pero mi mente seguía danzando entre pensamientos turbios. Después del encuentro con Jake, intenté refugiarme en la familiaridad de mi cama, pero el sueño se resistía, esquivándome como sombras escurridizas.
Las sábanas, ahora frías, no ofrecían consuelo. Después de un rato de dar vueltas entre las sombras del cuarto, decidí abandonar la lucha inútil contra el insomnio. Mis pies me llevaron de nuevo al jardín trasero, a ese espacio donde la luna, testigo silencioso de mis pensamientos, iluminaba con su resplandor plateado.
Me encontré de pie, descalza sobre la hierba fresca. El aire nocturno acariciaba mi piel, susurrando secretos que solo la noche era capaz de revelar. Levanté la vista hacia la luna, que pendía en el cielo como un farol celestial. En su luz, buscaba respuestas a preguntas que flotaban en mi mente.
Las sombras danzaban en el césped mientras el viento jugueteaba con las hojas de los árboles. Cerré los ojos y dejé que la quietud de la noche me envolviera. Aun así, el eco de la conversación con Jake resonaba en mi cabeza, como un susurro persistente que se resistía a desvanecerse.
Me pregunté si mis emociones eran solo una consecuencia de la sorpresa o si, de alguna manera, eran un eco de algo más profundo. Las estrellas, pequeños destellos en el vasto lienzo del cielo, parecían contener secretos cósmicos que se burlaban de mi búsqueda de respuestas.
A lo lejos, el reloj de la iglesia dio la hora con su repique melódico, rompiendo el silencio de la noche. Mis pensamientos eran como mariposas nocturnas, erráticos y difíciles de atrapar.
Finalmente, la imagen de mi padre se materializó en mi mente, su sonrisa gentil y el eco de su risa llenaron el aire. Recordé los días felices que pasábamos juntos antes de que un paro cardíaco lo arrebatara de nuestras vidas de manera abrupta. Fue como un golpe sin previo aviso que dejó un hueco imposible de llenar.
La herida más profunda, sin embargo, no fue la pérdida de mi padre, sino la rapidez con la que mi madre había decidido seguir adelante. Apenas un año después, Charles entró en escena, llevándose consigo el dolor y la confusión que embargaron su corazón.
Mis pies me llevaron a la vieja hamaca donde solía columpiarme mientras mi padre me contaba historias antes de dormir. El crujido familiar de las cuerdas evocó una mezcla de nostalgia y dolor. Me sumergí en el remolino de mis propios pensamientos, preguntándome cómo habría sido todo si mi juicio hubiera sido menos severo.
Las lágrimas se deslizaron por mis mejillas mientras el arrepentimiento se apoderaba de mí. Recordé las palabras de mi madre explicándome cómo Charles había llegado a su vida de manera inesperada, cómo se había enamorado sin pretenderlo. En mi dolor, en lugar de comprenderla, la juzgué.
En ese momento de melancolía, una voz suave rompió el silencio. Jake se acercó con una expresión comprensiva en su rostro. "¿Necesitas consuelo?", preguntó con gentileza, ofreciendo un abrazo.
Mi primera reacción fue negarme. No conocía lo suficiente a Jake, y mi vulnerabilidad no estaba dispuesta a compartirse con un desconocido. Sin embargo, su mirada honesta y sus palabras amables me hicieron reconsiderar.
"No, gracias", respondí, pero mi expresión revelaba la gratitud por su oferta “¿cómo es que estás aquí también?” pregunte con voz agitada.
Jake sonrió juguetón “tampoco podía dormir Mía, son noches difíciles, te vi desde la ventana de mi habitación, una joven como tú no debería estar aquí sola en la noche aunque es el patio de la casa, y el pueblo es muy tranquilo alguien podría asustarte”.
Asentí.
También yo me sorprendí, como es que llegué hasta aquí sin tener miedo, o es que ya no le temía a nada, ahora que ya no tenía nada que perder en la vida. Estaba sola.
Jake, sin embargo, no se dio por vencido. Se sentó a mi lado y comenzó a compartir detalles de los últimos días de mi madre. Habló de la felicidad que compartieron, de cómo siempre deseó que yo regresara, y cómo la extrañaba. Sus palabras eran un bálsamo para mi alma herida.
"No te culpes por el pasado, Mía", me dijo Jake con sinceridad. "Tu madre ya no está aquí, y ahora es nuestro turno de seguir adelante. Ella te amaba y siempre deseó verte feliz".
“Si tan sólo ella me lo hubiera dicho… yo hubiera venido…”.
“Ella no quería que vinieras por obligación, siempre estuvo muy orgullosa de que su hija era una doctora importante en la ciudad”.
Mis ojos se inundaron de lágrimas.
“Ella estaba muy orgullosa de ti Mía” continúo.
“Gracias por tus palabras Jake, lamento no haber compartido momentos como estos, con ustedes antes” dije arrepentida.
“No te preocupes ya tendremos tiempo… “ ambos sonreímos a pesar de saber que al día siguiente regresaría a la ciudad.
Agradecí a Jake por su comprensión y dejamos que el silencio reconfortante del jardín nos envolviera…
A la mañana siguiente me sorprendí al ver en el reloj junto a mi cama que ya eran las diez de la mañana, casi salte de la cama, me sentía avergonzada ya que era casi mediodía y yo aun no bajaba. Para este entonces suponía que ni Jake ni Charles estarían en casa, ellos tenían que ir a trabajar.
Me duche y vestí rápidamente, baje las escaleras de madera hacía la cocina. La ausencia de Charles y Jake era evidente. Mordí mi labio inferior pensando que podría prepararme para desayunar, tal vez unos huevos con tocino, algo rápido, quería irme antes de que ellos regresaban, si era una mujer cobarde que les dejaría una nota de agradecimiento por recibirme en casa o tal vez les llamaría, ahora no sabía como continuar esta relación puesto que no teníamos un lazo sanguíneo, ellos habían sido la familia de mi madre más no la mía.
Al mirar hacía la mesa, vi una nota que capturó mi atención. Charles, con su caligrafía característica, había dejado un mensaje reconfortante junto a un desayuno preparado con cariño. Leí sus palabras, agradecí en silencio, después de un rato de guardar mis cosas, me dirigí al auto con mi pequeña maleta en mano.
…
La casa, en su quietud matutina, me recordaba a los tiempos más simples, cuando mi padre aún estaba vivo y los días transcurrían con la promesa de un mañana lleno de risas y cariño. Ahora, sin él ni mi madre, me sentía sola, como un barco a la deriva en un océano de recuerdos.
Suspiré y eché un último vistazo a la casa antes de abrazarme a mí misma, una costumbre que me reconfortaba desde la infancia. Respiré hondo, intentando ahuyentar la melancolía que amenazaba con envolverme, y subí al auto con la esperanza de un regreso sin complicaciones.
Sin embargo, la suerte parecía haberme abandonado. Cuando intenté arrancar el auto, solo obtuve un sonido extraño algo que provenía del motor. Mi corazón se hundió en mi pecho mientras intentaba varias veces, en vano, encender el motor. Maldije mi mala fortuna, consciente de que ahora, de alguna manera, estaba atrapada en ese lugar de recuerdos dolorosos.
Decidida a buscar soluciones, consideré pedir ayuda a Jake, quien, según Charles, era un hábil mecánico. Pero, ¿cómo contactarlo? No tenía su número ni otra forma de comunicarme con él. Entonces, una idea cruzó mi mente: caminar hasta su taller. Sabía donde se encontraba la casa de Charles alguna vez había ido allí con mamá.
Regresé la maleta al interior de la casa, y emprendí mi caminata hacia el taller de Jake. Las calles estaban tranquilas como siempre y el sol de mediodía acariciaba mi rostro.