Mi cuerpo empieza a temblar por el miedo que siento, chillo pidiendo ayuda. Me tapa la boca y pega su frente a la mía.
—Perdóname, no debí hacer eso —dice, mientras huele mi pelo.
—¡SUÉLTAME! —repito llorando, llena de rabia e indefensa.
—Cuando estés tranquila te soltaré poco a poco, no quiero que nadie piense que soy un depravado —dice, mientras limpia las lágrimas que recorren mi cara, a medida que me va soltando.
—Que me dejes en paz —le digo empujándolo.
Carlos me abraza, acaricia mi pelo y me pide perdón otra vez. No me va a dejar ir hasta que no me tranquilice, y deje de llorar.
Pasó un ratito y volvimos al pub con Pedro y Esthela. A lo largo de la noche, Pedro me trae las copas. Antes de terminar la que tengo en la mano, con el paso de la noche me voy notando contentilla, en realidad, no sé cuántas copas llevo, creo que unas tres o cuatro quizás.
Salimos todos a la calle, para que Pedro pueda fumarse un cigarro, y Carlos se da cuenta de que me río demasiado.
—Mírame a la cara —dice Carlos.
—¡No! —respondo con ironía.
—¡Que me mires a los ojos! —dice en plan sargento, sujetando mi brazo como si tuviese que obedecerle.
—¡Qué pesado eres! —me quejo, soltándome de él.
—Keyla, tienes coloretes, estás preciosa, pero… nos vamos a casa.
—No quiero irme a casa, quedémonos otro rato —digo, intentando poner cara de pena.
—No —dice muy enfadado.
Me sujeta por la mano, y al ver que mis pies se quedan pegados al suelo, tira mi copa al suelo. Sujetándome por las piernas, me levanta como un saco de patatas, colocándome en su hombro.
—Adiós, Pedro —dice a su amigo.
—Adiós, chicos —nos responde Pedro.
—¡ADIÓÓÓS! —le digo, cachondeándome de Carlos.
Veo que nos dirigimos al coche, pataleo todo lo que puedo para que me suelte en el suelo. Me da una cachetada en el trasero para que me quede quieta. Cuando llegamos, abre la puerta y me mete en la parte trasera.
Son las cinco de la madrugada cuando llegamos a casa. Entramos y me encuentro tan mal, que me voy derecha al baño. Todo me da vueltas, me arrodillo ante el váter, vomito, y noto cómo alguien me sujeta la cabeza, antes de desmayarme.
Me despierto vagamente. Mi cuerpo está mojado y pesa; estoy dentro de la bañera y Carlos está cuidando de mí. Me está lavando la cara.
—¿Que hago aquí? —pregunto desorientada.
—Te has desmayado y te he metido en la bañera. Servirá para que te espabiles un poco y para lavarte.
—Me duelen las rodillas. ¿Qué hago sin ropa?
—Te la quité yo, te has manchado entera —me dice entre risas.
—¿Por qué has hecho eso? ¡Qué vergüenza! —digo llorando, mientras me tapo los pechos. Por suerte para mí, llevo aún la ropa interior.
—Shhh, no pasa nada —dice consolándome, mientras acaricia mi pelo.
—Gracias —susurro entre mis vergüenzas, y me aferro a su mano.
Carlos me ayuda a salir de la bañera, me tapa enseguida con una toalla con mucho cuidado, me deshago del sujetador y la braga porque están mojados. Él sale del baño y viene con algo en las manos.
—Toma, ponte esto —dice, dándome un camisón.
Lo cojo entre mis manos y lo estiro. Es un camisón n***o de lino y encajes.
—No, ¿cómo me voy a poner esto? —digo con el camisón sexy entre mis manos.
—No tienes derecho a discutir conmigo, póntelo, seguro que te queda muy bien —dice con una sonrisa de oreja a oreja.
—¡Que no puedo ponerme esto!, y menos delante de ti, no ves que solo tengo la toalla.
—Hasta que no te lo pongas, no sales de aquí y…. ni se te ocurra gritar. Son las seis de la mañana y Esthela está dormida —dice, mientras intento escapar. Al ser más rápido que yo, cierra la puerta.
—¿Dónde crees que vas?, deja de intentar escapar, yo cuando quiero algo lo cojo, con permiso o sin él.
—No me voy a quitar la toalla dante de ti, no voy a consentir que me veas más de lo que ya has visto.
Coge el camisón en sus manos, y me lo pasa por la cabeza. agarra mis manos, las besa y… pasa mis brazos por los tirantes, con mucha delicadeza, el camisón se queda enrollado por debajo de mis axilas, me coloca de espaldas a él y lo desenrolla lentamente; después, da un pequeño tirón de la toalla, lo que hace que el camisón se deslice por mi cuerpo, dejando mi trasero al aire.
Tiro del camisón rápido, para que Carlos no lo vea.
—Bonito culo, Keyla.
—¿Eres tonto o qué?
—Sí, soy un tonto que te ha visto desnuda, te he vuelto a vestir y ahora te voy a llevar a la cama. Quizás sea un tonto con suerte —dice susurrándome al oído.
Como sé que tiene razón, mis mejillas se tiñen de rosa, si no me hubiese cuidado, aún seguiría con la cabeza metida en el váter. Me doy la vuelta, toca mi pelo despacio y cierro los ojos, para sentir mejor su caricia.
Con mi cara entres sus manos, comienza a besar mi frente, mi nariz, mis mejillas, la comisura de mi boca… cuando termina de besar mi cara, suavemente besa mis labios, ya… no tengo más fuerzas para resistirme, y contesto a su beso.
Terminamos de besarnos, abre la puerta y me acompaña a mi cuarto. Sin rechistar y con mucho cuidado, porque sé que no llevo bragas, me meto en la cama.
Carlos coge la sábana, y la tira para taparme, al mismo tiempo que pasea sus dedos sobre mi muslo.
Siento que un escalofrío recorre mi cuerpo, haciéndome morder mi labio inferior. Suelta la sábana a la altura de mi cadera, y sigue paseando sus dedos por mi brazo, hasta llegar a mi cara. Me pierdo en un suspiro, se agacha y me besa la frente.
—Buenas noches, pequeña —dice, mientras pone la palma de su mano en mi cara, y acaricia mi labio inferior con su pulgar.
—Hasta mañana —digo con la voz entrecortada—. Carlos —le llamo mimosa, al ver como se da la vuelta para salir del cuarto.
—¿Qué quieres, Keyla?, si no quieres dormir sola, puedo estar contigo —dice, apoyado sobre el marco de la puerta.
—Ok, pero… duermes encima de la sábana.
—Perfecto —comenta, no pensándolo mucho.
Apaga la luz, cierra la puerta, se quita la ropa y empieza a gatear sobre la cama, repartiendo sus besos por mi cuerpo, hasta llegar a la almohada. Me abraza y me pega a su cuerpo todo lo que puede. Hunde su nariz en mi pelo y nos quedamos dormidos.
Al día siguiente, me despierto antes que Carlos y observo cómo duerme y juego con el pelo corto y rizado de su pecho, hasta que coge mi mano y la besa.
—Eres preciosa, muñequita —dice con un ojo abierto.
—No me mires. Así estoy muy fea —le digo, tapando su cara con mi mano.
—No me hables así —dice, dándome una palmada en el trasero.
—¡Oye!, ¿puedes dejar de azotarme?
—No, no puedo. ¿Quieres que haga esto mejor? — dice, acariciando mi muslo hasta llegar a mi trasero.
—No, eso tampoco quiero, y no soy tu muñequita.
—No voy a parar hasta que me canse, tus ojos me dicen cosas que le sobran a tu boca, por eso te beso, para que no hables tanto.
Dándome la vuelta para separarme de él, Carlos tira de mí, junta nuestros cuerpos, y sopla el pelo para separarlo de mi nuca, me da un pequeño mordisco en ella, pone sus labios en el lóbulo de mi oreja, mientras pasea su mano por mi trasero, tocándolo tan despacio que sus manos parecen de seda.
Empiezo a mover la cadera involuntariamente, me voltea, quedándome boca arriba, mi espalda se arquea para recibir su cuerpo, mientras mis piernas se abren, a medida que la excitación va subiendo.
Un pequeño jadeo sale de mi boca. Carlos se coloca entre mis piernas, sigue repartiendo besos sobre mi cuerpo. En el cuello, la oreja, la boca. Mi espalda se arquea incluso con él encima.
—Estás sin bragas, muñequita —dice, rozando su m*****o duro por mi sexo.
—Sí —digo con más excitación.
Lo único que separa nuestros sexos es la licra de su bóxer. Con su boca, baja los tirantes del camisón; sin darme cuenta, queda mis pechos al aire, se mete un pezón en la boca y lo succiona con fuerza, hasta ponerlo duro. Ummm, gimo de placer.
Sujeto su cabeza para que pare. Haciendo caso omiso, me coge de las muñecas con una mano, y las sujeta por encima de mi cabeza, para hacer lo mismo con el otro pezón.
Un calor inmenso se apodera de mi cuerpo, siento mi sexo húmedo, estoy muy excitada.
—¡Para! —digo sin saber, por la excitación.
—Shhh, no pasa nada —comenta, pasando sus dedos por mi sexo.
—Aaaah —gimo, humedeciendo mis labios secos con la lengua.
La boca de Carlos, en mis pezones, es una tortura muy dulce. Me hace perder el control de mi cuerpo. Juega con ellos, una y otra vez, los aprieta con sus labios, roza sus dientes, los pone tan duros que hace que mi cuerpo se retuerza de un placer dulce y doloroso al mismo tiempo.
Completamente desnuda para él, con el camisón abrazando mi cintura, hace que su lengua choque con mi piel, mete su lengua en mi ombligo, mis manos intentan separarle una vez más, las sujeta de nuevo.
Esta vez a la altura de las caderas, quiero cerrar las piernas y no puedo, su cabeza está entre medias, besando el interior de mis muslos, muy cerca de mi sexo; suelta una de mis manos y toca mi sexo.
—Ufff. ¡Qué mojada estás! —dice moviendo su dedo por mi sexo, hasta llegar al clítoris.
Me da tanta vergüenza que quito su mano de mi sexo, él me sujeta de nuevo y pasa toda su lengua, saboreando hasta la última gota de mi dulce néctar.
—Aaaaah… —es el sonido que sale de mi boca, mis piernas tiemblan y se abren para él.
Carlos sigue rozando su lengua, sobre mi clítoris, suelta mis manos y rodea mis muslos entre sus brazos. Con la ayuda de sus dedos, separa los labios mayores de mi sexo, dejando mi clítoris al descubierto.
Detiene su lengua, para relajarlo un poco, y cuando empieza a brillar por sí solo, lo introduce en su boca de golpe, succionándolo con más fuerza.
El placer que ahoga mi cuerpo, hace que mis caderas no paren de moverse, abriendo mis piernas más para él; con su movimiento de lengua en todas las direcciones, mi cuerpo se humedece deseando más.
Cada vez que se le escapa de la boca, lo busca furiosamente, como si quisiera llevarlo con él al infinito. Sube, baja, se desliza sobre mi sexo con gran destreza, le resulta tan fácil, que mete y saca su lengua dentro de mí, una y mil veces.
Me hace entrar en un frenesí de placer descontrolado, ya no aguanto más, he dejado de ser la dueña de mi propio cuerpo, descontrolándome, contrayéndome y relajándome una y otra vez, hasta llegar en su boca.