DESICIONES

599 Palabras
—Hola, Karina —saludó un azabache a una mujer rubia que hacía muchos años no veía—, ha pasado bastante tiempo desde que no nos veíamos. —Demasiado —señaló la rubia, asombrada por encontrar a un hombre que pensó jamás en su vida volvería a ver, no luego de todo lo que le habían hecho sus tíos—… No creí que volverías aquí después de cómo te trataron los padres de Valentina. —He vuelto muchas veces, nunca tuve la fuerza de ir a pelear por lo mío, sin embargo. Pero hoy tengo alguien que me apoya —explicó el azabache tomando la mano de una rubia que sonreía al verlo. —¿De verdad ustedes están casados? —cuestionó la mayor y el hombre rio a carcajadas. —No, no lo estamos —aseguró Yamil—, es solo que esta cabeza hueca no entiende la diferencia entre matrimonio y adopción. —Con los japoneses es todo lo mismo, incluso ellos son todos iguales —se burló la rubia, ganándose una mirada matona de parte del japonés. —¡Mamá, mamá, mamá! —gritaron los tres críos y Erina suspiró sonoramente, rodando los ojos. —¡Ya no soy mamá —dijo—, ahora soy Rumpelstiltskin, y si no dicen mi nombre correctamente no voy a atender! —¡Rumpelstiltskin, Rumpelstiltskin, Rumpelstiltskin! —gritaron los niños y Erina hizo una pataleta, pisoteando y todo. —¿Cómo diablos pueden pronunciarlo? —preguntó asombrada Karina, pues ella definitivamente no podía hacerlo. —Es porque Erina ya se había llamado de esa manera —recordó el azabache y la rubia joven suspiró una vez más. —Debo encontrar un nombre más difícil —dijo para sí misma mientras se levantaba del sillón para ir a atender a los que le llamaban. —¡Rumpelstiltskin, Rumpelstiltskin, Rumpelstiltskin! —gritaron de nuevo y la madre de los gritones hizo una mueca de desagrado muy divertida de ver. —¡Que ya voy! —gritó Erina—. Ahora que soy madre a veces entiendo que mis padres me abandonaran, a veces quiero meterlos en una caja con destino a Rumania —dijo y se fue. Los dos mayores la vieron ir, desganada y sonriendo de una tierna manera. Aunque ninguno de los dos había tenido la oportunidad de criar a sus hijos, podían imaginar de lo que se trataba la paternidad con tan solo verla, y le tenían demasiada envidia a esa chica. —Ella es tu hija, ¿no es cierto? —cuestionó el japonés y a la rubia se le terminó la sonrisa—. Me contó su historia, me sonó conocida. —¡No puedes decirle nada! —suplicó Karina, tomando la mano de ese conocido que ni siquiera había podido extrañar, porque había dedicado su vida a extrañar a alguien más—. No podría soportar que ella me odiase. —Que te odie no es algo que puedas evitar —aseguró el de ojos oscuros, rompiendo el corazón de esa madre a quien tanto le dolía su hija—, pero, entre más pronto te disculpes, más pronto obtendrás su perdón. —No creo que ella quiera perdonarme —declaró Karina—, así que no voy a disculparme. Seré un amigo que la ame como padre desde las sombras. —No puedes ocultar la verdad, al menos no para siempre, Karina —declaró el azabache, como si maldijera a la rubia que le escuchaba—, y, cuando todo se descubra, habrás hecho mucho más daño del que está hecho ahora.
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