ya te he dicho que es importante para mí que hables con ella, te pagaré lo que tenga que pagar, es un regalo del “Mudur” y tiene que hacer su trabajo bien—explicó Ruzgar intentando que Arabelle lo escuchara. Le había mentido a Fatma porque entre menos se supiera de su visita al “Al Haram” era mejor.
Miró a Arabelle y ella asintió.
—No te preocupes, no dudes de mí, haré lo que pueda hacer esta noche, pero no te garantizo nada. ¡Mira esas mejillas todas rojas y el servicio de al lado no incluía nada pesado, solo caricias!—señaló a Arabelle haciendo que Ruzgar sonriera. Pobrecilla, le esperaba una larga charla.
Luego de un par de palabras más, Fatma cerró la puerta. Le había pagado el triple, había ganado más esa noche, sin tener que acostarse con viejos asquerosos, a veces tenía suerte, llegaban hombres atractivos y les alargaba el servicio, pero a veces venían solo hombres horribles. Fatma haría lo que pudiera, pues Ruzgar la había salvado de follarse a un anciano que podía ser su abuelo y eso había que agradecerlo.
Los tacones de aguja de la mujer, resonaron en el suelo y luego miró a Arabelle, se apoyó de su tocador y analizó lo que tenía delante.
—Quítate el hiyab.
—¿Qué?
—Por Alá, mujer, soy como tu, tengo un par de tetas—apretó su pecho mostrando su escote—, no tendrás problemas, tengo entendido que si eres un hombre tienes que mantenerte cubierta, pero no lo soy, ahora muéstrame.
Arabelle asintió y le mostró su cabello ondulado.
—Wow, wow, me gusta tu cabello y tu cuello, me gusta todo—afirmó para luego acercarse a ella y sujetarle el rostro—. Tienes un rostro fino, y esa barbilla complementa todo muy bien. A ver, déjame ver, qué escondes aquí…
La mujer bajó hasta su pecho y apartó un poco el escote.
Arabelle estaba incómoda, pero Fatma estaba realmente concentrada. ¡Por Alá! Sí que tenía unos buenos pechos dentro de ese escote, es más, ni siquiera debería ser considerado escote, porque no mostraba lo más mínimo.
—Vaya, vaya, mira esto, tienes buenas armas, pero las ocultas y eso es un grave problema.
—¿Como que es un grave problema?
—Los hombres son visuales, si tú tienes todo esto escondido es complejo seducirlos. Tienes que aprender a resaltarlos. Esta ropa es mata pasiones, sirve para una visita a tus suegros por primera vez, pero para un ambiente sensual que termine en una follada bestial, esto no va…
La mujer tenía un vocabulario de los más florido, pero a pesar de ello, Arabelle sonrió ante sus palabras. Era entendible, demasiado en verdad.
—¿Quieres decir que mi ropa no despierta bajas pasiones?
—¡Exacto! Tienes que cambiarlas—murmuró—. No pareces una dama de compañía, así que creo que Ruzgar me mintió, creo que eres su prima o algo, que está por seducir a un hombre con dinero. Pareces una mujer de buena familia.
—Has dado en el clavo.
Soltó Arabelle intentando saber más. La mujer le dio confianza de inmediato y haciendo uso de aquel dicho que decía que una mentira traía más mentiras, decidió mentir a un más.
—Digamos que voy a casarme con un hombre que no me quiere, mi familia necesita el dinero, pero este hombre me ha dicho que no me desea. El primo Ruzgar intenta que mi matrimonio no fracase, pero yo dudo que funcione, él me lo ha dicho, no se acostara conmigo ni en mil años.
Fatma pareció fascinada por sus revelaciones.
—Los hombres son unos idiotas, pero más idiotas son las mujeres que no hacen nada para hacerlos tragarse sus palabras. ¿Es atractivo?
—¿Quien?
—El hombre con el que te has comprometido.
—Lo es, muy guapo en verdad.
—Entonces será sencillo.
—No lo creo, tiene un carácter terrible, temo morir en el intento.
Fatma rió.
—¿Qué pasa?
—Me gustan los hombres así, son interesantes, especialmente cuando ahorcan durante el sexo, es magnifico—Arabelle frunció el ceño haciendo que la sonrisa de Fatma se ensanchara—. Mira, escúchame, creo que tu mayor problema, ahora que te has sincerado, es que tienes miedo. Yo tenía miedo la primera vez que llegué a este lugar. Hay muchos hombres peligrosos, mi primera vez fue con un albano, tenía fama de matar personas y prostituta que no lo satisficiera. Era nueva y me lanzaron allí, antes de entrar mi cuerpo temblaba, pero supe que venía de una vida de mierda y si lo superaba, me ganaría mi renombre aquí.
—¿Y qué pasó?
Fatma recordó aquella noche y al final terminó sonriendo.
—Me lo folle, me lo folle tan bien, que terminó regresando cada noche, hasta que regresó a su país. Tenía modos bruscos, pero te juro que fue el mejor sexo de mi vida, aun sigo añorando que regrese de nuevo. Antes de que se fuera, le pregunté porque me trataba tan bien y me dijo, que detestaba a las mujeres que entraban temblando a su lecho. Yo no lo había hecho así, entre con la confianza plena de que podría seducirlo y lo hice. La confianza es vital y si tu estas temblando, apagarás al hombre.
¿Pero cómo no iba a temblar? Si cuando le miraba, sus piernas eran gelatina.
—Yo me pongo nerviosa.
—¿Te gusta?
—Digamos que lo hace.
Fatma asintió.
—Eres virgen al parecer, si no te lo han dicho, te lo diré yo. No hay mas placentero que el buen sexo. El secreto de complacer, está en que te complazcan. No pienses en lo que le gusta a él, piensa en lo que te gustaría hacer a ti con él. Que te guste ya es un plus porque eso aumenta el deseo que le tienes. Miradas, caricias, besos, embestidas…todo en ese orden, si haces bien lo primero, no dolerá lo último, al menos la primera vez. Que no te engañen, si haces un buen juego previo, antes de darte cuenta lo tendrás adentro y no dolerá, tienes que tolerarlo, porque luego de eso, conocerás el cielo sin haber muerto.
Sabía a lo que se refería, no desconocía del todo él tema.
—¿Y qué pasa si no hay miradas y él se niega a las caricias?
—El secreto está en la tensión, con esta ropa no generas tensión y si no tienes descaro no generas sensualidad. Voy a ayudarte con la ropa. Tienes un cuerpo muy sensual, grandes piernas, enormes pechos y una cintura delgada, fuiste bendecida por la genética, muchas mujeres pagan al cirujano para tener esas piernas anchas. No hay hombre que se resista a una mujer bien vestida y cargada de confianza.
Confianza, eso le faltaba.
—No puedo vestir de forma descarada.
—Nunca he dicho que vas a hacerlo públicamente, lo harás cuando estén a solas o cuando sepas que solo él podrá verte. Se que para las mujeres casadas es diferente, tienes una reputación que cuidar, pero no es ningún pecado seducir a tu marido. Después de todo es tuyo ¿No lo crees?
Fatma acercó su mano a su rostro y con sus largas uñas acarició su mejilla trazando un camino hasta sus labios. Eso la puso nerviosa, era un gesto algo, sensual.
—Las caricias son importantes, así que asegurate que mientras las hagas, le mires a los ojos, así siente lo que tu sientes o se lo transmites. Los besos, importantes, cargados de deseo e intenta quitarte el pudor, eso no funciona durante el sexo. Nada de pudor.
—¿Nada de pudor?
—Nada, a los hombres les encanta el sexo oral y si él no es la excepción tendras que hacerlo. Solo te apartas el cabello y luego tu te encargas del resto. Puedes ser recompensada con algo igual y creeme, el sexo oral es lo mas sublime que sentiras en tu vida, especialmente cuando le mires en medio de tus piernas, esa mata de cabello entre tus dedos…¡Me estoy yendo del tema!—Fatma se encontró recordando sus mejores y lascivos encuentros, necesitaba concentrarse.
—Pareces sumida en tus pensamientos.
Los ojos de Fatma brillaron.
—Cuando sientas a lo que me refiero, comprenderás lo que estaba imaginando. Vas a conseguirlo, no tengas duda de ello, pero primero tienes que arrancarte esa desconfianza que arrastras, la ganarás cuando te des cuenta de las miradas que te lanza cuando cambies de atuendo. Dejamelo a mi, Fatma Polat va a encargarse de ti.
Tal y como había dicho, Ruzgar terminó otorgandole los libros de diseñador de la ropa que Arabelle solía usar. Kerem no se paraba a mirar las cuentas de lo que su esposa gastaba y tampoco era como si le importara. La elocuente mujer, terminó dándole consejos descaradamente lascivos y enfatizando que la confianza era vital para cumplir su cometido.
Si quería llevar a Kerem a la cama, tenía que tener confianza en ella misma o todo fracasaría. Dos días más tarde, miró a las mucamas colocando en los armarios la nueva ropa. Sus antiguas prendas fueron dejadas a un lado y la selección de ropa de Fatma fue colocada como principal en su guardarropa. Cuando se preparaba para la cena, comenzó a analizar las prendas.
Alá, muchas de ellas debían de ser pecado.
Sus mejillas ardieron al mirar los cajones llenos de ropa interior. Seda y encaje, miró hacia arriba y luego suspiró, tomando un conjunto de esos para ponerlo en su cuerpo luego del baño. Tomó un baño y luego secó su cabello lleno de ondas. Al mirarse al espejo mientras se colocaba aquella ropa, pensó en lo radical que tenía que ser aquello.
Su ropa era normal, pero esto era otra cosa.
¿Valía la pena cambiar su antigua esencia?
Posiblemente Kerem no, pero lo que significaba estar a su lado si lo era. Las empresas de su padre y todo lo que le pertenecía debía ser protegido y para ello, debía mantenerlo a su lado.
Terminó utilizando un vestido color vino, el escote era V, porque según Fatma, eso resaltaba sus pechos. Era largo, hasta el suelo, pero de encaje, dejando una tela de fondo solo hasta arriba de sus rodillas, porque lo demás era transparente. Como la esposa del “Mudur” siempre debía verse impecable y preparada, incluso para una simple cena con él.
Pintó sus labios con un tono sutil, se puso los tacones y luego del hiyab. El sonido de la puerta le indicó que la cena estaba servida y sintió cómo su corazón latía de forma desbocada bajo las escaleras. El hiyab protegía su escote de la vista de los demás, al menos por ahora.
—Si, iré a verte mañana por la tarde—decía Kerem al teléfono cuando su esposa llegó al comedor—. Tuve asuntos importantes hoy, Feray. Sabes que siempre quiero verte, pero se me hace imposible.
El ya permanecía sentado esperándola. Escuchar el nombre de Feray la hizo detenerse y desear subir corriendo las escaleras de nuevo para quitarse ese lindo atuendo. Suspiró, su marido estaba hablando con la mujer que era su competencia, su amante.
Arabelle quiso desaparecer, pero mantuvo la calma y se acercó al comedor haciendo que sus tacones advirtieran de su presencia. Kerem la escuchó y entonces terminó despidiéndose y dejando el teléfono sobre la mesa. En silencio, Arabelle se sentó a su lado. No habían comido juntos desde que le había pedido el divorcio, porque él había estado demasiado ocupado en Esmirna y su presencia en casa había sido nula.
Arabelle hizo una seña a las sirvientas y estas levantaron el cloché de los platos de porcelana revelando la cena. Arabelle sintió la mirada de Kerem sobre ella, pero decidió ignorarlo.
—La comida de hoy es Iskender Kebab (plato tradicional turco), espero y disfruten de la comida.
—Gracias—dijo Arabelle a la cocinera, quien sujetó su bandeja y terminó marchándose, dejando el comedor en una soledad abrumadora, pues tampoco había ningún guardaespaldas dentro.
Arabelle escuchaba los cubiertos sobre la porcelana y entonces, armándose de valor levantó la mirada encontrándose con los ojos de su marido.
—¿Porque usas hiyab?
Ella se aclaró la garganta.
—Porque como no habías estado en casa, pensé que tal vez traerías a alguno de sus socios de tus viajes en Esmirna y no quería encontrarme en una situación comprometedora—explicó haciendo creíble su postura.
Kerem le creyó, no era bien visto que una mujer musulmana casada mostrará su cabello a hombres que no fueran de su familia sin estar en compañía de su marido.
—Pues ya has visto que solo estamos tú y yo, ahora quitalo.
La mujer asintió y luego terminó destrabando los broches que lo sujetaban a su cabeza, liberando su cabello y descubriendo su pecho. Dejó el hiyab sobre la mesa y continuó comiendo, sintiendo como una rafaga de aire se colaba entre sus pechos. Esto era lo más revelador que había visto en su vida. Kerem estaba demasiado ocupado comiendo como para darse cuenta, pero entonces se percató de que a su esposa solo le quedaban dos días antes de la visita marital, si es que a él no se le daba ganas de adelantarla.
—¿Ya tienes mi respuesta?—preguntó para luego levantar la mirada y quedarse pasmado cuando sus ojos depararon en aquel escote que resaltaba sus pechos. ¡Por Alá! Su esposa comía afablemente y entonces le miró.
—La tengo, podrías ir hoy a buscar tu respuesta si lo deseas, no tengo ningún problema.
Kerem apartó la mirada de su escote y miró su rostro.
—Espero que sea lo que quiero escuchar.
Ella sonrió ligeramente.
—Lo dudo.
Ella conectó su mirada con la suya y le miró con un atisbe de competitividad en sus ojos. No tenía nada que perder y entonces notó que Kerem movía sus manos de forma nerviosa sobre la mesa. Le miraba la cara, luego al escote, y así, pero no le apartaba la mirada. Estaba sorprendido.
—No juegues conmigo, Arabelle, porque no tengo paciencia. Ya que tienes una respuesta, llevaré los papeles esta noche y espero que puedas firmarlos, por tu seguridad, claro.
Ella comenzó a cortar un trozo de carne con enfado. Recordar la llamada con su prima le encendió la sangre.
—Me alegra saber que lo harás antes de visitar a tu amante, no quiero el aroma al perfume barato que usa Feray en mi habitación. Ni siquiera cuando te bañas se quita ese olor tan corriente—pensó en su cabeza, pero sin darse cuenta, lo había dicho su boca igual ganándose una mirada abrumadora por parte de Kerem.
El hombre la aniquiló con la mirada.
—¿Qué has dicho?
Lo había echado a perder, ahora estaba enfadado. No iba a retractarse.
—Lo que has escuchado, Feray usa un perfume que se te queda grabado en la ropa y que me parece nauseabundo, si vas a ir a ver a esa mujer, espero que le digas que cambie de perfume o simplemente que no se ponga nada, porque temo pensaran que es mi aroma y yo no uso algo tan escandaloso.
Esa mujer, no le había llamado por su nombre, había dicho “esa mujer” de forma despectiva.
—Cuida tu boca, Arabelle, porque no pienso tolerar que hables así de Feray y pagaras caro tu insolencia—exclamó con mordacidad.
—¿Mi insolencia? ¿Qué hay de la tuya? Me has pedido el divorcio, pero sigo siendo tu esposa y estoy en mi derecho de recriminarte por tus gustos tan bajos. Puedo hablar como se me venga en gana de Feray Demir, porque es mi prima y porque es tu amante y ninguna mujer que se mete en la cama de un hombre casado es inocente, ni el hombre tampoco, claro está—Arabelle miró la comida y sintió que el apetito se le había ido—. Lo siento, se me ha ido el apetito.
Lanzó la servilleta sobre la mesa y luego tomó su hiyab.
—¡Arabelle!
Kerem se puso de pie deseando ir detrás de ella y ahorcarla de forma literal, pero los sirvientes se darían cuenta y tendría problemas con el consejo si sabían que había hecho eso. Ser su esposa la protegía de todo el mundo, incluso de él mismo. No podía levantar la voz con ella, porque si no, eso se le sería recriminado más adelante y no deseaba que esos ancianos fueran una piedra en el zapato.
Cuando todos se fueran a dormir, ella estaría en problemas.
Iría a su habitación más tarde y entonces se las pagaría por su forma tan poco ortodoxa de hablar de Feray, quien sería su próxima esposa o al menos, eso era lo que Kerem creía.
Arabelle se detuvo.
—¿Qué pasa?
—Ponte el maldito hiyab.
Y eso bastó para darse cuenta, que verla vestida así le había robado la tranquilidad.