No puedo creerlo. De todas las mesas del salón, justo nos ha tocado la que está al lado de la de Eric. Y para seguir con la racha de mi mala suerte, él no estaba solo. Su acompañante, una mujer pelirroja de sonrisa encantadora y vestido ajustado, habla con él y es claro que está más que cómoda con su compañía. Intento no mirarlos, fingir que nada son irrelevantes. Me concentro en Stefan, que lleva la conversación con soltura en nuestra mesa, riendo, opinando, siendo el hijo perfecto de Alessandro Caruso, ese que todos admiran y que sabe exactamente qué decir para que los demás se sientan cómodos. Yo solo asiento de vez en cuando, jugando con la servilleta, el tenedor o el borde de mi copa. Stefan lo nota —siempre lo hace— y se inclina hacia mí con esa sonrisa suya que mezcla ternura y auto

