El señor Farid

1145 Palabras
Intentó dormir, en su teléfono buscó un podcast sobre explicaciones de temas que ella jamás le interesó conocer entre ellos, química avanzada, matemática e historia. Ni siquiera fue necesario escuchar el segundo podcast que eligió con el primero bastó, luego de quince minutos dormía profundamente. Despertó casi a las nueve. Su teléfono repicaba en aviso de estar sin batería. Lo conectó para tener energía, comió cereal integral. Y una vez más merodeó por la habitación. Le pareció muy raro no encontrar fotografías, ni recuerdos armoniosos sobre una familia, por lo general cualquier padre o madre por más frío que sea conserva algunas fotografías. Toda la mansión parecía antigua, pero tan impecable como misteriosa. El jardín le llamaba mucho la atención, en especial el cuidado en las flores. No recibió ni una llamada, tampoco ningún mensaje de Ray. Deseó llamarlo, quizá escribirle, luego prefirió mejor no hacerlo. Si ese día no tenía noticias de él sin dudar se marcharía. Y no esperaría hasta la noche. Pasó casi el día entero viendo series y películas que nunca antes habría elegido por su gusto, terminaron encantándole algunas y gustándoles otras inesperadamente. Especialmente unas de suspenso y otras románticas. Cuando sintió hambre eran casi las cinco, y no tenía ningún mensaje ni llamadas ni de su madre, ni de Amalia, menos de su prometido. Buscó algo para comer y miró por vez primera desde la ventana el bello atardecer, nunca le puso tanta atención a algo así. Al vislumbrar el ocaso oscureciéndolo todo, una vez más el temor volvió. Empezó hacer las maletas, pero recibió un mensaje de Ray. “Cariño, ¿cómo estás?” Muy enfadada miró el mensaje. “Desconsolada. ¿Qué esperabas? No he sabido nada de ti, todo el día” “Angi, no estoy jugando por aquí. No es fácil involucrarte con asuntos complicados y estar al pendiente de mil cosas todo el tiempo. Sabes que esto es nuevo para mí. Pero seguramente al ver un mensaje tuyo, sin dudar te habría respondido” Sintió un poco herido su enfado al leer la última frase. “Me encantaría. Pero no sé si al hacerlo simplemente me leerás y me ignorarás. Sabes, me siento muy sola aquí” “Sí cariño lo sé. Ya Frank me dijo que Ignacia está por llegar” “¿Lo dices enserio? “Claro, amor. Sabes si no llega hoy, escríbeme y mandaré todo esto al carajo. Volveré mañana” Eso la hizo sentir muy contenta. “¿Ray estás diciéndome la verdad?” “Claro, cariño. Muero por verte y darte unas mordidas” Suspiró. “Bien, Ray. Entonces espero que Ignacia se tarde” “Espero que sí, es desesperante. Nunca imaginé que hubieran tantos asuntos que atender. Te amo nena. Debo irme. Te amo, te amo.” “También te amo, cariño” ¿Cuántas veces más empacaría y desempacaría? De nuevo guardó todas sus cosas, al ver el reloj ya eran casi las nueve. Tomó su teléfono con carga suficiente bajando al primer piso para ver si Ignacia ya estaba en la mansión. Había escuchado un par de ruidos, pasos, que alguien abría puertas. Hubo un apagón, la luz se apagó y todo quedó a oscuras. Súbitamente se escuchó de nuevo una magistral melodía. Se estremeció de pies a cabeza. Quiso correr, luego llamar a Ray. Pero al escuchar la melodía con atención, una vez más se sintió hechizada, su corazón latiendo a prisa pidiéndole que afrontara de una vez al fantasma de las hermosas melodías. Se dirigió con el teléfono en mano asomándose a la puerta. En esta ocasión había un par de candelabros con largas velas iluminando la sala que tenía el inmenso piano. Miró al caballero de apariencia juvenil, aunque por la barba bien arreglada le daba un toque de ser un hombre elegante y serio. No le quedó duda que no inventaba aquello, ante ella un hombre de carne y hueso interpretando la melodía. Angie quería hablar, pero nunca antes se había sentido tan nerviosa en su vida. Temblaba de pies a cabeza, especialmente cuando el caballero se puso de pie clavándole la mirada y la bata que lo cubría se abrió de par en par mostrando el cuerpo casi al descubierto, tenía únicamente ropa interior. Miró con asombro su torso perfectamente esculpido. La barba ligera y oscura rodeaba su mandíbula con un bigote del mismo estilo. —¿Quién es usted? —Preguntó él frunciendo el ceño al verla fijamente. Sus ojos tenían un matiz claro y encantador. —¡Apártese! —Dijo ella, tragando saliva, con voz ahogada. —No se le ocurra acercarse, porque sé kick boxing y también puedo rezar y exorcizarlo. Aunque parecía un hombre un poco mayor que ella, le pareció el hombre más sexy jamás conocido. El inclinó la vista desconcertado, pero al alzarla, la miró inexpresivo. —¿No es un fantasma verdad? —Cuestionó Angie muy impresionada. Hasta entonces, el caballero asomó una sonrisa. Especialmente al notarla tan asustada. —No. Me llamo Farid, vengo durante una temporada a esta casa. Le he respondido señorita y le aseguro que no soy ningún fantasma. ¿Quién es usted? Angie comprendió que podía ser un familiar de Ray. Respiró hondo, y con el temor más lejos de sus sentidos se sintió avergonzada. Las mejillas calientes, de pronto ruborizadas. —Angie. —Mucho gusto, Angie. Estaba convencido que la casa estaba vacía. Nadie me informó que había nuevos huéspedes. Angie no pudo seguir nerviosa, se sintió un poco más aliviada. Notó que él rápidamente se acomodó la bata, anudando la cinta. Eso reprimió cada duda que se alzaba en su mente. —Como le dije soy Farid Desmond. —Agregó. Él extendió la mano amistosamente. Ella la apretó suavemente sintiéndolas fuertes y grandes, alzó la vista a él sin poder ocultar todo tal como lo sentía al mirarlo. Él mantuvo su vista en ella. —Mucho gusto, señor Desmond. —El gusto es todo mío. Lamento haberla asustado, le aseguro que no sabía que usted estaba en la mansión. Tenía un acento suave, aunque el tono de su voz era cálidamente masculina y un poco grave. Se evidenciaba que manejaba bien el idioma pero que su lengua materna podía ser otra. —Me retiro, un placer conocerla. Que tenga buena noche señorita. Él se dio media vuelta. Angie no pudo verlo marchar así. Al menos ya sabía que no estaba totalmente sola en la gran mansión. —Disculpe, señor Desmond. ¿Usted es familiar de Raymond? Se volvió a ella con una sonrisa amable. Y Angie quedó aturdida al notar la curva armoniosa en sus labios carnosos. —Sí, señorita. Soy su padre. Angie abrió los ojos a más no poder sin poder fingir todo su asombro. Él volvió amablemente su vista al frente, volviendo a dar de pasos hacia el interior de la habitación.
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