Karina apretaba con fuerza el relicario en su mano, mientras veía a la falsa castaña en la cama de ese hospital.
Pensando en todas las palabras de la chica, en ese odio que proclamaba a sus padres, y en su respuesta negativa a su pregunta de perdonarle si ella fuera su madre, la rubia lloraba quedamente.
Einar entró a la habitación, debía darle los resultados a Karina, y se sintió terrible de verla tan mal. La de ojos verdes se veía incluso peor que cuando le dijo que su hija estaba muerta.
—Ella está deshidratada y tiene algo de anemia —explicó el médico—, tiene señas de maltrato físico, pero es de hace tiempo… ella pudo haber sido violada, y... Karina, ella está embarazada de siete semanas.
—¿Violada? —preguntó la rubia, llorando de una manera descontrolada.
—¿Qué está sucediendo? —cuestionó el hombre, pretendiendo abrazar a esa rubia mujer que parecía desmoronarse—. ¡Karina, dime qué diablos está pasando!
—Ella es Erina —informó entre hipidos Karina Placencia—, ella es mi bebé… es nuestra hija, Einar.
El moreno miró a la chica en la cama, mientras su respiración y el latir de su corazón se detenían. Eso explicaba el parecido con esa que lloraba mientras se recargaba a una pared.
—¿Cómo…? —preguntó Einar, atontado.
No lograba entender lo que pasaba. Recordaba a la pequeña muerta, incluso el criado lo había confirmado recientemente. Entonces, ¿por qué Karina decía que esa chica, cuyo cabello rubio comenzaba a notarse en el crecimiento del cabello y de ojos tan hermosos como los de la rubia, era su hija?
—He encontrado esto —señaló la rubia, mostrando el relicario—. Yo creía que se llamaba María, y resulta que no era así, incluso su cabello y ojos eran mentira. Pero lo que es verdad es que ella lo ha pasado mal por mi culpa… por no saber protegerla ahora ella —no se atrevió a decirlo—… ella me odia, y dijo que jamás me podrá perdonar el no haber sido capaz de defenderla… encontré a mi hija y no puedo decirle que soy su madre para no perderla…
—¡Maldita sea! —bufó Einar.
Se sentía lleno de impotencia. Porque todo el sufrimiento de ambas rubias era causa suya.
Si en aquel entonces él no hubiese sido tan idiota y tan cobarde, ahora ellos serían una familia. Si él hubiera defendido su amor por esa joven de ojos verdes, Erina no habría crecido en un orfanato, Karina no habría sufrido tanto y su hermosa hija no estaría embarazada a causa de una violación.
» Lo lamento —se disculpó el médico, envuelto en arrepentimientos—, lo lamento tanto, Karina.
—No te perdono —soltó Karina sin dejar de llorar—, esto es tu culpa —dijo ella sin ningún reparo—… Si tú no te hubieras burlado de mí por la maldita apuesta con tus amigos, no estaríamos como estamos…
—Lo lamento —repitió el hombre, pero Karina negó con la cabeza mientras se mordía los labios y, agachando la mirada, la rubia caminó hasta la cama donde su ya nada pequeña hija pretendía dormir profundamente.