CONFESIONES

713 Palabras
—Creí que no volveríamos a vernos —dijo Einar, en un tono de evidente reclamo, para esa mujer rubia que tanto le dolía y que justo en ese momento entraba a su oficina—. ¿No era esa la intención de desaparecer sin decir nada? —preguntó y la rubia le miró furiosa. —Lo era —aceptó Karina con prepotencia, pero luego todo el dolor que cargaba le llenó el alma y le aguó los ojos—. Necesito tu ayuda, Einar. El cuerpo de Einar se estremeció. Hacía casi veinte años que ellos no se dirigían la palabra, y ahora esa destrozada mujer aparecía para decir algo que creyó jamás volvería a escuchar: su nombre de sus labios. —No creo que sea buena idea que nos involucremos de nuevo —dijo el hombre azabache, de piel morena clara y ojos café oscuros—, lo he hecho bien sin ti. Yo ya no quiero tener nada que ver contigo. —¡Lo sé! —gritó la rubia, sin poder contener el llanto—. Sé que siempre has estado mejor sin mí, pero yo necesito tu ayuda, y me lo debes… Me lo debes por romper mi corazón hace diecinueve años, por eso tienes que hacer esto por mí. —¿Me perdonarás si te ayudo? —cuestionó el azabache y la rubia apretó puños y dientes. —No, yo nunca voy a perdonarte —aseguró ella, destrozando el corazón del hombre que más la amaba en la vida, aunque ella no estuviera dispuesta a creerlo—..., pero, si me ayudas con esto, voy a dejar de odiarte, te lo prometo. Einar lo pensó por un rato. Ni siquiera obtendría el perdón de Karina, ¿para qué esforzarse entonces? Pero la expresión desesperada de la ojiverde le estaba rompiendo el alma. —¿Qué es lo que necesitas? —preguntó resignado, aún la amaba lo suficiente como para hacer lo que fuera por ella; aún ahora haría lo que fuera por esa hermosa mujer. —Ayúdame a encontrar a mi hija —pidió la rubia en un tono suplicante—… encuentra a nuestra hija, por favor, Einar. * —¿Cuánto tiempo llevas sin dormir? —preguntó un chico de ojos y cabello completamente oscuros, y de piel oscura, también. —Un par de meses —informó la joven rubia de ojos verdes a ese médico que la consultaba y que, tras escucharla, solo suspiró. —Si tenías problemas, ¿por qué dejaste el tratamiento? —cuestionó el joven de bata blanca, evidenciando el error de esa joven que conocía de algunos años, ya que él trabajaba como voluntario en el orfanato que ella había dejado meses atrás. —Creí que, ya cansada, en algún momento me quedaría dormida —explicó la rubia, desganada—. Pero no ha pasado, y se ha puesto peor… He tenido algunas crisis de ansiedad. —María, estás enferma, no puedes dejar los ansiolíticos y antidepresivos solo porque sí —señaló el médico en un tono de regaño. —No fue porque sí —rezongó la mencionada—, ahora que debo hacerme cargo de mí misma necesito reducir gastos. —¿Qué es más importante que tu salud? —cuestionó ese joven de piel oscura, hablando entre dientes y fulminando con la mirada a la que le miraba evidentemente agotada. —Tener techo y comida Pietro. No puedo pagar los medicamentos —respondió la rubia y el joven médico se obligó a relajarse con respecto a ella. Su situación parecía complicada. —Pues esfuérzate por ello —pidió el hombre de medicina, deseando poder hacer más por ella, pero sin poder hacerlo, pues seguía siendo un pasante en el lugar donde estaba—..., o aprende a ser feliz pronto. La depresión puede matarte, María. —Ni siquiera una sola vez en la vida me he topado con la felicidad, no creo aprender algo que no conozco —espetó con disgusto la rubia—. Pero gracias por el consejo, y por todo hasta ahora —dijo la chica poniéndose de pie y andando a la puerta de un consultorio que posiblemente no volvería a pisar—. Por cierto, María no es mi nombre real, me llamo Erina.
Lectura gratis para nuevos usuarios
Escanee para descargar la aplicación
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Autor
  • chap_listÍndice
  • likeAÑADIR