Me muevo entre sueños y siento un fuerte dolor en mi intimidad, abro los ojos y descubro que ya han salido los primeros rayos del sol que iluminan débilmente desde mi ventana. El Maestro, aún duerme a mi lado, está desnudo al igual que yo, la sábana solo cubre su cintura hasta medio muslo, lo que me deja a la vista su ámplio pecho, sus bien trabajados brazos, sus largas y duras piernas, su cabello está despeinado, sus facciones relajadas y su hermosa boca entreabierta. Un estremecimiento me recorre al recordar que esa misma boca a besado cada milímetro de mi cuerpo, que ese cabello desordenado ha sido sostenido fuertemente en mi mano empuñada mientras él se apoderaba de mis senos, al recordar que he besado su boca, su cuerpo, sin sentir ningún tipo de vergüenza. He estado dispuesta a darle todo de mí y él lo ha recibido más que gustoso, no puede haber el mundo, nada que sea más maravilloso que eso, una entrega completa, absoluta y magnífica.
Me quedo en silencio, solo viendo lo hermoso que es, a la vez que me siento la mujer más afortunada de todas, no sé si deba despertarle, a fin de cuentas hemos dormido muy poco, y cómo él prometió, en mi primera noche a su lado perdí la cuenta de cuántos orgasmos tuve. Fue una noche sencillamente fantástica, una que jamás olvidaré y aunque mi cuerpo ahora me recrimine con dolor, no me importa. Volvería a pasar por lo mismo, solo por estar en los brazos del Maestro una vez más.
FELICITACIONES IRINA ROBERTS, ERES BUENA ESTUDIANTE DE ESTE NIVEL.
Me felicito mentalmente.
La puerta de la habitación se abre sin previo aviso, ¡Estoy cansada de que Pateicia entre sin llamar!, algunas veces olvida que debe tocar, así que no me extraña cuando la veo aparecer, se queda fría con la mirada en mí, mirada que le devuelvo obviamente.
—Yo. . . no. . . — no sabe que decir. Evidentemente está conmocionada por lo que ve. Salgo de la cama, sin importarme mi desnudez.
—¿Qué se te ofrece, Patricia?— ella me recorre con la vista y se sonroja violentamente. Casi rompo en carcajadas, es muy puritana, para ser tan mayorcita.
—Disculpa. . . es solo que. . .
—Que deberías llamar antes de entrar— le contesta El Maestro, quién se ha sentado en la cama y se estruja los ojos.
—Perdone señor. . . yo. . .
—Tú no tienes nada que decir porque, evidentemente te estás saltando las normas, Patricia, esto es algo que ya habíamos hablado— le dice mientras la mira fijamente— siempre debes llamar.
—Lo siento— baja la mirada— jamás me imaginé que. . . — guarda silencio sin saber cómo continuar.
—Que me encontrarías en la cama con Irina. Sí, eso es notorio. Ahora márchate, Patricia.
—Si, señor— responde aún con la mirada clavada en el piso. Gira sobre sus talones y se marcha cerrando la puerta. Me giro hacia El Maestro y me encuentro con que recorre mi desnudez con su mirada.
—Buena vista matutina— dice con una sonrisa pícara en su rostro y yo estallo en carcajadas. Hoy me siento plena y dichosa.
—Creo que sería justo si me diera a mí también, una buena vista— respondo sonriendo sensualmente. Caminando hasta la cama.
—Qué pronto has perdido la vergüenza, Irina- me sonríe de medio lado.
—Lo siento Maestro, pero las seductoras no tenemos vergüenza. Me siento satisfecha y orgullosa con mi cuerpo y no me avergüenza mostrarlo— muevo mi cabeza en gesto coqueto y mi espeso y oscuro cabello se agita sobre mis hombros. Subo a la cama y me siento a horcajadas sobre él— ¿Y ya ha decidido mi puntuación?— acerco mis senos a su rostro y él humedece sus labios. Me siento satisfecha de tentarle.
—Creo que considerando tu inexperiencia podría ser un ocho— descubro una sonrisa burlona en su rostro.
—¡¿Un ocho?!, Yo soy de puntuaciones excelente— le digo— no tolero un ocho sobre diez— digo haciendo pucheros— quizás. . . —comienzo a moverme— pueda lograr un diez, o al menos un nueve— sonrío.
—Ya lo veremos— responde él, apoderándose de mis labios.
Unas tres horas más tarde estoy sobre la cama, vestida y desayunada. Pensé que Dominik, se quedaría a mi lado todo el día, pero lo cierto es que se ha marchado. Mi celular timbra sacándome de los recuerdos.
—Hola, Tobias— digo sin mucho ánimo.
—¿Cómo amaneces hoy, preciosa?— quisiera decirle que mejor que nunca, que ha sido mi mejor noche, pero muerdo mis labios reprimiendo mi respuesta.
—Bien, ¿y tú?— aparento estar interesada.
—Muy bien. Extrañándote un poco. Me gustaría verte hoy. ¿Qué te apetece?, ¿cine?, ¿playa?, ¿parque?, Tú solo dime lo que deseas y yo te complazco mi reina. — Sonrío, es cierto lo que El Maestro dice; tengo a Tobias, en mis manos.
—Hoy no, querido— le digo con tono empalagoso— me apetece quedarme en casa.
—¿Está todo bien?— parece preocupado.
—Sí. Todo muy bien, es solo que no me apetece salir— no miento, quiero quedarme en casa, sobre las sábanas que aún mantienen el calor y el olor de Mi Maestro.
—Si quieres puedo ir a hacerte compañía—se ofrece.
—Tobias . . . no quisiera ser grosera cariño pero, hoy solo deseo estar sola en casa.
—Lo comprendo— parece muy desilusionado.
—Te veré luego, cariño— y así cuelgo sin darle oportunidad de responder.
Paso toda la mañana en la habitación, y parte de la tarde en el jardín. Me he dado cuenta que Patricia, me dedica miradas furiosas, pero me he dedicado a ignorarlas. Son más de las tres cuando entro a la casa.
Ojalá y El Maestro, vuelva temprano.
Pienso sonriendo. Comienzo a subir las escaleras y de nuevo siento la dura mirada de Patricia sobre mí. Me giro y la encuentro observándome.
—¿Se puede saber qué diablos te pasa?— le pregunto furiosa, pero ella se queda sin responderme, solo mirándome. Bajo las escaleras con paso apresurado y la encaro— estoy cansada de sentir tus filosos ojos sobre mí— le digo con ira— si no vas a decir qué te pasa entonces, no me mires— me giro para marcharme, pero su voz llega hasta mí.
—No has descansado hasta meterte en su cama.
—Bueno— le respondo mirándola— literalmente ha sido él quien se ha metido en la mía— le sonrío con ironía.
—Sabes a lo que me refiero— me dice, acusándome con su mirada.
—No hay nada que deba decirte, porque no tengo por qué darte ninguna explicación.
—Eres una mujerzuela— me escupe y la miro con superioridad. Quisiera golpearla, pero no voy a caer en su juego.
—Si— le respondo— y no sabes lo bien que se siente serlo. La recompensa es tener a Dominik en mi cama, sobre mí, haciéndome suya.
—¡NO TIENES VERGÜENZA!— grita ruborizada.
—Por supuesto que no— me encojo de hombros— las mujerzuelas no tenemos. Y me encanta que así sea, soy decidida, lo quise a él en mi cama y eso obtuve, no sabes el placer que da ser suya y escucharlo gemir mientras acaricia tu cuerpo— me cruzo de brazos y rió a carcajadas— ¡por supuesto que no lo sabes!— digo con burla— es eso lo que te molesta, ¿Verdad, Patricia?
—No sé a qué. . . — la interrumpo, sus ojos muestran turbación.
—Si sabes— aseguro— te molesta que me desee, te molesta ser tan estúpida y cobarde como para decirle que le amas, te molesta tener que amarlo en silencio mientras ves como mujeres van y vienen de su vida— sus ojos se ponen vidriosos, está al borde de las lágrimas— eso es lo que te molesta, no ser tu quién amanezca en sus brazos.
—No. . . — empieza con voz temblorosa.
—Si— le digo mirándola firme— ¡Eres una maldita cobarde, Patricia!, así nunca conseguirás nada en la vida, ni al Maestro, ni a nadie. No estás dispuesta a arriesgarte y a jugar su juego. Te has enamorado de la persona equivocada— le digo con desprecio— Dominik, no ama, ni ahora, ni antes, ni nunca, Patricia. Así que deja de mirarme acusadoramente, porque yo sí se aprovechar lo que me ofrecen.
—¡Te paga para que duermas con él!— me dice intentando herirme— casa, carro, joyas, atenciones, no es más que un pago.
—Puede ser— reconozco— pero sí que paga bien— me río— además— giro sobre mis talones— veme bien Patricia, lo valgo, eso y mucho más.
—¡Eres una prostituta!—me grita.
—Pero una bien pagada— le respondo y ella queda en silencio— tranquila, la próxima vez, le haré gemir y gritaré más fuerte, para que escuches cuánto placer puede dar y recibir esta prostituta. Placer que tú nunca tendrás, guapa— le digo y camino hacia la escalera. Se ha quedado llorando, pero poco me importa. Nunca me ha caído bien, siempre he sabido de su amor oculto y su devoción por El Maestro. En el fondo le he hecho un favor, debe olvidarse de las tonterías del amor. Con él no se consigue nada. Cuándo voy a la mitad de la escalera me giro para verla. Sus hombros se mueven conteniendo un sollozo.
—Patricia, después que termines de gimotear, súbeme un té. Necesito descansar.
Me quedo en mi habitación hasta muy tarde. Pasan de las once y estoy decepcionada. Pensaba que El Maestro vendría temprano para estar conmigo, pero evidentemente se ha entretenido en algo o quizás con alguien. Me quedo mirando a través del ventanal y sin saber cuándo, simplemente me quedo dormida.